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La mirada de Athenea estaba fija en la nada, extrañamente se había quedado allí, plasmada, como si su cuerpo estuviera pero su mente no, ladeó la cabeza como muestra de confusión y después parpadeó volviendo en sí, sus ojos que segundos antes eran dorados ahora volvían a su verde habitual.

— Me asusté — susurró Laura mientras llevaba una mano a su pecho y suspiraba.

Nunca, pero nunca, Athenea se había puesto así, siempre que veía algo era mientras dormía o lo hacía aproposito, pero esta vez fue de la nada, la pelirroja hablaba hasta que de pronto se quedó en silencio y sus ojos cambiaron de color.

"¿Que diablos?" Athenea llevó su mano al puente de su naríz y lo apretó confundida.

— ¿Estás bien? — preguntó Navier con preocupación.

— Hay algo de lo que debemos hablar, a solas — la emperatriz se sorprendió al escuchar la seriedad de su amiga, pero aún así asintió, despidió a sus damas y le prestó atención a la pelirroja.

Durante toda la noche la pelirroja estuvo pensado en decirle a Navier sobre lo que ocurría, no quería preocuparla, pues aunque eran de diferentes reinos, la rubia se preocupaba por el reino natal de Athenea.

"Debe saberlo, porque si la guerra llega, puede que yo desaparezca para quizás no volver" pensó la pelirroja.

Diez años habían vivido juntas, diez años que hicieron que entre ellas se creara un lazo irrompible, diez años que hicieron que la una no pudiera estar sin la otra, ambas se querían como si de la familia se tratase, ambas  se querían tanto que buscaban la felicidad de la otra, ambas se querían tanto que sufrirían si una se iba.

Para Navier, Athenea era la hermana pequeña que nunca tuvo, cuando la pelirroja debutó la emperatriz fue quien se encargó del bienestar de la menor, la apoyó y consejó, gracias a Navier, Athenea es como lo es ahora, y gracias a Athenea, Navier es lo que es.

Y eso Athenea lo tenía más que claro, sabía que si algo le pasara, Navier sufriría tanto como si fuera una extremidad que le quitasen.

— ¿Sabes? Creí que era una casualidad que mi padre te diera ese colgante — señaló el colgante que tenía el emblema de los Gardien que portaba la rubia.

— ¿No lo es? — preguntó Navier confundida, una extraña sensación se instaló en su pecho al ver qué la menor negaba.

— Sabes lo que ocurrió hace veinte años en Magique — empezó, la emperatriz asintió — Darío está vivo — confesó.

Navier abrió la boca con sorpresa, sentía que lo que Athenea iba a decir no le iba a gustar, sentía que la iba a romper.

— Es mi reino el cual está en riesgo, lucharé aunque me cueste la vida — declaró, la rubia asintió entendiendo, pero su corazón se contrajo de tristeza.

— Entiendo... — Athenea llevó sus manos a la de Navier y le sonrió. — Confío en tu fuerza, se que vivirás.

— Si muero y ganamos, tienes a los demás Gardien que te respaldarán, aunque yo no esté, se que estarás protegida, no te puedo asegurar mi bienestar, porque por como van las cosas, no tenemos las de ganar, no hay fecha para alguna guerra, pero será pronto — informó, Navier sin poder evitarlo la abrazó.

La rubia era una mujer independiente, todos lo creían, ella era alguien fuerte, pero había una cosa que siempre le afectaría, y los más cercanos a ella lo tenían claro, su debilidad siempre iba a ser Athenea.

— No estés triste, por favor — pidió la pelirroja — por el momento estoy bien, estoy aquí, contigo, no pienses en el futuro, piensa en el presente — Navier asintió.

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