— Pues bien, ahora queda luchar o rendirte.

— Se que me equivoqué — dije — Y qué lastimé a dos mujeres maravillosas. Pero quiero redimirme, se que tengo derecho a demostrar que he cambiado y que estoy arrepentido.

— Hazlo, demuéstralo. Así te tome media vida, Leonardo.

— Antes de encontrarla, hay asuntos que debo resolver primero — respondí decidido — Necesito convertirme en el hombre que ella merece, que ambas merecen. No solo se trata de Sara, sino también de Amelia. Pero sobre todo, se trata de mi.

— Animo, hermano. Yo confío en que esta vez si harás las cosas correctamente.

— Nunca es tarde para cambiar, Esteban.

— Lo sé. — respondió — Sara también me dejó con esa semillita.

Bebimos en silencio y me embriagué como jamás lo había hecho en toda mi vida. Lo necesitaba más que a nada, pues todo lo que yo conocía estaba a punto de cambiar.

[... ]

El día siguiente me levanté como pude y me tomé una ducha fría para poder arreglar un poco mi desastroso aspecto. Pedí comida picante para aliviar la resaca y me dispuse a alistarme para lo que me esperaba en el día. Me vestí de esmoquin e hice el nudo de la corbata mientras me miraba al espejo.

Ella siempre soñó con verme vestido de esta manera.

Hoy mi vida cambiaría para siempre, hoy sería un hombre nuevo con una responsabilidad mucho mayor a la que estaba acostumbrado. Debía hacer lo correcto y debía empezar por la persona a la que más había herido.

Salí de mi departamento rumbo a casa de Amelia. Y cuando me encontré con ella, la miré: tan hermosa y sonriente al verme llegar vestido de esta manera.

— ¿Por qué estas usando el traje para nuestra boda? Aún faltan un par de días...

La tomé de la cintura y la abracé con una inmensa fuerza. Ella era maravillosa y merecía todo el amor que en su tiempo no había querido darle. La quiero, siempre la he querido. Un cariño inmenso es lo que acompaña a los sentimientos que he sentido por ella desde que la conocí. Un 26 de enero, era viernes y llovía a mares. Aquel día llevaba su cabello rubio atado en una coleta alta y un elegante vestido negro. Aún recuerdo que quedé muy impresionado con su belleza. Me pareció la mujer más hermosa que había visto jamás.

Ella siempre fue de corazón noble y bondadoso. Nunca fue niña de papi y su duro carácter evitaba que las personas se aprovecharan de ella... Hasta que aparecí yo. Y es por eso mismo que debía ser un hombre honesto, porque era lo que ella se merecía.

— ¿Qué... Pasa? — preguntó nerviosa y pude notar cómo sus manos comenzaron a temblar.

— Te ves muy hermosa — le di un beso en la sien — Amelia, te quiero y eso jamás va a cambiar. Eres una persona muy importante en mi vida, y es por ello que he venido a resolver todo este asunto.

Me alejó de golpe y se fue directo a la ventana donde colocó sus dedos alrededor del tabique de la nariz para contener el llanto.

— Amelia, no debemos casarnos —dije.

—Y una mierda... — murmuró.

— Esto debe parar y tanto tu como yo lo sabemos — añadí. — Lo sabíamos desde hace tanto  tiempo. Lo nuestro siempre fue más por compromiso que por amor. Y me tomo el atrevimiento para decir que tú no me amas.

— ¡Desgraciado! — se me fue a los golpes desbordada en llanto y yo solo la dejé hacerlo — ¿Qué vas a saber de mis sentimientos? ¿No te das cuenta de cuanto me estás lastimando?

LA CHICA DESASTRE ©° Where stories live. Discover now