26_ Mentiras sobre mentiras

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Capítulo 26

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Capítulo 26

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Ver que se iba me recordó lo que sintiera horas antes. El mismo vacío.

La necesidad de tenerla cerca fue abrumadora, pero había pasado la noche fuera de su casa. Su madre la regañaría, puede que terminara castigada y sería mi culpa.

Me dejé caer en la cama con la vista fija en las vigas de madera que sostenían la torre. Tenía que bajar, enfrentar la realidad y volver a poner el reloj en cero.

Me costó unos minutos guardar el dolor, aplastar mis ganas de quedarme acostado toda la vida y aceptar el papel que me tocaba jugar.

Bajé la escalera y terminé recostado al marco de la puerta de su habitación. Los contemplé en silencio para tomar fuerzas.

Mamá dormía plácidamente a pesar de la luz del día. Aksel hacía el intento por no quedarse dormido. Sus ojos se cerraban cada dos minutos y volvía a abrirlos sin ver demasiado, para volver a ceder al cansancio.

Me acerqué hasta que notó mi presencia y se incorporó, intentando lucir bien. Estaba destruido. Los ojos rojos e hinchados de llorar y pasar la noche en vela. Sabía cómo se sentía y me dolía que le tocara vivirlo.

—¿La despertamos? —preguntó con voz ronca.

—Tiene que hidratarse y comer.

Toqué su hombro con suavidad y, al instante, se removió. Una mujer que crio tres hijos y con la costumbre de vivir en constante vigía podía despertar con facilidad, incluso en su estado.

Abrió los ojos, desorientada. Me vio primero, luego al techo y, por último, a Aksel que tomó una de sus manos entre las suyas.

Le costó unos segundos entender, ver la mano que mi hermano que abrazaba la suya y que los recuerdos llegaran. Sus ojos se llenaron de lágrimas y empezó a gimotear, cubriéndose la cara por vergüenza.

Se lamentaba, pidiendo disculpas, llamándose mala madre y culpándose. Aksel trató de calmarla, pero las palabras no la ayudarían, no en ese momento.

Me agaché a su lado, logrando que nuestros rostros estuvieran a la misma altura y se desahogara, con los ojos fijos en los míos. Apenas tenía energía para llorar. Terminó negando con la cabeza y moviendo los labios sin emitir sonido.

Logramos que accediera a bajar. Necesitaba levantarse, comer y recuperar fuerzas. Aksel se encargó del desayuno y yo de llevarla a la mesa para que bebiera agua. La tuve que ayudar por sus manos temblorosas.

Las lágrimas se deslizaban por su rostro. Intentaba ocultarlo al mirar en dirección contraria o al vaso sobre la mesa.

Comimos sin hablar. Mamá apenas tomó un par de bocados y un jugo de naranja. Fue cuando el desayuno acabó que se notó el silencio. Nos aplastaba junto al pasado y las mentiras a medias que manteníamos entre nosotros y con el mundo. El pesar, el dolor, la culpa.

No te enamores de Mia © [LIBRO 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora