25_Si ella se queda

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Amaia acababa de ver al monstruo dentro de mí, lo que era. Acababa de ver a mi padre...

—Yo me encargo, Nika —dijo mi hermano, logrando que apartara la vista de ella—. Ve a tu habitación.

Mi madre dormitaba en el suelo, rodeada de vómito, ajena al dolor en mi pecho o lo que acababa de suceder. No podía dejarla.

La mano de Aksel sobre mi corazón, tal cual mamá solía hacer, me obligó a verlo a los ojos. No necesité sus palabras para entender lo que quería decir.

«Tú lo has hecho siempre, yo lo haré hoy».

Necesitaba que lo hiciera, yo no podía.

Salí por la otra puerta, incapaz de pasar junto a Amaia para escapar de aquel infierno.

Mis piernas subieron la escalera y me llevaron al baño. Las manos se deshicieron de la ropa y el instinto me condujo a la ducha.

El agua debía estar fría, no lo sentí. La temperatura, el sonido, el aire que corría por la puerta abierta y salía por la ventana, tampoco. No sentía nada, solo vacío y silencio.

Acababa de trasladarme al pasado. Ese día Nikolai estaba en la casa y sus palabras, como todas las que me dedicara, quedaron tatuadas en mi memoria.

Jamás las había revivido de aquella manera o mezclado con la realidad. Tampoco sentir que me tocaba, o peor, confundirlo con mi hermano.

Quizás estaba perdiendo la cordura.

¿Habría sido así para él cuando lo despidieron?

Quizás era la marca del inicio, del camino a terminar como él.

Me dejé caer en la bañera y abracé mis piernas. Descansé mi frente en las rodillas y pude escuchar el sonido del agua.

Estuve tanto tiempo en la misma posición que mis piernas se entumecieron y los músculos de mis brazos terminaron agarrotados por el agua helada que me bañaba.

Sin secarme y solo cerrando la llave, me vestí con el viejo pijama lleno de agujeros que tenía junto a la puerta.

Me senté en el colchón que descansaba sobre el suelo, mi cama. Encorvé la columna hasta abrazarme a mi mismo.

Mi cabello goteaba sobre el suelo desgastado. A pesar de la oscuridad, veía las gotas, podía contarlas.

Mi tiempo había llegado a su fin. Por primera vez el miedo era realidad, me empezaba a convertir en él.

La expresión de Amaia no me abandonaba. Lo vio todo. Desde la desgarradora verdad de mi madre, hasta mi verdadera naturaleza.

Desde aquel día en la carretera, me prometí no lastimarla, hacerla sufrir o ignorarla. No ser un idiota, no alejarme. Acababa de romper esas promesas y sería ella quien, con todas las razones, se alejaría.

No podía culparla por sentir miedo. Seguramente estaba en su casa, aterrada e incapaz de dormir; convencida de que acercarse a nosotros había sido su peor decisión.

Nunca debí permitirlo. Aksel tuvo razón al querer construir una barrera entre nosotros. En ese momento, ella también sería consciente y la pequeña ilusión llegaba a su fin.

La había perdido, como todo lo que me importaba.

—Nika.

Su voz me hizo alzar la vista y creí que estaba alucinado.

Avanzó lentamente con las manos a su espalda, la mirada nerviosa e incapaz de controlar el temblor de su labio.

Me puse de pie y la alcancé, creyendo que se desvanecería si estaba lo suficientemente cerca. No fue así.

No te enamores de Mia © [LIBRO 2]Where stories live. Discover now