—Perdón por la palabrota, pero verá... — me encogí de hombros.— Me he quedado sin pila.

—¡¿Por qué demonios no tiene pila?! — gritó molesto.

—Yo jamás imaginé que algo como esto nos pasaría — respondí molesta pero sin levantar mi tono de voz, aunque ganas no me faltaron.

No respondió, simplemente se quedó callado analizando la situación. Lo siguiente que hizo fue desaparecer de mi campo de visión en dirección a lo que parecía ser su oficina. Y cuando estaba a punto de ir en su busca, él regresó con dos velas y un encendedor en mano.

— Toma una y sígueme — dijo — Vamos a bajar por nuestra cuenta.

No respondí, simplemente lo seguí en silencio. Un silencio que él no respetó y lo maldije por eso.

¡Desgraciado, insistente y oportunista!

—Sara, sobre lo del...

¡No de nuevo!

—Olvidé decirle que mañana tiene una importante junta con el papá de la señorita Amelia. — le corté el rollo inmediatamente.

—Ya lo sabía — respondió irritado — Lo que yo quiero decir...

¿Por qué no solo se rendía?

—Solo lo decía por si acaso — continué bajando las escaleras tras él. De ninguna manera lo dejaría continuar. — Sería malo si llegase a olvidarla y yo no quisiera llegar a sentirme culpable si eso llegase a pasar. Ya sabe, me dejaría muy mal parada como su secretaria.

—¡Quieres call...! — se quedó a media frase, pensativo — ¿Qué es ese olor?

Empezó a mover su nariz olfateando el aroma y noté como empezó a aspirar con más fuerza mientras avanzábamos muy despacio.

— ¿Olor? — pregunté.

—Si — olfateo deteniéndose de golpe — Eso huele como a... Quemado.

Entonces me di cuenta de que su camisa estaba prendida en llamas por culpa de la vela que acerqué demasiado a su cuerpo.

—¡Su camisa se está quemando! — grité fuera de mi — ¡Ay, dios! ¡Ay, dios!

—¡Carajo! — lo escuché gruñir.

—¡¿Qué hacemos?! — grité moviéndome de un lado a otro, asustada — ¡Ay, no! ¡Se va a quemar!

—¡Mierda! — maldijo por lo bajo.

—¡Vamos a morir! — grité al borde del llanto —¡Vamos a morir! ¡Ay, no quiero morir! ¡Aún soy muy joven!

—¡Sara! — lo escuché gritar, pero no le tomé importancia.

—¡Se va a incendiar todo el edificio y usted y yo moriremos calcinados!

—¡Quiere callarse! — gritó y logró callarme — ¡No es para tanto!

Comenzó a soplarle a la parte baja de su camisa dado que la llama aún era pequeña - me atonte por el miedo, seré idiota - pero por alguna razón cuando avanzó a la parte delantera de la camisa el fuego comenzó a extenderse más rápidamente mientras que él daba vueltas con la intención de apagarla.

—¡Quítesela! — grité.

Y lo hizo. En un movimiento rápido la sacó de su cuerpo y la comenzó a pisar hasta apagar la flama que había aumentado de tamaño.

—¿Cómo es que se incendió tan rápido? — cuestioné mirando la camisa blanca tirada y chamuscada sobre el suelo.

—Derramé un poco de alcohol en ella hace un rato — musitó, molesto.

Al levantar la mirada en su dirección, me quede atónita. No, atónita no, embobada. Fue como si lo hiciera en cámara lenta y con gráficos de muy alta calidad

¡Madre mía!

Con la poca luz que entraba por la ventana pude ver lo perfectamente trabajado que estaba su torso. Cada músculo, cada línea y cada nervio se marcaban a través de ese perfecto cuerpo masculino ligeramente bronceado.

Tal cual lo imaginé.

Quería abrazarlo y sentir el calor de su cuerpo, el cuál estaba cubierto por pequeñas gotas de sudor. Y esos brazos... Esos brazos llenos de venas que podrían cargarme sin esfuerzo alguno.

—¡Sara!

—¿Qué? — me vi obligada a mirarlo a los ojos y debía decir que lucía realmente molesto — ¿Pasa algo?

No pude evitar tragar con dificultad.

—Dios — resopló sobándose las sienes — Un día de estos va a matarme.

—¡Perdóneme! — uní ambas palmas provocando un chasquido al hacerlo y luego me incliné un poco hacia delante mientras las frotaba — No fue mi intención incendiar su camisa.

—Ni golpearme con la puerta de mi microondas, ni inventarme una enfermedad de trasmisión sexual...

—Si, ya entendí — Murmuré.

—Dame el encendedor — me pidió de muy mala manera y yo no pude evitar notar cómo los músculos de su cuerpo se tensaron al hacer ese ligero movimiento de manos.

¡Pervertida! Eso era yo.

—Cúbrase — me volteé avergonzada y le ofrecí el encendedor muy torpemente. Tanto que terminé por soltarlo en el aire.

Lo escuché gruñir molesto y enseguida lo recogió del suelo junto con lo que quedaba de su camisa, colocándola por encima de sus hombros para cubrir gran parte de su magnífico cuerpo.

¡Adiós músculos!

—Mi saco está en el auto — respondió para continuar bajando por las escaleras.

Seguimos el camino en un silencio total, pero lo cierto era que yo no podía dejar de mirar aquella espalda ancha que se marcaba a través de su ropa quemada.

LA CHICA DESASTRE ©° حيث تعيش القصص. اكتشف الآن