39. El Deber de un Rey.

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La nieve apenas comenzaba a cubrir la superficie azabache, subí los cuatro escalones que nos separaban y abrirlo fue más pesado de lo que creí, pero al verlo la imagen fue parecida a la que hubiera apostado.

Un semblante serio y preocupado aun en la muerte, vestía un traje con el negro de Lysander y los detalles plata de Eskandar, pero en poco más se parecía a sus hijos.
El pelo gris no era del mismo blanco perlado de uno, ni la palidez la misma de Lysander.

Cuando lo toqué, el escalofrío subió por mi piel, para adentrarse como un nudo en mi estómago.

Ví el mundo a través de una cortina de escarcha, fue borroso, y luego se esclareció a través de sus ojos.

Mis extremidades se sentían pesadas, adormecidas como si no formaran parte de mi cuerpo. Tenía que hacer un esfuerzo para mantener mis párpados abiertos, pero quería hacerlo porque podía captar una presencia.

Incluso en su somnolencia, el rey no había tardado en percibir lo que ocurría.

──¿Aún tienes algo de amor por tu padre? ──La voz era seca y áspera, como sacarle notas a un laúd de cuerdas viejas.

No reconocí a Lysander, a sus ojos muertos, ni a la brusquedad con la que ocupó el asiento junto al lecho de su padre.

──Por eso tomarás la botella.

──Hijo...

──Si te dejo vivo, Raelar te obligará a abdicar y tomará el trono.

Intenté dar una gran bocanada para hablar, pero el aire quedó atascado en mi garganta, la tos manchó la mano de sangre.

──No lo...

──Lo harás, porque eres débil.

Como una pintura desgastada, la fachada indemne del príncipe comenzó a caer, todas las grietas se abrieron para dejar ver a un joven hueco.

──No debes hacer esto.

──No debería, pero Raelar nunca me dejó las cosas fáciles.

La aflicción de Aeto estuvo a punto de ahogarme, pero no se debía a él, no a sus achaques, ni a su enfermedad.

──Mi niño, eras mi orgullo.

──Hasta que me consideraste un monstruo, así que me largaste a las garras de uno.

Ver la rabia dominando la expresión siempre vacía de Lysander parecía romper con alguna clase de equilibrio.

──Me dijo que te protegería, yo no sabía lo que eras, tu poder... pensé que él haría lo mejor.

──Me encerró por años, crecí recluido como si hubiera hecho algo mal, por nacer, por existir.

──Hijo…

Lysander sonrió, una sonrisa ácida que apenas levantó una de sus comisuras, sus ojos brillaron por la humedad de las lágrimas.
Hasta entonces reparé en su pelo opaco, o en las ojeras violáceas marcándose bajo sus ojos.

──No hay un día en que no me arrepienta, dejé que te arruinara…

Sacudió su cabeza, la sonrisa cínica se apagó en su usual expresión vacía, evitó mirar a su padre, con su vista clavada en el suelo.

──Muestra algo de afecto alguna vez, y muérete.

El rey extendió su mano y su hijo le ayudó a tragarse hasta el último resto de veneno.
Pese a sus palabras frías, Lysander no abandonó el lugar a un lado de su padre, lo último que escuchó el rey mientras la vida se le escapaba, fueron los sollozos de su hijo en la oscuridad.

Sonata Siniestra©Where stories live. Discover now