35. El héroe de los Demonios.

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Eso no detuvo a Eskandar.

──Olvídalo, mon coeur, no tiene caso seguir ocultando nuestro amor.

Alcé una ceja con escepticismo.

──Y vinieron hasta aquí, a las mazmorras.

──Fetiche de Ela, yo solo la sigo ──explicó muy solemne──, ya sabes, cosas de un tipo enamorado.

──No es verdad.

Ela intentó darle un puño en el estómago, pero Eskandar la sujetó por la muñeca.

──Sí que lo es.

Al notar su cercanía, fue ella quien lo empujó para alejarlo, luchando con el bochorno.
Los miré con extrañeza, aun así, me percaté de que no había restos de tierra en sus ropas, ni se veían desalineados y el pelo de ambos estaba en perfecto estado.

──Pues habrá sido el peor polvo de su vida. ¿Qué hacen aquí?

──Por favor no le digas a Lysander, Astra ──Ella tenía la mirada puesta en el piso──. Él confía en mí.

Y no en Eskandar, hacía muy bien.

Cuando volví al aludido, él se veía un poco más serio, solo unos segundos antes de continuar con su extravagancia.

──Como verás, esto no debe salir de aquí, Lysander me mataría si se entera ──Me tomó del brazo para ponernos en marcha──. Y Anya colgaría mi cabeza después, ya sabes que ella ya quiere hacerlo sin ninguna razón aparente.

──Hoy estás especialmente molesto, Eskandar.

──Eres tan mala cuando tienes el corazón roto.

──Eskandar.

No estaba segura de si el tono en mi voz fue suficiente advertencia, pero él hizo el resto del camino en silencio. Salimos en una de las galerías, el blanco marfil y la iluminación excesiva de los ventanales fueron una gran oposición al negro cerrado del subsuelo.

Finalmente, Eskandar dejó exhalar un suspiro mientras se recostaba contra una columna, donde un león grabado en relieve parecía trepar.

──No ocurrió nada con Ela.

──No me digas.

Una sonrisa delineó sus facciones, tan rígida y dura como un corte realizado en hielo.

──Solo no le digas a Lysander, Astra.

──No lo haré.

Pocas veces había visto a Eskandar caminar en el borde, un momento en el que tambaleaba su actitud siempre confiada.
Decidí que lo dejaría volver a terreno seguro, y no volví a insistir. Por mi parte, agradecí que ellos hubieran estado demasiado ocupados en excusarse como para preguntar qué hacía yo ahí.

──Supongo que ambos seremos buenos en guardar secretos.

Lo sostuve en mi mirada severa como una soga que cargar al cuello.

Todavía no olvidaba su traición, siempre supe tener buena memoria para recordar lo que me hacía daño.

──Astra ──Eskandar tiró de mi brazo para devolverme a mi lugar──. Sabes que es lo mejor, en la Corte, han empezado a murmurar sobre ti.

──No es mi culpa ──me defendí con rabia.

──No lo es, chérie, y por eso es mejor mantenerte lejos de las habladurías, ellos respetan a su Gran Primer Comandante ──ironizó──. Te dejarán en paz.

──Me gustaría que el respeto que me profesan no dependiera del tipo con el que me acuesto.

Eskandar suspiró de forma pesada, pasando sus dedos entre las hebras de cabello blanquecino.

──Lo sé.

──¿Tú lo haces, Eskandar?

Me miró como si no entendiera la pregunta.

──¿Respetas a Raelar? ──Recordé la admiración con la que lo observó en el torneo──. ¿Lo crees un héroe?

La lluvia azotaba con fuerza tras los arcos que daban a uno de los patios interiores, la noche cerrada se habría paso entre halos de luz pálida.

Eskandar alzó su mirada a la cortina de agua frente a nosotros.

──¿Lo admiras? ──presioné.

La sonrisa que tiró de sus labios, fue ajena y mezquina, rompiendo su fachada perfecta.

──Tú sabes la respuesta, Astra.

Pero cuando volví a mirarlo, sus ojos me sostuvieron con detenimiento.

──Cuando Raelar atacó esa ciudad ──comenzó como si cada palabra trajera una imagen consigo──. Recuerdo que estaba aterrado, tenía como diez años y me oriné en los pantalones solo con ver la caravana de soldados que irrumpieron en Fuko ──La sonrisa tensa hilaba cada palabra──. Luego él se acercó, me tendió un cuchillo y me dijo que desde entonces ya no volvería a sentir miedo, ninguno de nosotros, seríamos a los que temer.

»Me lo repetí todas las noches, mucho tiempo, cuando entré en Venari, cuando nos enviaron por primera vez a una frontera, cuando Raelar me dijo que debía atacar mi primera ciudad, igual que él había hecho en Fuko ──Pareció encontrar divertida la ironía──. Cada vez que me veía luciendo menos como un héroe, y más como uno de esos mercenarios que habían entrado a mi pueblo.

──Pero es lo que hay que hacerse ──terminé la frase cínica con la que siempre se justificaban.

──Creí que esta era la forma de evitar eso, que si nosotros imponíamos ese miedo nos dejarían en paz.

──¿Funcionó?

──Estuve aterrado todas esas veces.

La sinceridad vulnerable en su semblante, me atrajo mucho más que todas esas veces que lo había visto tras su fachada perfecta.

──Raelar no es ningún héroe, si lo fuera seguramente Valtaria ya hubiera perecido hace tiempo.

Y muchos otros pueblos seguirían en pie, pero no dije eso.

──Hasta los demonios necesitan un héroe, chérie ──Sonrió de forma que podría haber encantado a un ejército.

──Guardaré tu secreto, supongo que así se forman las grandes familias.

Caminé lejos de él, sin voltear a confirmar si mis palabras habían calado o no.

Sonata Siniestra©Where stories live. Discover now