El fin del patriarcado

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—Señorita Weasley, Señorita Greengrass —saludó una bruja de pelo lacio, largo y oscuro—. Soy Marisa Bradly, la estilista a cargo de prepararla.

—Un gusto, Marisa —le tendió la mano Daphne.

—Por favor, nada de formalidades. ¿Vamos a trabajar acá? ¿Podemos poner música? —interrumpió Ginny, sonriendo.

—Uhm —Marisa levantó sus cejas, sorprendida por la petición—. Supongo que no habría problema —giró sobre su eje y pareció buscar a alguien entre las personas que ocupaban la sala—. Jon —llamó y un joven con lentes cuadrados se giró y se apresuró a acercarse—, te presento a las señoritas Ginevra y Daphne.

—¡Weasley! —chilló, sorprendiendo a todas— No voy a mentirte, no entiendo nada de quidditch pero mi novio te adora. ¿Podrías darme tu autógrafo?

Marisa carraspeó a su lado y Jon borró la sonrisa de su rostro, tirando sus hombros hacia atrás.

—Como decía, Jon, ¿podrías conseguir un tocadiscos?

—Enseguida.

—¡Esperá! —se adelantó Ginny— ¿Se puede escribir ahí? —le preguntó mirando la libreta que tenía en su mano. El chico asintió— Perfecto, dame —lo recibió y garabateó su firma con un mensaje y una carita sonriendo—. Listo. ¿Empezamos entonces?

Daphne sonrió y la siguió por la sala mientras iban tomandole medidas o decidiendo qué color le quedaría mejor. Cuando la llevaron a una silla, ella tomó prestado un escritorio que habían corrido hacia una esquina y sacando su agenda, se puso a trabajar.

Ginny estaba de excelente humor esa mañana. Tanto que no condecia con el tono solemne del Ministerio de Magia, pero así era ella. Una Weasley no pide permiso.

Mientras la maquillaban, sus pensamientos saltaban de un lado a otro. Pasado el shock inicial (todo había sido tan intenso), sentía que las cosas estaban claras y fluyendo entre las cuatro chicas. Los besos con Hermione, los besos con Pansy. Las caricias indecentes. La charla entre las cuatro, la revelación del acuerdo previo entre su novia y Parkinson, el último beso con Hermione antes de partir. Sí, obvio que era mucho para digerir y había mil preguntas dando vueltas, pero sentía que tenía una red que la sostenía. Y eso no lo había sentido desde que perdieron la guerra.

***

Volver a ver a Narcissa Black fue tan impresionante como verla por primera vez. Cuando ella y Daphne ingresaron a la antesala de la sala de prensa, Narcissa ya estaba allí. Con su postura recta, miraba por una ventana, completamente perdida en sus pensamientos. A su lado, Draco le hablaba con vehemencia. El rubio se calló apenas se dio cuenta de que ya no estaban solos en la habitación.

—Malfoy —saludó Daphne, con una sonrisa.

—Greengrass —se acercó y se dieron un pequeño abrazo— Ginevra, ¿cómo estás?

—Ey, Draco. Narcissa —estiró su brazo para estrechar la mano de la mujer mayor, que se había unido al grupo.

—Señoritas, ¿está lista, Ginevra?

—Eso creo —se encogió de hombros, había intentando no pensar demasiado en eso.

—Disculpen, ya es la hora —se asomó un mago por la puerta.

—Enseguida salimos, gracias —habló Narcissa.

—Suerte, voy a estar al costado —Daphne apretó su mano y le guiñó un ojo.

Ginny asintió y se acomodó su ropa. Había llegado a un acuerdo con la estilista lucía elegante sport. A fin de cuentas, era una jugadora de quidditch. A pesar de eso, estar al lado de la Narcissa Black le generaba un retorcijón en el estomago. No podía evitar sentir que estaba traicionando a todos los muertos en batalla, por mucho que intentara alejar esos pensamientos siempre volvían y la carcomían lentamente.

Bajo su protecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora