Dos Serpientes y una Leona

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—¿Qué le pasa? —preguntó tras el portazo que la Jefa había pegado.

—No tiene un buen día, aparentemente —su secretaria personal se encogió de hombros mientras tomaba asiento nuevamente—, ¿necesitas dejarle algo?

—Sí, pero no te preocupes, voy a enfrentarme a ella —dijo sin apartar los ojos de la puerta.

Dio dos golpes firmes y entró antes de oír "adelante".

—¿Se puede saber qué bicho te picó hoy? Tenés asustado a todo el personal —cerró la puerta tras de sí y caminó hasta tomar asiento frente al escritorio.

—Buenos días para ti también, Parkinson. Si sos tan amable recordame ¿cuántas veces te pedí que no entres si no te autorizo a hacerlo? —habló sin levantar la vista de la carpeta que tenía abierta frente a ella.

—Las mismas que yo te recordé que Pansy Parkinson no espera autorización de nadie.

—No sé si viste el letrero antes de entrar pero soy tu jefa —la miró por un segundo, enarcando una de sus cejas.

—Antes mi amiga, te conozco desde la primera vez que te saqué el chupete para usarlo y me lo cobraste con mi chocolatada de esa tarde. Un pago abusivo si me permitís decirlo.

—Lo voy a deletrear más lento a ver si te entra s o y t u j e f a.

—Pasaste toda tu adolescencia gimiendo mi nombre en los recovecos del Castillo.

—Okey, primero: no fue toda mi adolescencia. Segundo, vos gemias también el mío. Y tercero, ninguno de tus argumentos invalidan el hecho de que tenés que mostrar respeto por mí aquí dentro. Aclarado eso, ¿necesitas algo más? Porque tengo mucho trabajo —señaló la pila de carpetas que aún no había revisado.

—Wow, a vos sí que te vendría bien gemir algún nombre. Cualquier nombre.

Si las miradas mataran, Pansy Parkinson estaría dejando esta vida.

—En serio Daph, ¿qué te pasa?

"¿Qué me pasa?" se cuestionó, perdiéndose rápidamente en sus recuerdos.

A Daphne le resultaba cada vez más difícil no quedarse observando a Ginny mientras su mente fantaseaba. Lo descubrió una tarde cualquiera en la que estaban en el estudio, ella sentada en su escritorio leyendo informes cuando levantó la vista y se encontró con la bruja completamente perdida observando el mar. Tenía una mirada nostálgica. Le pareció que podría estar recordando a sus muertos en batalla, los cuales nunca nombraba. Pero tampoco eran amigas, de sobras se notaba que la chica aún no sabía si confiar en ella. Hacía bien.

Quizás pensó tan fuerte que la llamó mentalmente, porque ésta se giró y ojos azules chocaron con la profundidad avellana de la otra como las olas del mar cuando rompen contra el muelle. Fue tan intenso que sintió vértigo, vio una vulnerabilidad tan marcada, tan transparente que la desconcertó, ella acostumbrada a las máscaras, a resguardar el dolor, a ocultarlo.

—¿Todo bien?

La pelirroja asintió y unos mechones rebeldes se desprendieron de su cola de caballo y cayeron por sus mejillas pecosas. No pudo ni quiso evitar delinear aquella boca de labios pálidos y carnosos que se veían tan apetecibles.

"Esto definitivamente no estaba en los planes".

—Eh que sigo aquí, espabila.

La rubia volvió de golpe a su oficina.

—Lo siento, ¿qué decías?

Pansy sonrió burlona y se acomodó mejor en la silla, sin sacar sus penetrantes ojos verdes de los de su amiga.

Bajo su protecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora