Miré a todas. ¿Qué decirles? No era de su incumbencia. Ya iba a responder algo así cuando un alboroto en el patio llamó nuestra atención. Los chicos del equipo de básquet se levantaron primero y nosotras los seguimos.

Grecia le gritaba a Paul, quien estaba en el suelo. Liam llegó de inmediato a proteger a Grecia y mi hermano no espero explicaciones, lo levantó del cuello de la camisa.

—Eso es lo que eres, una puta ¡y todo lo saben! —Paul tuvo la audacia de gritarle incluso con mi hermano agarrándolo.

Mala decisión, Tiago lo volvió a sentar de un puñete.

Corrí hacia mi amiga, estaba alterada, con ganas de llorar. Todos cuchicheaban y un maestro no tardó en llegar y mandar a mi hermano y a Paul a la dirección.

—Grecia ¿qué pasó? ¿Qué te hizo?—le pregunté.

—Le dijo a todos en el curso que le ofrecí sexo oral a cambio de dinero y que hice un trío con Liam y tu hermano —explicó en sollozos.

—Es un imbécil, no hagas caso a lo que dice, todos sabemos que quiere fastidiarte porque nunca le prestaste atención.

—Ya lo sé, pero se lo dijo a su madre y su madre se lo dirá a la mía y yo estaré en peores problemas. Ya han hablado de mandarme a un internado.

Liam se unió a mí para consolar a Grecia y tuvimos que separarnos cuando tocó el timbre. Le hice recuerdo a Grecia de vernos después de clases en el mirador. Ella asintió en respuesta, mas no estaba segura de cómo iba a poder verme si es que la habían castigado.

Mi hermano regresó al aula a mitad de la clase de historia, relajado como siempre. A la salida me explicó que su único castigo sería perder los recreos de la semana. Una pelea así, en mi escuela era una suspensión de días, mas el director estaba demasiado contento con la clasificación al nacional.

Llamé a mi madre diciéndole que Tiago y yo iríamos a estudiar a casa de un compañero y le pedí a Aaron y Liam que fueran por separado a nuestro punto de encuentro. Mientras menos nos vieran juntos, mejor. Una vez reunidos, buscaríamos la forma de rescatar a Grecia, a quien su padre había ido a recoger.

Con mi hermano ya nos disponíamos a dirigirnos al mirador, cuando alguien desde un auto rojo descapotable nos tocó la bocina.

No tardamos en reconocer a nuestro padre en ese auto que se veía nuevo.

—¿Papá, compraste otro auto? —le pregunté impresionada. El salió del asiento del conductor, directo a abrazar a mi hermano.

—Sí, un premio para mi hijo, por sus dieciocho años y clasificar al nacional.

La quijada casi se me cae al suelo con su explicación. Tiago no se lo creía, brincaba de la emoción. Mi padre le extendió las llaves y corrió a ponerse tras el volante.

—¿Tiago se ganó un auto? ¿Y qué hay de mi? ¡yo también cumplí años! —me quejé. No solía quejarme por cosas materiales, mas se me hacía tremendamente injusto.

—Tu hermano va a llevarte donde quieras —mi padre me explicó poniendo su mano sobre mi hombro, sin dejar de mirar orgulloso a Tiago—. Lastimosamente debo regresar al hospital, solo quería sorprenderte. —Se agachó a hablarle por la ventanilla abierta—. Felicidades, disfrútalo.

Los chicos que salían de colegio corrieron a rodear el auto y algunos a subirse. Yo seguía indignada. Mi hermano se ganaba un auto por ser hombre. Eso era todo, aunque mi padre no lo admitiera, ya que ni Marina, mi hermana mayor, había recibido uno por parte de mis padres. Coral y Daría estarían igual de enojadas que yo, y capaz mi madre se sumaba, no porque quisiera un auto para mí, sino porque de seguro mi padre lo había comprado para Tiago a espaldas de ella.

TransalternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora