Capítulo XXVI

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Aterrizo con cuidado en la entrada de la casita de madera del lago. Si me doy la vuelta puedo ver el imponente castillo cerca. Por un momento me siento tentada a ir hacia allá. Despedirme de Nicolas y Gwen por si me pasa algo. Decirles que los quiero que quiero que sean felices y que no me lloren cuando ya no este. Pero me limito a morder mi labio inferior y entrar en la cabaña con rapidez. Por dentro se ve algo vieja pero sigue siendo acogedora. Camino asta llegar a la puerta del sotano. Me quito el colgante que llevo en el cual esta colgada la llave y la meto en la cerradura. Esta se abre facilmente dejando ver unas escaleras que parece que bajen asta el mismisimo infierno.

Inspiro profundamente y comienzo a descender las escaleras de madera. Hacía tiempo que no venia a este lugar. Que no me adentraba tanto en mi pasado. El olor humedo me llega como una patada. Tendria que haber bajado a limpiar o llamar a alguien para que lo hiciera. El sotano esta lleno de cosas antiguas. Muebles viejos y en desuso y algun que otro libro polvoriento. En medio de la estancia hay una alfombra de aspecto viejo y sució. Le doy una patada y la aparto dejando ver una trampilla. La abro con la llave y solo se ve oscuridad. Inspiro profundamente de nuevo y me dejo caer en su interior. Más o menos hay cinco metros de caida y luego ya estoy en el suelo de nuevo. Formo una bola de fuego en mi mano y el lugar se ilumina, puedo ver varias antorchas y lanzo el fuego para endenderlas. De inmediato arde llenando de luz todo el lugar. Desciendo por el pasillo de piedra, como si fuera al mismimisimo centro de la tierra, asta llegar a una sala enorne. Las antorchas comienzan a encenderse en la lejania cada vez más lejos. No se ve el final del lugar. Mis ojos se abren de par en par. Siempre me pasa al ver la magestuosidad de mi herencia como la ultima Alas Negras.

Montañas de oro que llegan asta el techo de unos doscientos metros de altura. Candelabros de un valor incalculable. Ni el gran tesoro del Rey Salomon se podria comparar a esto. Las salas con oro se extienden como si no tubieran fin. Pero no es para ver esto por lo que he venido. Pego un salto y vuelo asta una entrada cerca del techo. Pasa totalmente desapercivida a causa de que se encuentra en una esquina oscura. Camino con paso firme hacia el sitio que he estado buscando. A veces me sorprende que todo esto se encuentra bajo un lago enorme y en ningun momento se haya inundado. Supongo que es la maestria de los artesanos de mi raza lo que ha evitado esa catastrofe. Abro una puerta de madera vieja y entro a una pequeña sala con un escritorio de madera de roble, un pequeño armario abarrotado de pergaminos antiguos, un espejo con marco de oro y finos grabados, un baul enorme de estos con pintas de antiguo y un pequeño sofá. No es gran cosa pero teniendo en cuenta lo humedo que es esto ya esta bien.

Me hacerco al baul y agachandome lo abro sin mucho esfuerzo. Dentro hay muchas cosas. Mi diario de hace tres mil años, unos vestidos viejos que antes eran de mi madre y unas dagas de oro blanco con rubies en el mango. Aparto todo eso para encontrarme con un paquete. Lo saco y guardo lo demás cerrando de nuevo el baul. Desato el lazo que lo mantiene cerrado y me encuentro con lo más importante. Mi ropa de cazadora. Una capa de terciopelo rojo como la sangre, una camisa blanca que dejaba mis hombros al descubierto (camisa tipica de mujer en la época medieval), un corse negro que me coge del pecho asta la cintura, unos brazaletes de cuero negro con adornos de metal inoxidable, unos pantalonesde cuero negro ceñidos y unas botas de piel del mismo color. Sonrio al ver el conjunto y rapidamente me comienzo a desvestir. Si voy a resucitar de nuevo y completamente al Ángel de la Muerte, su vuelta tiene que ser memorable.

Ato mi melena en una trenza para el costado izquierdo y le pongo un lazo del mismo color de la capa. Me miro al espejo totalmente vestida. Es como dar un salto al pasado y volver a la época de guerra. Suspiro y me coloco el medallon de los Alas Negras. Me subo la camisa y hago un nudo para que deje a la vista mi vientre plano y el tatuaje que esta grabado en el lado izquierdo de mi cadera, ese que hace que nada más verlo sepas con certeza que vas a morir. Durante la guerra de cazadores contra vampiros surgieron rumores de un ángel vengativo con el tatuage de un cuervo. El cuervo simbolo de la muerte hizo que todo el mundo me llamara Ángel de la Muerte y se me quedara ese sobrenombre.

Holmes "El Angel de la Muerte" [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora