Capítulo I

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Año 1532, en una aldea de actual Gran Bretaña.

-- ¡Cogedla! ¡Que no escape!

Los aldeanos me persiguen. Creen que soy una vampiresa. Estúpidos. Lo que tienen delante es un monstruo mucho peor.

Corro delante de ellos a paso humano. Me gusta tomarles el pelo haciéndoles creer que tienen una posibilidad ante mí. Como si los ajos, las estacas, el agua bendita, las antorchas y todo lo demás pudieran hacerme daño. Ilusos.

Sin embargo, me estoy empezando a ebfurecer. Por culpa de esos estúpidos niños inmortales me estoy quedando sin cenar. Con lo que me apetece esa empanada de carne que me había preparado la mesera.

Una flecha roza mi piel y se clava sobre una pared hecha de madera. Detengo mis pasos en seco, ya estoy harta de huir de unos simples humanos. Yo, la que se supone que debe hacer que la gente tiemble solo al escuchar su nombre.

-- ¡Ahí está! ¡Rápido antes de que vuelva a echar a correr! -dice el cabecilla.

Se piensan que estoy cansada. Idiotas, no se dan cuenta de que están cavando su propia tumba.

Me doy la vuelta y me dispongo a enfrentarme a ellos. Mis colmillos se alargan, llevo mucho tiempo sin beber sangre. Hoy me voy a dar un capricho. Primero acabaré con ellos y luego con los tres niños inmortales que unos idiotas han creado. Por una vez les haré un favor a los Vulturis.

Los aldeanos me rodean apuntándome con flechas de punta de madera. Ja, estos humanos nunca aprenden. Uno, dos, tres. Me muevo a una velocidad impresionante ante su punto de vista. En una milésima de segundo ya están todos muertos.

-- Lo siento, pero, no me gustan los farsantes que se creen que saben lo que están haciendo y resulta que no tienen ni idea. Y no soy un vampiro, soy un demonio -les digo.

El título que nos pusieron los vampiros hace siglos cada vez resuena más aunque ya ha perdido el verdadero significado que en antaño tenía.

Cojo el cuerpo del cabecilla. Aún respira. Por poco tiempo. Hundo mis colmillos en su cuello, si voy a enfrentarme a un aquelarre y a tres niños inmortales necesitaré tener todas mis fuerzas. Dejo caer el cuerpo totalmente seco del humano.

La aldea en la que he estado viviendo tres años está completamente en llamas. Cojo de nuevo el cuerpo del cabecilla y lo lanzo al interior de una casa que se está quemando. No puedo dejar que nadie vea en su cuello las dos incisiones de mis colmillos. De lo contrario, los Vulturis sabrán que estoy viva. Con algo de suerte el fuego acabará con la evidencia.

Sigo sin entender como consiguieron vencer a toda mi especie. Bueno sí. Si no tomamos sangre somos iguales a los vampiros o incluso más débiles. Es solo con la sangre que somos mucho más poderosos. Y los muy estúpidos se negaron a beber. Normal que quedaran masacrados.

Comienzo a caminar rastreando dónde están los niños vampiro. Toda la aldea está impregnada de su olor. Vaya y encima son neófitos. La situación no podría ser peor. Llego a una casa que no está en ruinas. Dentro hay un niño, de cabello castaño de no más de dos años, con una muchacha entre sus brazos. La pobre está casi muerta. Me apoyo en el marco de la puerta y contemplo la escena.

-- Que aproveche -digo rompiendo el silencio.

El niño suelta el cuerpo seco de la muchacha y se gira hacia mí. Debe sentirse atraído por el sonido de mi corazón palpitando.

-- Gracias -dice.

Esa sonrisa que tiene, mientras los hilos de sangre caen por los lados de su boca, me enferma.

Holmes "El Angel de la Muerte" [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora