El libro rojo

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"Libro rojo, ¿puedo entrar a tu juego?"

Vivi despertó sobresaltada. De verdad estaba teniendo pesadillas con los videos de Candle Cove, tenía la piel erizada, y en las zonas donde tenía el pelaje más abundante, incluso había resultado doloroso. Se frotó con las palmas de las manos para aplacar la sensación, sintiendo un par de escalofríos seguidos.

Miró el reloj, recién daban las dos de la madrugada. No creía que fuese a dormirse de nuevo porque se había acostado a eso de las seis de la tarde, completamente agotada luego de una maratónica semana con transmisiones diarias, así que fue al baño para darse una ducha.

Lo hizo rápido, la cabina era demasiado estrecha como para que fuese medianamente cómodo, pero necesitaba hacerlo por mucho que sospechara que la peste del edificio se le iba a impregnar de cualquier manera.

Preparó la cafetera. El pago de Vox había llegado puntual todos los días a las 4:30 de la tarde. Apenas acababa la transmisión cuando un diablillo, siempre diferente, llamaba a la puerta entregándole el sobre, para luego escabullirse antes de que alguien lo abordara para averiguar si llevaba algo más consigo.

Sentada en el minúsculo comedor, miró a su alrededor la desprolija estancia que mezclaba el comedor, la cocina y la sala de estar, que era básicamente un sillón de una plaza con mesa de centro, ya que había sacrificado el espacio destinado a la sala para montar el negocio.

Los muros estaban resquebrajados y ligeramente enmohecidos, sucios de quién sabe qué y sin importar cuando lavara, las baldosas seguían pareciendo una escena del crimen con marcas de sangre y quemaduras.

La cocina era un asco, la habían desvalijado antes de que llegara, llevándose hasta las puertas de las alacenas, por no hablar de las tuberías.

¿Para qué las ocuparían? ¿Reciclarían el metal?

Levantó la vista, sus vecinos de arriba parecían estarse reconciliando fogosamente luego de la discusión de hacía unos días en que el tipo salió volando por la ventana.

Y abajo había una fiesta que, muy seguramente, acabaría en orgía.

Se preguntó si todo el infierno funcionaría con la misma dinámica. Lo cierto era que no albergaba esperanzas de encontrar un barrio suburbano con vecinos amables que le llevaran una gelatina el día que se mudara, pero quizás habría demonios un poco más... refinados, porque no era lo mismo el pecado que la vulgaridad, o al menos eso esperaba.

Sin embargo, la inquietud que realmente tenía era ¿qué significaba realmente trabajar para un demonio? ¿Se ofendería si pedía por escrito alguna garantía? Sobre todo, considerando el ritmo de trabajo que habían tenido las últimas semanas, nada le garantizaba que fuera peor.

Chilló cuando escuchó disparos, y una bala entró por la ventana.

Se tiró al suelo, buscando ocultarse bajo la barra que separaba la cocina con el comedor.

Hubo gritos, carcajadas, más disparos y luego el arrancón de los autos.

Tras un rato de aparente calma, se animó a volver a la mesa.

—Supongo que, si es peor, siempre puedo volver —se dijo.

Miró el reloj de la pared. Estaban por ser las tres, y una idea le mejoró el ánimo.

Tomó su taza y fue al despacho. Se paró frente al pequeño librero extendiendo la palma de su mano, concentrándose para tomar el libro más indicado. Eligió uno y fue con él a la mesa, acomodándose en la otomana. Miró de soslayo el reloj de esa sala, tenía un par de minutos para completar el ritual, así que sacó de un cajón bajo la mesa el cuaderno de notas y un lápiz.

La médiumWhere stories live. Discover now