¿Se acabo?

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-Bienvenidos a este consejo de guerra extrordinario, estamos aquí para juzgar a estos dos soldados del regimiento de Zamora nº8 cuyos nombres son:

-Juan Ramón Fernández

-Si, es así.

-¿Y su nombre es..?

-Viriato Acuña Campeador,

-Mm...de acuerdo -no terminan de creerse mi sobrenombre- se les acusa a los dos de conspiración y traición, ¿Qué tienen que decir en su defensa?

Se adelanta Ramón para exponer: -primero queremos saber las pruebas contra nosotros así como los testigos presentes y opiniones del gentío, señor.

-¿Están de acuerdo los presentes en esta mesa? -todos responden al unisono afirmativamente- le cedemos la palabra al coronel Vicente Bobadilla.

-Las pruebas concluyentes son estas cartas interceptadas al soldado Viriato donde se relata coger el mando de este regimiento después de asesinarme con cianuro, al tener el mando se aliarían con los nazis para tomar España y esta ciudad. Con el permiso de la sala, llamo a los siguientes testigos.

Los testigos comienzan a desfilar cual pasillo de tapia de cementerio, todos con un mismo patrón de sobornabilidad y argumento de vernos a los dos hablando sobre como matar a Vicente Bobadilla y aliarnos con los nazis que nos recompensarían con dinero y gobierno en España. Al finalizar, el consejo decide reunirse para dar el veredicto sobre la causa presentada, Ramón y yo nos quedamos allí esperando la respuesta mientras la gente desaloja aquel tribunal improvisado en el teatro de la ciudad, éste decide romper el silencio diciendo en voz baja casi al oído:

-Ts, tranquilo, no nos fusilan. -confiesa en un tono tranquilo -.

Aquella respuesta me pilla sorprendido -¿y tú como lo sabes?

-Somos los que más cojones echamos al asunto, y si nos fusilan hay motin a bordo. -concluyendo dicendo con esa media sonrisa tan caracteristica de él-.

Después de varias horas, reaprecen los jueces-árbitros comandados por Vicente Bobadilla y su sonrisa maquiavelica para empezar a decir:

-Señores, tenemos un veredicto...¡silencio en la sala, por favor! como iba diciendo tenemos ya la decisión tomada, de pie por favor, -nos ponemos de pie- este tribunal ha decidido que son culpables de los cargos presentados, su condena sería el fusilamiento pero debido a las circunstancias bélicas como recoge el manual militar serán relevados de sus puestos para encargarse de las avanzadillas y escaramuzas a las líneas enemigas. -sentencia con el golpe de mazo-, pueden retirarse.

Mi cara es un poema, somos mandados al peor lugar de esta guerra, el sitio donde tenemos más bajas, es una muerte segura. Juan Ramón parece leerme el pensamiento a través de los ojos e intenta consolarme:

-Tranquilo, chico, es mejor que estar bajo tierra aunque tú ya lo hayas comprobado de primera mano. -dice con una sonrisa que delata tristeza-.

Salimos de aquella sala hacia el lugar donde están nuestras pertenencias, sigo sin creerme que nos manden al mismísimo infierno, cojo la mochila donde está la poca ropa que llevo, la cantimplora, las armas y sus cartas, si supiera ella lo que me está ocurriendo...Después de caminar unos cuantos metros llegamos a un lugar del bosque donde los árboles carecen y las huellas de bombas, tanques y balas es visible al ojo humano, a unos metros se puede ver el campamento avanzado de los nazis; volviendo a nuestro pequeño campamento nos recibe el hombre al mando, un teniente llamado Rubén Martorell que todos le apodan "general Martorell" que está al mando de esta sección de treinta hombres aproximadamente que cubre esta frontera provisional:

-Ustedes son los condenados, ¿no? -Dice con su semblante tapado por la gorra de general y el humo de su puro saliendo por la nariz.-

- Si, señor, lo somos. -respondo yo con la mano en la cabeza en señal de saludo-.

-Guárdese ese saludo, aquí no hay clases militares, todos somos iguales. Si lo hubiera, yo tendría que saludar a su compañero soldado, tiene más galones que yo, ¿no es así, Juan Ramón?

Después de un breve silencio, éste último nombrado saca a pasear su sonrisa característica y le estrecha la mano con fuerza para añadir: -¡Que cabrón eres, Martorell! No creí que estuvieras al mando de esta división, ¿Qué hiciste, granuja?

-Ahora te lo cuento, pero antes dejar las mochilas y acomodaros mientras bebemos una cerveza alemana.

Al cabo de acomodarnos en lo que será nuestra casa durante mucho tiempo, decido dejar solo a esos dos viejos amigos e ir a inspeccionar el nuevo terreno de juego que me espera, de repente oigo un crujido de hojas:

-¿¡Quien anda ahí!? Santo y seña.

Después de unos momentos tensos, sale de los matorrales una mujer que me suena de haberla visto antes, me mira y argumenta:

-Tranquilo, soldado, soy yo, ¿no me recuerdas?

-Lo siento pero no caigo -digo después de examinarla-, ¿Cuál es su nombre?

-Es el primer hombre que no se acuerda de mí, le voy a dar una pista, nos hemos visto en Fredericia con Rasmussen. -argumenta mientras se sientan los dos en un tronco que sirve como asiento-.

-¡Hostia! La de la resistencia, como era María, Maya...mm...

-May, May Christiansen.

-¡Eso! ¿Qué hace por aquí?

-Ver si ya se han instalado en su nueva línea.

-Pues ya lo ve, como en casa estamos, con ganas de montar el taco.

-¡Ah, se me olvidaba! Ha llegado esta carta para usted, soldado, vienes desde Bilbao.

No puede ser, grita mi inconsciente, decido abrirla para saciar mi curiosidad, la carta dice:

Querido soldado:

Te escribo esto para despedirme de ti. Quizá no tenga razón pero lo mejor es que cada uno siga con su vida. No sé si me responderás esta carta, prefiero que no; sólo quiero decirte que no soy la chica que buscas y que entre nosotros no puede llegar a pasar nada.

Te quiero dar las gracias por todo lo pasado contigo y espero que te vaya todo bien allí en el frente y en la vida.

Adiós, soldado.



La guerra que nos hizo hombres.Where stories live. Discover now