Todavía no era suficiente. Debería serlo y no lo era. Estaban incompletos, él se sentía incompleto, y lo poco que habían logrado construir se le estaba deshaciendo entre los dedos. El tiempo azotaba con cada día que se mordiera la lengua, no muy fuerte, sólo lo justo para no morderlo a él.

La noche en que sus padres estuvieron hasta muy tarde en la boda de un viejo amigo creyó que sería la oportunidad. Solían aprovechar oportunidades así en las que la novia de su hermano ni siquiera requería de su presencia. A lo largo de año que habían tenido desde que empezaron su relación más allá de hermanos esas ocasiones habían sido más bien escasas. Del resultado de esa noche sentía que iba a salir un punto definitivo en sus vidas. Todo podía cambiar. A pesar de que él necesitaba que saliera de un modo, todavía podía entender a un nivel intelectual que podía salir de otro completamente diferente.

Se ofreció a preparar la cena para los dos y no le dejó ver a su hermano de dónde sacaba la comida. Su hermano apareció en la puerta más de una vez para preguntar la causa del olor, pero lo rechazó sin contemplaciones.  Al cabo de casi una hora más tarde se servían los pedazos de carne humeante en la mesa. Comieron en silencio, sobre todo porque el cocinero andaba esperando la reacción de su público frente a la comida. No era la primera vez que le preparaba la cena, de modo que su hermano ya entendía qué era lo que se esperaba de él y no lo decepcionó. Le felicitó porque estaba muy bueno. Bien jugoso y sabroso.

Entonces le dijo que era perro. No cualquier perro. El mismo perro que siempre ladraba por la noche cuando sea que sus dueños volvían a casa y especialmente a su hermano cuando sea que lo viera. Le volvía loco a todo mundo, pero su hermano lo odiaba y estaba seguro de que era algo mutuo. Aparentemente, cocinado y preparado, tenía sabor a ternera.

Al principio se lo tomó como una obvia broma. Dijo que no tenía idea de que los caniches, con los chiquitos que eran, podían dar para llenarlos tanto a los dos. Sí, él tampoco se lo esperaba. Había sido bastante fácil atraerlo con un poco de la comida que le compraban. El perro ladraba tanto porque se moría de hambre durante el día. Había estado feliz de la vida recibiendo algo antes de esa hora.

La risa se acabó en ese instante. De repente la comprensión trajo consigo el correspondiente horror. Ya no quedaba nada en los platos para cuando su hermano se levantó y corrió al baño para empezar a vomitar en el inodoro. Ver todo su esfuerzo y planeación desechados de esa manera fue toda la respuesta que necesitaba a todas las preguntas que no se atrevería a hacer nunca. Eran dos diferentes personas que sencillamente no iban a congeniar en tantos puntos como le hubiera gustado. En cierta manera resultó ser un alivio, muy debajo de la sensación de que su corazón estaba siendo apuñalado y vaciado hasta volverse de frágil papel.

Ni siquiera tenía idea de qué esperaba exactamente, pero la súbita pregunta de su hermano sobre si alguna vez le había hecho a alguien acabó de ponerle la nota discordante a una melodía enloquecedora. Pensó en responderle la verdad, al menos por unos ridículos segundos en los que todavía no entendía que ese era el final, que era todo, que había sido mientras duró pero se había acabado. Para la mayoría de las cosas habían logrado ser honestos uno con el otro, después de todo.

Y sin embargo tuvo la suficiente cordura para comprender que confesar que no, no le había hecho nada a ninguna persona aunque deseaba hacerlo, y especialmente a él, que él quisiera que se las hiciera y que ese era su mayor deseo desde hacía no sabía cuánto tiempo. Más tarde, mucho más tarde, incluso tras años transcurridos, se preguntaría si habría servido de algo agregar, además de todo eso, que él nunca le hubiera hecho daño si él decía que no lo deseaba. Parte de la fantasía era el consentimiento. La falta del mismo lo volvía otra cosa, algo en lo que no tenía el menor interés y deseaba evitar como la plaga. Debía ser una ofrenda,  un regalo, no un robo. Lo más seguro era que no.

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