—Sí, muy bien. ¿Disfrutas de la fiesta? —le susurró él, en tono formal.

—Tus amigos son muy amables —aseguró ella, para evitar confesarle que él era el único incentivo que tenía para estar allí.

—Lamento no haber podido ir a recogerte; me surgió un imprevisto en el lago.

—No tienes por qué disculparte; como le encomendasteis, vuestro querido Anjay me trajo hasta aquí de una pieza.

Alexander, abrumado por los remordimientos y mortificado por la nueva traición de sus seres queridos, soltó un pequeño bufido y dejó caer la cabeza hacia atrás, luego asintió con cierto pesar. Luna hubiera jurado que estaba a punto de echarse a llorar.

—Supongo que ya no tiene sentido fingir que no sabía que estarías aquí—admitió él.

—Entonces, ¿nuestro encuentro no ha sido una casual?

Un nuevo bufido le hizo entender a la rubia que su humor infantil no iba a influir en el estado de ánimo del griego y que había malinterpretado su complicidad, amistad o lo que fuera que creía haber compartido con él. Una vez más, había idealizado su relación con un chico guapo y agradable, aunque ya no podía achacarle el error a la adolescencia.

Para Beth y los demás, la apatía de Alexander también empezó a ser preocupante, tanto, que incluso sus diálogos silenciosos empezaron a convertirse en sonoras y discretas puyas. Por su parte, ajeno a todo lo que no fueran sus propios pensamientos, él se debatía entre llevarse a Luna a un lado y confesarle su engaño, o emboscar a sus amigos en la cocina, para preguntarles qué sabían de ella. ¿Qué debía hacer? Odiaba tomar decisiones cuando estaba tan confundido.

Tras su conversación con Claudio empezaba a sospechar de todo y de todos, incluso del bueno de Hrithik. Era evidente que Beth le había hablado de sus intenciones con Luna y del modo en el que la había arrastrado hasta allí, entonces ¿por qué el íntegro y paternal indio no se lo había reprochado? ¿Por qué nadie se había sorprendido de que se hubiera autonombrado protector de la hija del hombre que odiaba? Hacía años que no mencionaba nada sobre la muerte de su padre. Nadie sabía el paradero de Munt, ni que hubiera adoptado a una hija. Solían hablar de él como de un pobre loco desgraciado, y, sin embargo, habían acogido a Luna como si fuera la heredera del sol. Y luego estaba Maryam... Ella era muy recelosa, pero había sacado su faceta maternal con la rubia. ¿Era posible que todos, excepto él, supiesen quién era ella en realidad? ¿Sabrían también entonces dónde estaba su padre? ¿Qué les importaba a sus amigos el bienestar de aquel hombre y de su presunta hija? ¿Por qué le mantenían al margen de todo?

Luna, más preocupada por la frialdad del griego que por cualquier otra cosa que pudiera suceder a su alrededor, le preguntó si sabía algo más de la situación en las montañas. Él fingió examinar su teléfono móvil y ladeó la cabeza en respuesta. En la mesa todos comenzaron a hablar sobre las futuras obras de remodelación y ampliación de la escuela, y automáticamente la hija de Munt quedó excluida de la conversación. Así que decidió matar el tiempo observando a los invitados. Examinando sus vestidos, sus gestos, haciendo cávalas sobre su origen, su empleo y sus pensamientos. Siguió en aquel estado, casi vegetativo, hasta que prácticamente había finalizado la cena. Lo único bueno de la situación, era que estaba tan desorientada que en poco tiempo había aprendido a sostener la mirada de Alexander sin ruborizarse.

Justo cuando los camareros estaban sirviendo los postres se unieron al grupo los gemelos Kapoor, dueños del pabellón. Entre graves risotadas, los ricos herederos se sentaron junto a ellos, y a partir de ese momento todas las conversaciones giraron en torno a sus grandes egos y a su desenfrenado tren de vida.

Luna intentaba no precipitarse a la hora de juzgar a las personas, sobre todo, desde que Clara le había advertido que era la reina de algo llamado <<prejuicio cognitivo>>, por eso intentó tener la mente abierta frente a los Kapoor, pero ellos, que creían que riqueza era sinónimo de educación y buen gusto, eran demasiado presuntuosos como para ignorarles cuando confundían sinceridad con impertinencia. Lidió con sus insultos velados lo mejor que pudo, hasta que Hrithik la lanzó a sus fauces solo para divertirse.

RASSEN IOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz