16. Mi hermano Caleb

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De una sola vez, el ingeniero tomó todo el contenido del vaso, lo colocó con fuerza en la mesa, y se cayó al piso. Hizo una seña con la mano para que el hombre no se moviera, y agarró un vaso corto, le puso poco hielo y lo llenó hasta la mitad de Whisky. Después del primer sorbo, vio a los ojos a Malik y le preguntó de nuevo:

—¡¿Por qué me hiciste esto?! –gritó furioso y tomó un poco de su trago.

—No lo hice a propósito, señor, yo creí que era algo que podía soportar. Usted fue muy gentil conmigo, me trató mejor que como yo he tratado a una mujer, casi no sentí dolor, pero es algo que me supera, señor, por eso lloraba sin parar en el baño, no sabe el asco que me da nada más oler su pija, y lo humillado que me sentí cuando entró dentro de mí y me gozó. Pero le juro por lo más amo en el mundo que me entregaré a usted cuando me lo pida, sé que llegará a gustarme, se lo prometo, pero no me rechace, debo salvar a mi hermano y haré lo que usted me pida, señor.

Adrián muy furioso y con la voz deformada por el alcohol en su cuerpo le pregunto:

—¡¿Por qué carajo no le diste el culo a otro antes de meterme en este rollo?! Al menos así sabías bien a lo que te exponías, y es a mí al que le dicen marica triste.

»y a todas estás, ¿Qué carajo te puede importar un delincuente como tu hermano? Al final igualito lo van a matar, hoy o mañana volverá a delinquir, y por lo que contaste, ese gente está en todos lados, hasta puede que en este mismo barco lo estén buscando para sacarlo de donde lo escondiste. –se le notaba en la voz el efecto de los tragos.

—¡¿Cómo sabe usted que mi hermano está conmigo?! –preguntó con los ojos llenos de miedo y asombro.

—Elemental, mi querido Watson, si lo hubieras dejado en tierra tanto tiempo ya estaría muerto.

El hombre de piel negra se arrodillo delante de la mesa que los separaba y le rogó una y otra vez que no dijera nada sobre que su hermano estaba en el barco. Adrián acercó su cara a la mesa para ver mejor la de Malik y le volvió a preguntar la razón por la que ocultaba a un delincuente como su hermano. El hombre siguió rogando una y otra vez que no dijera nada sobre la presencia de su hermano en el barco, y sirviéndose más Whisky en el vaso, le preguntó:

—¿Qué delito tan grave pudo cometer un chico de 16 años para que lo busquen hasta debajo de las piedras, para después matarlo?

—En el Sáhara Occidental hay personas de muchas culturas, pero las que más abundan son las cristianas y las musulmanas, y entre ellos, lamentablemente, hay grupos extremistas que se creen dueños del país según su religión, y con ello justifican muchos crímenes que ellos mismos cometen, así sean contrarias a la ley.

»No sé cómo, si lo sorprendieron haciendo algo, o que fue lo que realmente hizo para molestar a esta gente, pero lo que hizo fue tan grave que dentro de su código de moral, él había cometido un pecado imperdonable cuyo castigo era la muerte. Estos extremistas lo encontraron en la plaza del mercado, y Caleb vio en sus ojos las intenciones que tenían, así que corrió todo lo que pudo para buscar a su madre para que lo ocultara, y así lo hizo. Pero no fue suficiente, como la madre era musulmana, se tomaron el derecho de registrar la casa, y lo encontraron, uno de estos extremistas sacó una pistola, y su madre corrió a tiempo para apartarlo recibiendo la bala que le cegó la vida.

»El disparo generó gritos y confusión en las calles, así como se escucharon los pitos de la policía que se acercaba, y ante la ley del país, huyeron dejando a la mujer en un charco de sangre, mientras mi hermano lloraba sosteniéndole la cabeza. La policía interrogó al chico, y tomaron la muerte de la madre como un problema de carácter religioso y decidieron no hacer ninguna investigación. Lo menos que querían era meterse con estos extremistas.

»En ese momento, mi hermano corrió sin parar hasta encontrarme en el puerto, tuvo suerte, justo en ese momento estábamos descargando un barco, y mis compañeros lograron esconderlo dentro, mientras yo me enfrentaba a esos extremistas que lo habían seguido de cerca. Yo no soy musulmán y la policía de aduana estaba por todos lados, además los descargadores de todos los barcos los rodearon. Al acercarse la policía de aduana, y estar rodeado de muchas personas no musulmanas, se fueron furiosos, profiriendo cuanta amenaza se les ocurrió en ese momento. Entré al barco y me enteré de lo que había sucedido.

Adrián no podía dejar de verlo sorprendido con los ojos vidriosos por culpa de los tragos que había bebido. Dejó el vaso sobre la mesa, e importándole más su rabia y frustración le dijo:

—Mentiroso, a ningún extremista ni a nadie le importa lo que un chico de 16 años haga. Lo que en realidad me quieres decir es que este chico deshonró a la hija de un hombre con mucho dinero y ahora quiere cobrarle, un poco caro debo admitir, para ser un chico enclenque como dices.

»y ahora pretendes que un gay solucione el problema de un chico que no sabe en donde mete sus narices, para decirlo con elegancia. Sácalo del país, no es posible que ese hombre tenga los brazos tan largos para que no haya un sitio en el Oriente donde esté a salvo. Tus excusas son pura basura, tú sabías que eras el hombre más hermoso del mundo, con un cuerpo esculpido por tu trabajo, y te dijiste a ti mismo «Voy a embaucar a un hombre gay, ellos se babean más que las mujeres por un cuerpo así», y sabes qué, –acercó su cabeza y hablando en susurros dijo–: es verdad. Pero te salió el tiro por la culata, y aquí estás ahora como al principio, sin saber cómo salvar a ese crio de las manos de un padre adinerado. Ese no es mi problema.

Todas las palabras que Adrián le había dicho eran en parte la verdad, nada había salido como lo había planeado, le pareció que podría resistir lo que ese matrimonio significaba, pero no podía, aquella experiencia que aún le repugnaba en la cabeza le impidió mantenerse en pie con su dignidad intacta. El miedo se apodero Malik, la realidad era que si no se casaba con alguien en ese barco, todo habría sido en vano, nadie sacaría a Caleb del Oriente, y regresarían a puerto para que terminaran matando al pobre chico. Trató de razonar con el ingeniero, pero ni siquiera con el alcohol que tenía encima podría convencerlo, pero sí hizo que se le soltara la lengua:

—Me has jodido hombre, que mala leche la mía, yo vine aquí para buscar a un hombre que estuviese en mi cama al despertarme, y con ese olor varonil mezclado con el mío. ¿Sabes cuantos años he dormido solo en mi apartamento? No tienes una idea. Tres veces, tres –dijo mostrando tres dedos de una manos–, me rompieron el corazón y el alma, y juré que jamás volvería a vivir con un hombre bajo el mismo techo, al final era yo el que terminaba herido, así que me entregué, no exactamente a una vida de promiscuidad, pero sí sin compromisos con nadie y siempre dentro de moteles.

»Eso no es cierto –dijo después de una pausa–. Hay un hombre que me fascina que me vuelve loco, pero jamás me arriesgaría a que me hiciera daño si decidiéramos vivir juntos, no señor, si supieras lo bien que la pasamos en los moteles, hasta me obliga a hacer unos rapidines deliciosos en el trabajo, porque trabajamos en el mismo sitio ¿sabes?, y él conoce del dinero que tengo, yo se lo dije, ¿por qué no? Confió totalmente en él y él en mí, nos decimos todo, y no soy capaz de mentirle, ni él a mí tampoco. ¿y sabes lo mejor? No le importa mis pequeñas aventuras de la semana, no son muchas, y se las cuento todas. Y ahora que lo pienso bien, hace varios años que no me ha contado ninguna de las suyas el sinvergüenza, pero ya me va a oír cuando regrese.

»Ves cómo me has jodido, ese hombre no quiere ni hablar conmigo, cuando le dije que venía a la subasta, me dejó allí en el restaurante, y no he podido hablar con él, –acercó su cabeza de nuevo y habló en susurros–: yo creo que le dio rabia que no podré hacerlo mío otra vez al casarme, y viniste tu a regarla. Oscar era lo mejor que me había pasado en la vida, sí, era lo mejor, y ahora me quedé sin el chivo y sin el mecate, ¡Por tu culpa! –gritó señalándolo con un dedo.

Nada de lo que había dicho le importaba a Malik, eran las verdades de un hombre borracho que hablaba a los elefantes rosas que le volaban alrededor. El hombre africano se llevó las manos a la cabeza, no quería ahondar más en la verdad, pero ya no sabía cómo seguir suplicándole a Adrián que lo ayudara casándose con él

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