15. Un giro inesperado

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En la cama del camarote 207 dormía plácidamente el ingeniero, su primera vez con Malik le había resultado deliciosa. Para Adrián esa primera vez de Malik no fue igual que la que había tenido con otros hombres en el pasado. El ingeniero lo había preparado bien, le hizo sentir el mínimo dolor, estaba seguro de eso, pero su comportamiento no era el que esperaba. El hombre africano se mantuvo boca abajo en la cama, y se negó constantemente a mostrar la cara a su compañero, quién moría por ver reflejada en ella el placer que le daba. Incluso no pudo vérsela cuando Adrián terminó y quiso ayudarlo a terminar también. Una y otra vez el hombre negó con la cabeza, ocultando su cara en la almohada. Hubo otras cosas extrañas más que no parecían normales, pero Adrián las atribuyó a los nervios de la noche. Eran dos hombres que recién se habían conocido, uno de ellos sin absoluta experiencia, y sin saber si tenían realmente un gusto en común en la cama.

La puerta del baño estaba entreabierta y podía escucharse el ruido del agua de la regadera. Adrián se despertó ante este incesante ruido, y miró en su reloj la hora. Su futuro esposo llevaba más de dos horas metido en la regadera. Se preocupó que le hubiese pasado algo y corrió al baño. Allí estaba Malik, sentado en el piso de la ducha, con la espalda recostada de la pared, abrazaba sus piernas con sus brazos, y tenía la cabeza hundida en ellos mientras el agua de la regadera seguía cayendo sobre sus pies. El ingeniero se asustó, estaba seguro que algo le había pasado, y debía llevarlo a ver al médico del barco. Abrió la puerta de cristal de la ducha y le pidió que se levantara para llevarlo al médico. Malik negó con la cabeza sin sacarla de entre sus brazos. Vio el piso de la ducha, y no vio sangre por ningún lado. Seguía muy preocupado, pensando que en realidad no podía ni moverse, le pidió que se quedase allí mismo que iba a llamar al médico. Apenas alcanzó tomar el pomo de la puerta, cuando escuchó un fuerte «No» que salía de la boca del hombre de piel negra. Al fin pudo ver su cara, sus ojos estaban enrojecidos de llorar, sus lágrimas se confundían con el agua que salía de la regadera y su mirada era tan extraña que no la lograba descifrar. Esto preocupó más a Adrián, se acercó hasta ponerse en cuclillas al lado de él para convencerlo que era lo mejor, que un médico debía revisarlo para ver si le había hecho daño. Volvió a meter la cabeza entre sus brazos y comenzó a llorar de nuevo. El ingeniero le puso su mano sobre el hombro, y Malik abrió los brazos para sacársela de encima y lo volvió a mirar de forma extraña. Algo no estaba bien, Adrián se irguió molesto, le dijo que iría a la habitación un momento y que luego regresaría para ver cómo se sentía. El hombre africano volvió a subir las rodillas para abrazarlas y hundió de nuevo su cabeza entre ellas para continuar llorando.

Unos quince minutos después, Adrián entró al baño vestido con una bata mullida, se quedó en la puerta y le ordenó a su futuro esposo que se levantara. Él negó con la cabeza.

—Te recuerdo –dijo con voz firme–: que una parte de este matrimonio es que seas sumiso fuera de la cama, y necesito que, por favor, te levantes ahora mismo.

El hombre de piel negra obedeció y se quedó mirando el agua de la regadera, no quería quedar de frente a Adrián.

—Date vuelta Malik, quiero que estemos frente a frente y me veas firmemente a los ojos. –le ordenó.

El hombre africano obedeció, y giró su cuerpo para con esos ojos hinchados de llorar y llenos de algo que Adrián no lograba comprender, quedasen frente a frente viéndose las caras. Lo siguiente que se escuchó fue la voz del ingeniero pidiéndole a alguien que entrara al baño. Una hermosa chica rentada, alta, de pelo rubio y ojos azules, con un cuerpo casi perfecto pasó desnuda por la puerta. Malik tragó saliva, y aquella mirada extraña cambió a una de sorpresa inesperada.

—Ya sabes que tienes que hacer –le dijo Adrián a la chica.

La rubia se acercó seductoramente al hombre en la ducha, y se recostó de un lado acariciándole el pecho. Le besó el antebrazo sobre el que estaba prendada, y comenzó a hablar de cosas que quería que él le hiciera sin dejar de acariciarlo y besarlo. Lentamente bajó su mano por la mitad del abdomen, y aquella tripita que colgaba de la entrepierna de Malik desde que empezó la luna de miel, y que se mantuvo sin elevar toda la noche, al fin se levantaba erguida, orgullosa y llena vida apuntando hacia donde estaba Adrián.

Ya no había más nada que decir, así que el ingeniero le pidió a la chica rentada que por favor se retirara y saliera del camarote. Ella pasó al lado de Adrián para recibir la propina de 500 €, se escucharon ruidos en la habitación, y luego el abrir y cerrar de la puerta del camarote.

—Quiero que por favor termines de ducharte, –le ordenó con una mirada entre rabia y decepción–. Cuando termines, te pones una bata, o si lo prefieres te vistes con el traje que dejaste aquí anoche. Luego espera aquí hasta que toque la puerta para que salgas.

Malik, mirando al piso, asintió con la cabeza y cerró la puerta de cristal de la ducha, mientras Adrián salía del baño, pedía al bar una botella de Whisky, sodas sin sabor, hielo y vasos. Luego llamó a servicio al cuarto para que cambiaran las sábanas a cambio de una buena propina. Buscó en las gavetas, se puso un bóxer limpio, una playera y unos pantaloncillos de tela que le cubrían hasta la rodilla. Se calzó con unos zapatos de tela y luego se sentó en el pequeño recibidor a esperar. El camarero no tardó mucho en llegar y colocó la orden en la mesita del recibidor, y Adrián le entregó 30 € de propina. Del servicio de bebidas, tomó un vaso alto, le colocó hielo, un poco de Whisky y lo lleno con soda. No quiso tomarlo en las rocas, recordó las palabras de su padre que le decía que en este tipo de situaciones, había que tomarlo con soda, y con mucho aplomo. Vació el vaso en un solo trago y se preparó otro igual, y se tomó la mitad de un solo trago. Un poco más tarde llegaron dos camareras y rápidamente cambiaron las sábanas y el cobertor, recogieron toda la ropa sucia, y al despedirse el ingeniero le dio a cada una los 50 € prometidos.

Se levantó, fue hasta la puerta del baño, la tocó dos veces con su puño, y regresó a su sillón en el recibidor. La puerta del baño se abrió y Malik salió vestido con el pantalón y la camisa del traje abierta arriba, dejando la chaqueta y la pajarita sobre la cama, sin notar siquiera que estaba tendida con sábanas limpias. Adrián miraba con rabia al vacío, y movía su trago para escuchar el tintineo de los hielos al chocar con el vaso. El hombre africano se acercó al recibidor y se sentó frente al ingeniero que no desvió su mirada. La ira del Adrián no cesaba, se sentía estafado, y no estaba hablando de dinero, sino de sentimientos; necesitaba calmarse, tratar de entender lo que había sucedido sin perder la cabeza por la ira y la sed de venganza. La pregunta del ingeniero que salió por su boca rebotó en cada pared de la habitación: «¿Por qué?» y antes que el hombre pudiese justificarse, el siguió hablando y haciendo preguntas.

—No logro entenderlo, como una persona, a quién no le gustan los hombres decide de la noche a la mañana casarse con un gay, eso no guarda sentido alguno. ¿El hombre será bisexual? Me pregunté a mi mismo. ¡Claro que no! Me respondí –dijo viendo a la cara al hombre frente a él–; si fuese bisexual al menos su pija se hubiera emocionado de verme desnudo, pero no, era imposible para ella, esa pija solo sirve con mujeres.

»Si me hubiese colocado en el sitio Web o me hubiese confesado en las presentaciones que era bisexual, ni siquiera sé si hubiera venido a esta subasta, o mejor aún, hubiese escogido a otro hombre como esposo. ¡Pero no! El hombre resulta ser que ni siquiera es bisexual como para que al menos lo tome en cuenta en este momento.

»Espera, espera –dijo acercando su cara a la de Malik–, ¡Claro que lo dijo! ¿Cómo fui tan ciego? Los gafetes del día de la cena de gala, tenías dos gafetes –se recostó del respaldar de su silla–: buscabas casarte con un gay o con una mujer —bufó luego–; al menos si aquella cincuentona hubiese ganado la subasta, –y luego dijo lentamente negando con un dedo–: cosa que no iba a suceder, ella estaría más allá del paraíso contigo ahora, y no como yo, más frustrado de lo que llegué, ¡Echaste a la basura todo por lo que vine aquí! –gritó acercando su cara y se desplomó de nuevo sobre el respaldar.

»Me encantaría saber que estaría haciendo en este momento el hombre morsa si hubiese ganado la subasta. El pobre hombre habría invertido más de 500.000€ para casarse con un hombre que no le gusta que se lo cojan. Quién sabe –dijo tintineando con el vaso–: de repente era una regalía para él, de todo hay en el mundo del señor, como decía mi padre.

Colocó el vaso medio lleno en su boca y bebió sin parar todo su contenido. Colocó dentro del vaso otro hielo, y empezó a verter Whisky en él, agarró la soda sin levantarla del servicio, la soltó para tomar la de Whisky y le echó una buena porción mientras decía «Al carajo mi padre». Tomó un buen trago de su vaso, hizo un ademán con la cara del amargo que había sentido, y se quedó de nuevo callado viendo al vacío como si nadie estuviese a su lado.

La subasta humanaWhere stories live. Discover now