24. La del estribo

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El cuarto de huéspedes de Adrián y su familia estaba alejado de la casa, justo después de pasar la alberca. Dentro, estaban discutiendo dos antiguos amantes, que después de dos años, donde uno de ellos tiró por el caño la relación, el otro lo había encontrado sin saber exactamente para qué lo estaba visitando. Ya todas las cartas estaban sobre la mesa, ya Oscar sabía todo lo que había sucedido en aquél crucero por el cual lo despreció una noche, y Adrián todavía no lograba entender que hacía allí su antiguo amigo con derecho, y mucho menos que estaba buscando. «¿A qué vino? Venganza, quizás, o ver cuán mal estaba por no estar a su lado, a qué vienen todas esas preguntas» pensaba Adrián mientras discutía acaloradamente con el ser que todavía amaba con locura. Ya al límite de su paciencia se decidió a buscar respuesta a las preguntas dentro de su mente.

—¿A qué viniste realmente, Oscar? Viniste a vengarte por lo que te hice hace dos años. Viniste a ver qué tan mal me va en la vida sin tenerte a mi lado, dime de una vez, ¿A qué has venido?

—Yo..., yo..., en realidad solamente quería verte, saber si eras feliz, o si por el contrario, pues... no sé cómo decirlo.

Esa respuesta no convencía a Adrián sobre las intenciones de su visita, si ya se habían despedido, si ya sabía que claramente su vida estaba dedicada a ser padre de los mellizos, ¿Por qué regresó a recriminar un pasado que ya había olvidado?

—Si por el contrario, ¿Qué? –preguntó muy alterado.

—Es que no lo sé –respondió Oscar con la voz entrecortada.

—¿Qué es lo quieres? Regresar a lo que éramos antes, eso ya no es posible, ¿Acaso no lo entiendes?

—¿Tú aún me amas? –preguntó con los ojos aguados y llenos de miedo.

Esa pregunta lo dejó sin aliento, hasta ese momento creía que su antiguo amante solamente quería regresar a la diversión que tenían durante aquellos años. Era verdad, se habían convertido en pareja sin saberlo, pero con los mellizos ya no podían ser parte de aquella vida.

—¿A qué viene esa pregunta? Que importa ahora lo que yo sienta por ti, soy padre, no puedo prestarme a lo que éramos.

—¿Tú aún me amas? –preguntó de nuevo con las lágrimas saliendo de sus ojos.

—¡Por la clavos de Cristo! ¿Qué es lo que quieres? Que te responda, pues bien, te respondo, Sí, te amo, te necesito como la sal a la comida, eres todo para mí. Eso era lo que querías oír, ¡TE AMO! Dios, no sabes lo mucho que extraño tu sabor, tu olor, tu virilidad, tu forma de hablar, tu forma de emocionarte cuando hablas de los partidos, esa manera como me complaces, ¡SÍ, TE AMO, CARAJO! Ahora que lo sabes, déjame en paz, te lo ruego. Si lo que querías era vengarte por lo que te hice, siéntete complacido, ¡NUNCA PODRÉ OLVIDARTE! ¡ERES TODO PARA MÍ! ¡¿LO ENTIENDES?!... Te amo cabrón, y jamás dejaré de amarte. Ahora, vete por favor –dijo entre sollozos.

—Yo..., yo también te amo, quiero estar contigo, pon tú las reglas, sólo Dios sabe cómo me hace falta que me hagas tuyo, hasta telarañas debo tener ya entre las nalgas. Te odie, no sabes cuánto te odie, y hasta me engañaba a mí mismo diciéndome que ya no te amaba, pero el día que vi a Malik, él debe habértelo dicho, cuando me dijo que trabajaba contigo, y que se habían conocido en el crucero, lo supe, él debía ser tu esposo.

»Allí me di cuenta que aún te amaba, casi caí al suelo por la impresión de ver tu desprecio ante mí, un hombre cuya hermosura no podía mejorar, y en ese mismo momento la realidad me cayó encima como una inmensa roca: Perdí al único hombre que amaría el resto de mi vida. Malik me sostuvo antes de caer, y se lo pregunté, tenía que saberlo, y él con una gran sonrisa me dijo que no, que ustedes no eran esposos.

La subasta humanaWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu