Capítulo 32

100 14 10
                                    

—¿Nos montamos en el barco del río Sena, por favor?

—Pues claro— mencionó el contento.

Se tomaron de la mano y se dirigieron rumbo al barco que los llevaría de paseo por el Sena.

Al llegar Rafael compró los tickets, el portero les hizo una marca a aquellos papeles tan pequeños y les dejó pasar.

—Después de usted, madame— el esposo de Nerea realizó un ademán para que ella pasara antes.

—Muchas gracias caballero.

Él sonrió y ella también.

—Madame et monsieur, suivez-moi, s'il vous plaît (Señora y señor síganme, por favor)— habló uno de los porteros.

—Merci beaucoup!— agradeció él.

La pareja siguió a uno de los tripulantes del barco y este les condujo a la cubierta de aquel pequeño barco.

Escuchamos una voz que resonaba por el megáfono indicándonos que la visita iba comenzar dentro de poco.

El transporte náutico empezó a moverse lentamente sobre las aguas de aquel río.

—¡Lo ves! ¡Lo ves!— Mencionó ella señalando a los diferentes monumentos históricos que veían a lo largo del paseo.

Si bien es cierto que Rafael estaba disfrutando el viaje, Nerea lo estaba viviendo de toda alma.

Este viaje estaba siendo una luna de miel perfecta para ella, una que nunca podría olvidar.

De paseo por la rivera del Sena se podía ver cada detalle del la catedral de Notre-dame gracias a la iluminación de los grandes puentes hechos de piedra y con sus labradas formas.

Además la torre Eiffel lucía espectacular esa velada.

Aunque la miraras sin prestar atención a su terrible altura, seguía siendo algo increíble por toda su iluminación de pequeñas bombillas que daban la sensación de que el hierro por el cual la infraestructura estaba formada era similar al oro.

—¿Te gustó el paseo?— cuestionó Rafael.

—Me encantó, pero lo bonito no le quita el frío que ha hecho— mostró su disconformidad.

—Bueno, yo no le quejo.

Ella rió al recordar el choque de las manos congeladas pertenecientes a ambos.

—Amor.

—Sí—contestó Rafael.

—Tengo hambre— confesó ella.

—Jaja...¡Qué raro!— dijo con su voz irónica.

Ella le proporcionó un codazo del cuál no recibió queja por parte de su marido.

—¿Entonces qué?

—¿Como que qué?— comentó distraído.

—Si vamos a comer o esperamos...— mencionó con un poco de exasperación.

«Perfecto, esto va cada vez mejor. Esta será la noche de su vida, estoy seguro de esto». Pensó él.

Nerea odiaba que no le prestaran atención a la hora de hablar.

—Iremos a comer, mas antes visitaremos la torre Eiffel— objetó este.

—Por favor, tengo hambre— protestó ella.

—O vamos a la torre Eiffel ahora o nunca.

—Pues... ¿qué haces ahí parado? ¡Vamos!— y tiró de su mano llevándolo con dirección al monumento.

Como los trenes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora