D A R S H A N

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         No había alcanzado a llegar hasta Altojardín, pero no lo había necesitado. 

          El Camino de las Rosas que unía a los Hightower con los Tyrell era precioso y extenso. Había visto las montañas a su izquierda y a su derecha las ramificaciones del Aguamiel. Un día entero le había tomado llegar hasta Colina Cuerno, desde donde había hecho descender a Fuegoestrella en lo alto de un risco para ver y que lo vieran.

        En lo alto de la torre de lord Tarly se alzaba la rosa dorada de los Tyrell, flanqueada por el hombre con el arco y el lobo huargo del Norte. Ni rastro había de las tres cabezas de los Targaryen, por más que Darshan hubiera sabido que venían en nombre del Trono de Hierro. Pero no le importaba. Había dragones de verdad de vuelta en el mundo. Y la sangre y el fuego de su montura podía dejar un reguero rojo suficiente como para enseñar a los grandes señores que de los Targaryen eran los Siete Reinos.

          <Devendra Connington>, se dijo, <Esta es la guerra de Devendra Connington. Quiere el Trono de Hierro. Conspiró para coronar a mi hermano Alagan. Los Siete lo tengan en su seno. Y ahora manda a sus perros a conseguirlo por ella>.

         Aquellos ejércitos parecían hormigas sobre la tierra. A Darshan poco le habría tomado ordenar al dragón caer sobre ellos y que les lloviera fuego. Pero Darshan Fuegoscuro no era cruel ni asesino. Sin embargo, no ocultó la sonrisa de placer en los labios al ver a los pequeños guerreros correr despavoridos al contemplar las alas azul plata de Fuegoestrella.

         Dudaba si aquellos hombres habían divisado su rostro ni menos que se trataba de algún Targaryen, puesto que su largo cabello rubio había perecido en el nido de dragón del Septo Estrellado y no había rastro en su cráneo desnudo ni de pelusa del pelo naciente, de modo esperaba que los hombres creyesen que los mismísimos dioses de Valyria habían descendido para hacerles pagar por sus crímenes contra la sangre del dragón.

        Dejó que Fuegoestrella lanzara un gruñido que se extendió por toda la planicie en que Colina Cuerno dominaba desde su alto, para echarse a volar, girar sobre el castillo de los Tarly y volver a Antigua.

        Cuando descendió en el patio de Torrealta, no avistó a ningún guardia en todo alrededor de los muros internos ni hasta donde llegaba el hollín del fuego de su dragón que había quemado la piedra, salvo al joven mozo Thierry Blackmont, quien era el único al que Fuegoestrella sentía cierta simpatía.

          El dragón había matado a una veintena de soldados de lord Hightower en su entrada al Faro, sin contar a todos los hombres que habían muerto durante la anidada de Fuegoestrella sobre la ciudad. Pero a Thierry Blackmont ni siquiera le mostraba los dientes. El joven había sido atrevido desde el primer día y tanto Darshan como el dragón habían sabido apreciar aquel don.

        De modo que, al descender, Darshan saludó con rapidez al joven Blackmont y le entregó el cuidado del dragón. Para ello, Blackmont tenía ya preparado dos toros de buen tamaño para que el dragón se alimentase.

— Diez mil u once mil, sino es que más - informó a lord Gavino Hightower -. Y se siguen juntando.

— ¿Os vieron? - preguntó Dayne, alto y apuesto, con mano en pomo.

— Sí, me encargué de que supieran de qué soy capaz.

— Entonces vienen.

— Por el Camino de las Rosas. No llegarán aquí sino hasta en siete días.

— ¿Siete días? Puedo reunir a veinte mil hombres en una quincena. Ahora mismo tengo a diez mil activos para la lucha. Pero no sabemos nada de Dorne. Si atacan desde oriente o por mar estaremos perdidos.

Poniente III: Corona de CuervosWhere stories live. Discover now