D E V E N D R A

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          La entrada del León había quedado sepultada bajo cinco niveles de escombros. La columna de polvo marón y rojizo que ascendía hacia el cielo nublaba el sol de la mañana y  había sido visible desde Sarsfield. Casi no habían tenido necesidad de guiarse por el Camino del Río porque la calamidad marcaba en lo alto su destino.

         En el Colmillo Dorado se había enterado que toda la familia había muerto, pero lady Sarsfield le había mostrado la carta de su esposo que mencionaba que lord Franco Lannister no había tomado lugar en la tragedia y que se encontraba organizando su hogar ancestral como nuevo Señor de la Roca.

          Aquella desventura no había podido ocurrir en peor momento. Lord Jerrod se encontraba con un contingente pequeño controlando la guerra que Vassillissa Targaryen había iniciado en Dorne y cuando la noticia de esta catástrofe llegara a sus oídos era probable que lord Jerrod abandonase su posición para volver a su castillo, llorar a sus muertos y organizar lo que quedara en pie. 

          Devendra Connington casi agradecía que Aloys Targaryen la hubiera echado de la capital de modo que podría atender ella misma en persona la emergencia, fortalecer la lealtad de los Lannister para con su casa y evitar que lord Jerrod retrocediese en la batalla.

          Y no había sido estúpida. Había tomado a sus doscientos hombres, se había deshecho de la bandera del dragón y había izado en alto al venado de los Baratheon desde la vanguardia hasta la retaguardia para que todo Occidente supiera que ella había acudido en su hora de angustia y no los Targaryen. Los Targaryen jugaban a la guerra pero ella había sido quien había gobernado los reinos desde antes del rey Vyak Targaryen.

< Si el bastardo traicionero de Drocus Tormenta no hubiera desaparecido en su humillación lo habría tenido a mi derecha. > se dijo mientras las primeras figuras de personas en el horizonte comenzaban a aparecer <Haber arribado con el Lord Comandante de la Guardia Real habría sentado un precedente inquebrantable>.

          Pero no. Con seguridad Drocus Tormenta se habría perdido en alguna taberna y habría acabado borracho, desnudo y asesinado por bandidos en alguna zanja de mala muerte. Y no habría merecido más.

          Cuando Devendra Connington por fin dejó atrás las pequeñas llanuras que entorpecían el camino hacia la Roca se encontró con dos visiones que la asustaron: el asentamiento de los Lannister, al menos en su castillo principal ya casi no se podía decir que existiese. 

          Fosas comunes se cavaban a todo lo ancho de la entrada del bosque litoral y todavía se podía ver en los rostros de los trabajadores el hilo de lágrimas que dejaba surcos blancos en sus rostros llenos de tierra. Y segundo, la cantidad de soldados Lannister que custodiaban todas las entradas del castillo tanto derruido como en la parte antigua que había sobrevivido.

          Aquello era improbable a grandes rasgos. Franco Lannister no contaba con un ejército propio tan numeroso como para haber cercado Roca Casterly de las aves de carroña a menos que hubiera tenido la audacia y el ingenio de haber comandado a los segundones de su familia y a aquellos que compartían sangre con él, pero de una forma tan diluida que casi no se podía decir que fueran realmente leones.

          Si Franco Lannister había hecho un movimiento así se lo agradecería. La Roca y el oro Lannister de sus minas era lo que confería fuerza a la familia, lo que les confería poder. Si Franco Lannister había hecho todo bien Devendra Connington podía respirar tranquila en que sus planes para retomar Desembarco del Rey funcionarían.

— Mi señora de Connington - la saludó aquella desagradable muchacha a lomos de un caballo más grande que el que montaba Devendra, y  venía acompañada de diez jinetes carmesí junto con la bandera del león izada en alto.

Poniente III: Corona de CuervosWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu