D A R S H A N

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            Desde lo alto del Faro de Antigua vio al dragón azul  romper la gran cúpula de septo estrellado y anidar en sus escombros entre el fuego violáceo, el humo gris y la piedra ennegrecida desmoronándose.

          Su hermano Alagan había casi susurrado desde su cama qué es lo que había estado pasando, pero Darshan Fuegoscuro no se lo confirmó antes de salir de su habitación. Su hermano necesitaba descansar, no podía alterarse, tenía que dormir, comer y reponerse. Por ello, es que lo había besado en la frente y sin despegar la palma de Escamadeoro, había bajado todas las escaleras hasta el patio principal, en donde hubo encontrado a todo el mundo corriendo de un lado a otro, con histeria, entre sollozos y lágrimas, mientras que desde la torre, cientos de cabezas se asomaban por las ventanas y apuntaban con los dedos hacia donde la bestia había quemado todo en su descenso.

— ¡Vassillissa! - gritó Fuegoscuro cuando la vio, envuelta en sus sedas de gris plata con el pelo recogido tras la espalda, hermosa, flotando entre la consternación.

— ¡Hermano!

         Vassillissa Targaryen lo tomó por los hombros y lo miró con ojos más abiertos que nunca, como si algo le hubiera atravesado el estómago y Darshan Fuegoscuro comprendió que así mismo se sentía él. Fuegoscuro casi podía exhalar el aliento de la reina. Algo en su sangre los llamaba. Algo había encendido dentro de ellos. Un volcán. Un fuego. Un fuego de dragón.

— ¿Lo habéis visto?

— Azul como el amanecer.

— ¡Necesitamos caballos!

— ¡Majestad!

          Dowan Dayne, el heredero de Campoestrella, a toda marcha se había abierto paso por el patio con jinetes que llevaban en la armadura la torre en llamas de Antigua y con él, un caballo blanco listo para que la reina lo montase apropiadamente.

— Perfecto - susurró y el mismo Darshan la ayudó a montarse como si no pesara nada -. ¿Dónde está lord Hightower?

— ¡Allá arriba! ¡En su torre!

          Darshan Fuegoscuro miró a su alrededor y no encontró caballo para sí. Miró a la docena de jinetes y comprendió que debía escoger a cuál de ellos deshonraría dejándolo atrás. Como Guardia Real poco importaba el resto. Pero como persona, a Darshan nunca le gustaba pasar por encima de los demás de aquella forma.

— ¡Mi señor! - le gritó el chico cuando Fuegoscuro acabó de sujetar apropiadamente las riendas del caballo de la reina -.¡Aquí!

          El muchacho de Montenegro, el hijo menor de los Blackmont, quien había llegado con las noticias del asedio a Bastión de Tormentas, había galopado hacia ellos desde el otro extremo del patio de armas, dispuesto a echarse a correr por su cuenta para ver la magnificencia del dragón azul.

— Usad mi caballo, mi señor - dijo, bajándose de un salto y entregando las riendas para que Darshan no perdiera ningún tiempo de su labor -. Yo buscaré otro para mí en los establos.

— Gracias, chico - susurró Fuegoscuro, tomándole con cuidado la mandíbula y el cuello con la mano derecha, mientras le entregaba el hermoso caballo negro dorniense.

— ¡Avanzad! - gritó Dayne, y la comitiva tomó velocidad al instante mientras Darshan montaba con toda habilidad -. Ven conmigo.

— ¿Mi señor?

— A ver el dragón - le extendió la mano, mientras que con sus ojos liliáceos anaranjados le hacía saber que, aunque Fuegoscuro fuese un bastardo, la sangre de la vieja Valyria corría por sus venas, y que el momento más especial para presenciar la llegada de los dragones tenía que ser con la misma personificación humana de ellos.

Poniente III: Corona de CuervosWhere stories live. Discover now