2.- Reina de corazones

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—No, pero le dejamos a su suerte y no llamamos a la policía; lo hicimos mal, Sonie.

Eso tengo que concedérselo, ¡pero es que casi acabamos como ese tío por culpa de los dos matones! Nos merecíamos una botellita o dos de soju para calmarnos. Parece que nos calmamos más de la cuenta, eso sí.

—Vale, pues llama entonces —suspiro, masajeándome los párpados—. ¿Dónde estás? Que te acompaño.

—En Itaewon.

—¿Y Hye?

—Viene de camino.

—¡¿Llamas a la imbécil de Hye antes que a mí?! —exclamo ofendida, apagando el equipo de música, recogiendo la mochila y también la chaqueta, que había dejado tirada encima de la camilla.

—Me ha llamado ella, Sonie, a mí se me había olvidado.

Bufo muy muy muy ofendida y dolida por no ser la primerísima a la que han llamado en general y salgo del cuarto, cerrando mi estudio con llave (una manía para que no me manguen mis tintas).

—Voy para allá, ¿quedamos en el Sakura-do?

—Vale, mismo... Voy andando y te espero allí.

Tras despedirme fugazmente, cuelgo la llamada y voy a la recepción con mis ojitos redonditos de niña buena incorporados. Es la tercera vez en el mes que me escaqueo del curro, y por muy freelance que sea, sé que Joonie se va a cabrear conmigo. Este es su negocio, y se lleva una pequeña comisión de cada trabajo que hacemos todos los artistas por formarnos, darnos un sitio donde trabajar y por proporcionarnos también un poco de... seguridad.

Ser tatuador aquí en Seúl, si no eres la crème de la crème, es trabajo de riesgo. Y dado que mi trayectoria se puede resumir en año y medio, tampoco es que yo sea precisamente nadie de renombre como para poder montar mi propio estudio y vivir según mis normas. Hasta que eso pase, tengo que apechugar y bajar la cabeza...

Hoy en particular, la tengo que bajar pero bien, más o menos hasta enterrármela en el culo.

—¿No acabas de llegar? —me dice en cuanto pongo un pie en la recepción.

—Sí, pero me ha surgido algo... Te juro que es muy importante, Nam —me excuso; hoy no le valen mis ojitos de bebé mapache, porque ni parpadea al mirarme.

—No es por nada, pero empiezo a estar un poco harto de que te pires y me dejes el marrón de llamar a tus clientes, Sonje. Deberías tomarte esto en serio, es un trabajo, no un hobby.

—Ya, ya, lo sé... Lo siento.

—Hay chavales que matarían por estar en tu lugar.

—Lo sé.

—Y tú no valoras nada que te haya acogido en mi local y en mi familia...

Lo peor de Namjoon es que, como es un tío de lo más sereno y pacífico, cuando le decepcionas o cabreas se pone modo padre estricto, y me hace sentir como la mierda.

—Solo es hoy, Nam, seré buena el mes que viene, te lo prometo —murmuro con la cabecita gacha y las manitas unidas. Tengo algo que a Namjoon le ablanda, y espero que esté funcionando.

—Más te vale —espeta con rigidez—, puedes irte, pero ponte las pilas o otro aprendiz te quitará el puesto.

Dejo caer la mandíbula de pura impresión, él jamás me había amenazado con eso. Namjoon es una especie de hermano mayor para nosotros; a pesar de no tatuar, aprovechó esta casa gigante (heredada de su familia) para darnos un sitio donde ejercer nuestra profesión sin ningún problema. Es muy difícil que te acepte en su seno; Nam no se fía de cualquiera, y cada vez somos menos aquí, por lo que, si dice eso, es que va completamente en serio...

Inked KnockoutWhere stories live. Discover now