Por contraste, la casa solariega de Ludlow Court era una joya, un ejemplo diminuto, pero perfecto, de la arquitectura palladiana, con líneas luminosas y elegantes, bellas proporciones y un interior que Langford había podido conservar —y de vez en cuando modernizar— con relativa facilidad.

Pero mientras pasaba por la antesala y la grandiosa entrada, con la mano de la señora Horan apoyada, apenas, en su brazo, se preguntó qué pensaría ella de la casa. Su actual residencia quizá fuera poco mayor que un pabellón de caza, pero tenía entendido que antes vivía en una mansión mucho más grande, más grande que la suya y, probablemente, más moderna y más lujosamente amueblada, dada la fortuna de su difunto esposo.

—Ha reconstruido la terraza —dijo la señora Horan cuando entraron en el saloncito que daba al sur. Un lado de la estancia daba a la pendiente adoquinada de la parte trasera de la casa, que conducía a los jardines de diseño formal, geométrico, y al pequeño lago, más allá—. A su excelencia solía preocuparla.

—¿De verdad? —Otra cosa más que él no sabía de su propia madre.

—Sí, bastante. Pero decidió no arreglarla para no molestar a su padre mientras estaba enfermo —dijo la señora Horan—. Era una persona muy buena.

Eso era algo que él había descubierto demasiado tarde. En sus arrogantes años de adolescencia, pensaba en secreto que su madre era demasiado anticuada y rústica, que no poseía nada de la majestuosidad y glamour apropiados para la consorte de un príncipe del reino. Había soportado su ansioso cariño como si fuera una piedra de molino que llevara colgada del cuello, sin sospechar ni por un momento que, sin ella, iría a la deriva.

—Nunca me dijo nada sobre ello. Y me temo que yo era demasiado obtuso y estaba demasiado absorto en mí misino para adivinarlo. No la hice reparar hasta que empecé a dar fiestas de fin de semana.

—Es muy bonita —respondió ella, mirando por la ventana hacia las exuberantes rosas de color albaricoque que florecían a lo largo de la balaustrada. Llevaba rosas en su sombrero de ala ancha, rosas confeccionadas con cintas de gro azul pálido—. A ella le habría gustado.

—¿Preferiría tomar el té en la terraza? —le preguntó impulsivamente—. Hace un hermoso día.

—Sí, gracias —aceptó ella, con una leve sonrisa.

Ordenó que instalaran una mesa fuera, bajo un amplio toldo, con un mantel blanco y unas rosas como las que ella estaba admirando colocadas en un jarrón de cristal.

—Me parece que es hora de que me disculpe —dijo ella mientras se acomodaban en sus asientos, uno al lado de otro, en un ángulo amplio, de forma que los dos pudieran disfrutar viendo los jardines.

—No es necesario. Disfruté muchísimo de la cena y encontré tanto la comida como la compañía fascinantes.

—No lo dudo. —Se echó a reír, un poco cohibida—. Como representación, no podía encontrar nada mejor. Pero quiero disculparme por todo mi plan, desde el principio, cuando hice que se marcharan todos mis criados y dejé a mi gatito en el árbol para poder pedirle que me ayudara.

El sonrió.

—Le aseguro que no fui una víctima inocente de sus planes. Sabía en qué me metía cuando acepté ser su sir Galahad temporal y un tanto maleducado.

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⏰ Last updated: May 01, 2022 ⏰

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Acuerdos Privados [narry] adaptadaWhere stories live. Discover now