Harry notó que el corazón le latía con más fuerza. No había planeado hacerle una visita conyugal a Niall, por respeto a la casa de la señora Horan y todo eso. Pero si iban a verse forzado estar juntos -y con toda probabilidad, muy juntos- en la misma habitación y compartiendo una cama, bueno...

—¿Necesitas bajar algo?—preguntó.

Le lanzó una mirada suspicaz, pero bajo la luz que salía de todas las puertas abiertas, Harry observó que ya no estaba tan pálido como un minuto antes.

—No, gracias. Ve tú delante.

Bajó las escaleras. Hollis lo acompañó a la habitación de la institutriz. Harry se encontró en una estancia más grande y muy bonita que la que le habían dado, con las paredes cubiertas de damasco crema con un elegante estampado con arabescos caqui y musgo. Había ranúnculos rosas y blancos en unos jarrones pintados de Limoges, colocados encima de cada mesilla de noche. La propia cama era bastante grande, con la ropa de la cama, de fino lino blanco, ya doblada hacia atrás con aire incitante.

—La señora Horan usa esta habitación para descansar por la tarde, en verano—le informó Hollis—Es más fresca que las habitaciones de arriba.

Harry apagó las luces y abrió las contraventanas. Entró el aire de la noche, fresco, húmedo e impregnado del perfume de la madreselva. La luna, en cuarto creciente, estaba ascendiendo, con su luz pálida y luminosa. Se quitó el batín y, después de una breve vacilación -¿a quién quería engañar? Napoleón deseaba apoderarse de Rusia con menos desesperación de la que él sentía por acostarse con su esposo-, se despojó del resto de la ropa.

Nisll apareció al cabo de un buen cuarto de hora. Sus pasos se detuvieron delante de la puerta. Luego no pasó nada. El silencio se desplegó y extendió, envolviéndolo opresivamente, poniendo a prueba su paciencia y sus nervios.

Finalmente, el pomo de la puerta giró, despacio. Niall entró y cerró, pero no avanzó más; se quedó con la espalda apoyada en la puerta y los pies justo fuera del haz de luz de la luna. Harry recordó una noche, mucho tiempo atrás, en una casa diferente que también pertenecía a la señora Horan, donde también una luna igual de luminosa inundaba de luz plateada una gran parte de la habitación; el principio del final, el final del principio.

—Como en los viejos tiempos, ¿verdad?—dijo, después de un largo minuto.

Más silencio.

—¿Qué quieres decir?—preguntó por fin, con una voz un poco temblorosa.

—No me digas que lo has olvidado.

Niall cambió de posición y se oyó, apenas, el roce de la seda deslizándose sobre la carne y contra los paneles de la puerta.

—Así que estabas despierto—dijo, acusador.

—Tengo el sueño ligero. Además, estaba en una cama desconocida, en una casa desconocida.

—Te aprovechaste de mí.

Él soltó una risa ahogada.

—¿Qué esperabas, después de que me manosearas por todas partes? Podría haber hecho más, y tú me habrías dejado.

—Yo también podría haber hecho más. Casi volví a meterme en tu cama, aquella noche. Habría sido un atajo para llegar al altar.

—No me digas -murmuró él—¿Qué te detuvo?

—Pensé que era deshonroso. Que era indigno de mí. Irónico, ¿verdad?—Se apartó de la puerta y avanzó hasta quedar junto a la cama, en el lado más alejado de Harry, su silueta aureolada por la luz de la luna, las oscuras curvas de su cuerpo apenas visibles dentro de las diáfanas sombras de su salto de cama.

Acuerdos Privados [narry] adaptadaKde žijí příběhy. Začni objevovat