Capítulo 12

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Louis estaba perfectamente.

En serio.

Cenaba sopa aguada con su madre, sumida en un mortificado silencio perpetuo. Trabajaba en la cafetería, sonreía a alfas que alargaban manos gruesas y amenazantes hacia sus mejillas, robaba los panecillos que sobraban del desayuno, se frotaba los pies hinchados con gasas frías. Recibía llamadas de gente a la que su padre había debido dinero, pagaba a dueños de locales de azar, suplicaba a directores de banco, recogía paquetes de comida en un pequeño refugio en el barrio más humilde de la ciudad.

Su padre había desaparecido dos días después de que se marchase.

Se tumbaba en su cama de la infancia, que olía a recuerdos y a hogar y ligeramente a humedad, y no dormía. Cerraba los ojos con fuerza hasta que lo único que percibía era la luz fría de la farola de su ventana, y respiraba fuerte para no oír el silencio, y apretaba las sábanas agujereadas en dos pequeños puños y contenía unas náuseas enormes, dolorosas, que le contraían el pecho y lo dejaban sin aire. Louis consiguió cuatro mantas de segunda mano antes de darse cuenta de que parecía haber perdido la habilidad de entrar en calor.

La verdad es que hacía más frío del que recordaba; su antigua ropa- no había aceptado llevarse nada que no fuera suyo- se sentía fina y tranparente contra su piel, y cuando abría la cafetería a las siete de la mañana el frío entraba en sus zapatillas desgastadas y tenía que concentrarse para no temblar. Volvía de noche enfundado en su gastado abrigo negro que- temía- empezaba a caerse a pedazos, y a veces el viento le golpeaba la piel casi con violencia, así que se acostumbró a dar un pequeño rodeo y caminar siempre entre edificios altos.

Louis veía ojos verdes y rizos revueltos color chocolate en cada extraño que se cruzaba por la calle. Veía destellos de anillos en sus clientes y preciosas sonrisas enmarcadas por hoyuelos, un segundo antes de parpadear y volver a la realidad. Tenía algo frío y cortante apretándole el pecho como un corsé, pero se le daba bien disimularlo.

A las dos semanas de volver a casa tuvo el peor celo de toda su vida. Se retorció en su cama, con fiebre y sudores fríos, y nada de lo que normalmente usaba funcionaba, y nada podía darle ni un segundo de alivio, y gritó de dolor en su almohada hasta desmayarse. Duró cuatro días y Louis no pudo levantarse de la cama en otros dos, y cuando su madre preguntó quién era Harry, no se atrevió a contestar.

Naturalmente, lo despidieron.

De hecho, Louis estaba cosiendo un roto en una de las que habían sido sus mejores camisas para ir a una entrevista de trabajo cuando alguien golpeó en la puerta con suavidad.

Se quedó paralizado. Ninguno de los "clientes" a los que su padre debía dinero había llegado a ir hasta allí nunca. Su madre raramente se levantaba de la cama, y sabía que había adelgazado de no comer nada durante su celo y de su pobre dieta. Al final del día apenas se mantenía en pie; si lo atacaban, no tendría fuerza. Harían con él lo que quisieran.

Tiró a un lado la camisa y corrió al cuarto de su madre. La encontró tal y como la había dejado; tumbada de lado, durmiendo. Le tocó el hombro con cuidado, jadeando.

"Mamá" susurró, pero ella no se movió. "Mamá. Hay alguien en la puerta, no sé qué hacer"

Su madre despertó despacio, pero se limitó a mirarlo con los ojos huecos, apagados. Los golpes en la puerta se repitieron.

"Mamá" se esforzó por que no se le quebrase la voz "Por favor, levántate. No sé quién es"

Ella parpadeó despacio, suspiró.

"No abras" susurró con la voz gastada.

"No se van a ir. Por favor, mamá, sólo ven conmigo, hablaré yo" se ofreció, desesperado, pero su madre parecía haber perdido el interés. Se dio la vuelta y siguió durmiendo, y Louis vio en su mesita el pequeño bote de pastillas para dormir que había jurado no volver a tomar.

Братва (Bratva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora