2. Hard Times

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"Tiempos difíciles
Te harán preguntarte por qué te sigues esforzando,
Tiempos difíciles
Te harán deprimirte y reirán mientras tú lloras."

Nueva York, Estados Unidos
31 de diciembre, 2018

Alexandra

La noche ya ha caído cuando el taxi me deja a unas calles de distancia de mi destino. El viento gélido sopla causando que las ramas cubiertas de nieve de los árboles se mezan.

Cierro los botones de mi abrigo negro y me pongo la capucha. Hundo las manos en mis bolsillos y comienzo a andar hacia la que alguna vez fue la casa de mi infancia. Donde viví con mis padres —Melody y Scott—, hasta que el destino los arrancó de mis brazos.

Todavía recuerdo cuando solía jugar cada tarde en el jardín con mamá o cuando papá dedicaba sus fines de semana a enseñarme a nadar. Recuerdo cuando jugaba al té con mis padres cuando hacía mucho frío como para salir a jugar y todas las veces que le pinté las uñas y le hice peinados a papá cuando mamá estaba muy cansada para jugar.

Todo lo hacíamos solo nosotros tres, como la pequeña familia que éramos.

Fue un golpe duro para una pequeña de siete años saber que, el día que sus padres habían decidido hacer un pequeño picnic en el parque, sería el día en que los perdería para siempre. Si cerraba los ojos, aún podía escuchar los gritos de desesperación de mi madre cuando le gritaba a papá que frenara y a él gritándole de vuelta que los frenos del auto no funcionaban.

Finalmente, recuerdo los ojos verdes y cálidos de mi padre mirarme por el espejo retrovisor y la sonrisa tranquilizadora que esbozó. Me dijo que cerrara los ojos y así lo hice, pero entonces, el interior del auto se llenó de gritos cuando el auto se salió de la carretera y cayó por un barranco.

Hasta la fecha no recuerdo mucho de lo que sucedió después. Tengo pequeños retazos de recuerdos sobre haber despertado y ver todo borroso aunque recuerdo haber escuchado unas voces que parecían estar enfrascadas en una pelea. Recuerdo cuando abrí los ojos y vi a varios hombres vestidos con un uniforme negro con franjas amarillas que relucían en la oscuridad. Después de eso, recuerdo abrir los ojos dentro de una ambulancia. Escuchaba frases como «Tuvo suerte, parece que solo se fracturó el brazo» o «Fue un horrible accidente automovilístico».

A todo eso le sigue el recuerdo de Paige, la enfermera que me recibió en el hospital. La que revisó el estado de mis heridas y la que me compró un sándwich cuando le dije que tenía hambre y que quería ir a casa. Paige fue quien estuvo conmigo durante las horas que estuve en el hospital esperando por mis padres y fue ella quien me abrazó cuando Florence —la trabajadora social—, me explicó de una manera sutil que tendría que ir a un orfanato porque mis padres habían muerto y no tenía ningún otro familiar en el país que se hiciera cargo de mí.

Terminé en un orfanato y bueno, todos los días que pasé allí fueron una pesadilla, pero no se comparan a los primeros días porque esos fueron un infierno. No era más que una niña pequeña que se la pasaba llorando por los rincones porque extrañaba a sus padres. Esa niña asustada albergaba la esperanza de que alguno de sus familiares lejanos fuera en su búsqueda, pero eso nunca sucedió, ellos me dejaron a mi suerte.

Paige me visitaba en el orfanato cada vez que su trabajo se lo permitía y siempre llevaba a su hija Lexie para que jugara conmigo. Lexie era una niña de siete años justo como yo en aquel entonces. Me gustaba jugar con Lexie porque ella siempre llevaba juguetes y algunas otras veces me los regalaba aunque después terminaran en manos de otras niñas más grandes que me los quitaban.

No había pasado mucho tiempo cuando Roxanne y Frederick Gaskell llegaron al orfanato con una niña en brazos. Roxanne quedó encantada conmigo desde el momento en que me vio y a mí me agradó ella, su esposo y su pequeña hija Sophie.

Roxanne me había contado que ella había tratado por varios años tener otro hijo, pero Dios no le había concedido la dicha una vez más. Por eso quería adoptarme, porque ella anhelaba tener una hija más a la cual darle todo su amor y Sophie tendría una hermana mayor que la querría y con la cual podría jugar. Ambas podrían hacerse compañía.

Los Gaskell vinieron al orfanato varios días, los cuales sirvieron para conocernos mejor. Ellos eran un matrimonio originario de Melbourne, así que una vez que los trámites de mi adopción estuvieron hechos, me llevaron con ellos a su país natal, alejándome así de Lexie y Oliver.

Con Lexie mantuve contacto durante todos estos años, ambas nos vimos crecer a través de una pantalla. Paige se encariñó mucho conmigo que no pudo resistirse a viajar a Melbourne para visitarnos durante las vacaciones, e incluso, residió por un tiempo ahí y yo asistí a la escuela con Lexie.

Y Oliver...

Despego la mirada del pavimento y alzo la cabeza para ver las casas que se encuentran calle arriba. Desde aquí puedo ver la mansión iluminada por luces navideñas que visité varias veces de pequeña sólo para jugar con él.

Recuerdo la última vez que vi al niño de ojos color caramelo...

Yo había ido a casa a recoger algo de ropa junto con Florence y alguien llamó a la puerta. Se trataba de Oliver quien estaba preocupado porque no había vuelto a casa después del picnic.

En el momento que él vio mis ojos rojos e hinchados de tanto llorar y escuchó que debía irme con Florence a un lugar desconocido para mí, me abrazó y dijo que podía quedarme en su casa y que sus padres cuidarían de mí, pero Florence le dijo que eso no era posible.

Tuve que despedirme de él. Los dos éramos un desastre de lágrimas y mocos cuando le pedí que no me olvidara. Él dijo que nunca podría hacerlo y me prometió que me buscaría donde quiera que me llevaran, que nunca nos separarían y que, cuando fuéramos más grandes, podríamos casarnos.

Yo había asentido y le di la princesa Leia que él me había regalado en mi cumpleaños número siete. Se la di para que no se sintiera triste y para que me recordara. Él no quiso aceptarla hasta que le dije que podría devolvérmela cuando nos viéramos de nuevo.

Pero ese día tampoco llegó.

Pasé varios años de mi niñez enojada con él porque rompió nuestra promesa. Nunca me buscó y yo tampoco me molesté en hacerlo.

¿Qué caso tenía? Él ya me había olvidado.

Ahora, con casi veinticinco años cumplidos sonrío ante la tierna promesa que me hizo Oliver. El enojo no se ha ido, pero he de admitir que siento curiosidad por saber por qué nunca me buscó. Aunque ese es un asunto del que me encargaré después.

Mi mente está enfocada en otra cosa en estos momentos.

Un auto blanco con fuerte música de rap pasa por mi lado y ajusto la capucha de mi abrigo.

Pateo una piedra y tomo un largo respiro antes de caminar por el sendero que dirige a la puerta principal de mi casa. Mis nudillos golpean la madera y segundos después se abre mostrando a una chica de cabellos rubios.

—Tardaste en llegar —me abraza mi hermana menor—. La cena está lista.

—Feliz cumpleaños —digo mientras le entrego la cajita aterciopelada—. ¿Qué se siente ser una niña grande?

—Horrible —responde—. ¿Recuerdas todas esas veces en las que deseé ser grande para poder hacer lo que quisiera? —pregunta y yo asiento—. Pues ahora lo retiro porque la vida de adulto no es divertida, es aterradora. Quisiera ser una niña de nuevo.

Rio y nos adentramos a la casa. Mamá sale de la cocina y me abraza mientras murmura que debo visitarlas más a seguido y yo le digo que así será. Solo necesitaba organizar un poco mi caótica vida.

Chained to youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora