Fríos pasillos

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Eran pasillos fríos, solitarios llenos de gente desconocida que desearías nunca haber visto. Eran pasillos de tonos blancos con olor a medicinas y a enfermos, con olor a sangre por algunos momentos. Ventanas grandes y muchas puertas, mujeres y hombres vestidos de blanco caminando y hablando sin parar.

Gente iba y venía, siempre diferente nunca salían como habían llegado.

Un hospital como cualquier otro, donde siempre existe el riesgo de perderlo todo, donde alguna buena noticia también se puede colar.

Morinaga había tenido la oportunidad de memorizar ese lugar, las largas horas le habían permitido contar las sillas, ventanas y puertas, había aprendido donde estaban la cosas que necesitaba, elevadores, baños, cafetería, había aprendido más de lo que le gustaría porque no podía caerse a llorar.

Había tenido la mala suerte de ser quien debía dar la cara a todo lo acontecido y lo entendía, Souijin mantenía la calma pero era pedirle demasiado al pobre padre y los hermanos Tatsumi actuaban como niños esperando que alguien les dijera que hacer.

Morinaga jamás los había visto así, a ninguno de ellos y en cuanto supo lo que paso tras tomar fuerzas supo que debía cuidarlos, lo supo más aun cuando se les comunico que tal vez Souichi no despertaría.

¿Y si no lo hacía? ¿Quién cuidaría a la familia que tanto se esforzó por proteger? Sabía que debía ser él, incluso si su vida entera estaba recostada en una cama sin signos de despertar debía hacerlo, probablemente esa era la prueba más grande de su amor.

Estaba roto, cansado, memorizaba el hospital y cada día era igual al anterior pero más triste, las esperanzas se iban con cada anochecer.

Entraba a ver a Souichi varias veces al día y varias noches se quedaba a cuidarlo durante la noche recostado en el suelo, en el sillón.

Lo primero que veía al despertar era a su querido Senpai, le parecía que se veía hermoso y relajado, sin cambio alguno, sin el ceño fruncido y sin sus gafas, le parecía que se veía como un ángel y lo odiaba por ello.

¿Cómo podía verse tan hermoso y radiante mientras su corazón se rompía?

Odiaba mirarlo ahí, como durmiendo, como perdido.

Aquella persona bella recostada en esa cama ausente de todo el dolor que causaba al no despertar era completamente diferente al Souichi que él amaba. Era como mirarlo muerto siempre y Morinaga temía por ello siempre miraba los aparatos conectados para que tuviera claro que no estaba muerto.

¿Y si moría así? Sería una bella imagen tal vez porque realmente no parecía que su vida pendía de la nada, parecía estar en el más dulce sueño, además Kanako le cepillaba su cabello, cortaba sus uñas, entre todos lo arreglaban.

Sabían perfectamente que a Souichi no le importaba para nada eso y si su cabello era un desastre al despertar probablemente se lo cortaría sin problema pero todos querían verlo bien.

Se esforzaron tanto por ello que a Morinaga le resultaba doloroso.

No importaba cuanto se esforzarán era claro que Souichi estaba terminando.

Aunque su cabello lucía peinado había perdido poco a poco el color, y era cada vez más áspero, cada vez que lo peinaban se caía mucho más.

Su piel también, Kanako le ponía crema pero su color cambio, cada vez que entraban en la habitación se veía realmente pálido. Souichi siempre fue realmente blanco pero ahora se veía realmente enfermo, además había perdido mucho peso.

Verlo así siempre era horrible para todos.

Morinaga se hincaba en su cama recostando su cabeza levemente, inclinándola. Lo miraba con atención en busca de algún pequeño indicio de su despertar.

Miraba que sus labios habían perdido color, quería besarlo pero sabía que Souichi no reaccionaría y casi le sabía a despedida.

Extrañaba sus ojos, sus hermosos ojos que iluminaron su vida, eran los soles que daban calor a su existencia, eran su adoración. Estaba seguro que cuando Souichi despertará sus ojos seguirían igual, brillantes color solo, dulces como la miel, probablemente le molestaría abrirlos por tenerlos tanto cerrados pero de inmediato iluminarían su vida.

Souichi era su sol. Todos siempre lo trataban a él como el mejor, como un ángel, el mejor partido para cualquier persona. Todos veían a Morinaga como alguien radiante pero incluso las personas como Tetsuhiro que llenaban de energía cualquier lugar y que resplandecía, incluso las personas como él que resultaban agradables y fáciles de querer porque son atrayentes y especiales aún las personas como él adoran con toda su alma a alguien más.

La persona que era todo eso y más para Morinaga era Souichi, el adorado de muchos tenía como adoración a un hombre complicado y enojado, practico y a veces frío, hermoso. Morinaga quien era el sol y el ángel para tantos tenía su propio sol su razón para ser mejor, su calor y su vida, su amor y su esperanza de un mañana.

Souichi era adorado por una de las almas más cálidas. Morinaga sabía sus defectos pero los atesoraba igual, nunca vio a Souichi perfecto excepto el tiempo antes de conocerlo.

Y no le importaba para nada, sus defectos le parecían divertidos y reales le hacían amarlo aún más.

Souichi era su sol y se estaba apagando, el terror que sentía todos los días Morinaga por ello era superior a todo lo que había sentido antes.

El miedo lo hacía callarse cuando lo visitaba, se quedaba sin palabras al verlo ahí tendido.

Solo se atrevió a llorar fuera de aquella habitación, cuando entraban los hermanos a visitar y él salía fue cuando se dio cuenta que nadie podía consolarlo.

A los ojos del mundo eran solo amigos, nada más.

Y si Souichi moría solo serían eso. ¿Quién podría ofrecerle algún consuelo?

Si Souichi moría no importaría cuanto lo amo ni cuanto fue amado porque todo se terminaría.

Acaricio su rostro un día y le dijo algo finalmente mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

—Espero este soñando algo lindo Senpai— sostuvo su delgada mano, se dio cuenta que pesaba incluso menos y lloro, finalmente lloro.

Supoque incluso si el mundo entero supiera de su relación nada podría consolarlopor perderlo.

Mínima concienciaWhere stories live. Discover now