Capítulo 3: Veneno

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—Anel, hay un paciente en la sala de quimio que pregunta por ti.

Maldigo en voz baja, justo cuando iba a comer algo.

No he probado bocado en casi todo el día, he estado de un lugar a otro sin parar, ya van a dar las cuatro de la tarde y estoy por caer mareada aquí mismo. Estoy segura de que si no estuviera acostumbrada a esto ya estaría medio muerta.

Camino hasta la sala donde realizan las quimioterapias a los pacientes y me sorprende encontrarla muy vacía, a excepción de un par de personas y no es muy díficil para mí deducir quién mandó a buscarme.

—¿Me extrañó, señor Hall?

Sonrío burlonamente.

—Hace tiempo que no la veía doctora, quería asegurarme de que aún estuviera viva y continuara con mi tratamiento. Aquí entre nosotros, las enfermeras dicen que usted es la mejor oncóloga de la ciudad.

Pongo los ojos en blanco.

—Deje de adularme señor Hall, pero aquí entre nosotros, las enfermeras tienen razón.

Él ríe un poco.

—Apuesto a que si.

—Ahora, ¿cómo va con su tratamiento?

Resopla como un niño pequeño y me mira molesto.

—A veces pienso que usted me está envenenando, cada vez me siento peor con esto Doc.

Eso definitivamente me hizo sentir mal. Lo he escuchado varias veces a lo largo de mi carrera y es una sensación poco agradable saber que la única manera de ayudar a una persona con esta enfermedad es enfermandola más, tal vez lo que me alienta es saber que en su mayoría luego mejorarán, pero no quita esa espinita que te hace sentir un poquito culpable por dar algo que desmejora tanto a la persona.

—Ya, pero es un veneno bueno señor Hall, va a envenenar a las células malas y luego seguro se sentirá mucho mejor.

Él asiente quitándole importancia.

—La gente ya empieza a tenerme lástima.

Lo observo confundida.

—Por el cáncer.

Al fin entiendo a lo que se refiere.

—No es lástima, es empatía.

Él niega muy seguro de lo que piensa.

—Usted sabe que no es así, cuando se enteran, todas las personas me dan esa mirada llena de lástima y cambian su forma de tratarme, incluso usted lo hace.

—¿Yo? — pregunto muy confundida.

—No la he tratado de la mejor manera, sin embargo usted se sigue esforzando por intentar ser amable conmigo.

—Soy igual de amable con todos mis pacientes, señor Hall.

Él ríe en mi cara como si hubiera contado un chiste.

—Porque todos sus pacientes tienen cáncer.

Tiene un buen punto, pero no todos los pacientes a los que he atendido en mis años de profesión han padecido de cáncer y estoy a punto de decirlo cuando me interrumpe.

—Es culpa de ese veneno que nos da. Si nadie supiera que tengo cáncer no tendría que soportar las miradas de lástima.

Dice como reprochandome pero no le sale muy bien porque comienza a toser.

—¿Es esa la razón por la cuál no vino antes al hospital? — pregunto cuando su tos ha pasado.

Está a punto de abrir la boca para decir algo pero siento que algo tira de mi bata.

—¡Doctora! — esa vocecita me llena de vida.

—¡Kim! — respondo con la misma emoción que ella me demuestra. — ¿tienes quimio?

Ella asiente frunciendo el ceño. Rio un poco y le ayudo a sentarse en la silla que sigue a la del señor Hall a quién Kim mira con curiosidad.

—Él es el señor Hall, saluda Kim.

La niña sonríe de la manera más dulce que puedo haber visto en mi vida luego de la sonrisa de mi hermana.

—Hola niña.

Volteo inmediatamente hacia el chico entrecerrando los ojos. ¿Qué manera es esa de saludar a una niña tan dulce?

—¿Usted también está enfermo?

Esa pregunta parece desubicar al señor Hall pero rápidamente vuelve a poner su cara de amargado.

—Así es, estoy enfermo como tú.— contesta de mala gana.

Kim ríe levemente y esto confunde aún más al amargado.

—¿Entonces a usted también lo cuida la doctora Harris? 

Él asiente desinteresado.

—La doctora Harris no tiene novio, yo escuché cuando se lo dijo a mi papi.

Siento como mis mejillas se encienden cuando Kim menciona eso, soy consciente de que ese comentario se podría interpretar de muchas maneras.

—Eso fue porque él me lo preguntó Kim, y no vayas diciendo esas cosas.

—¿Usted tiene novia señor Hall?

Que alguien haga callar a este angelito ya por favor.

Mis súplicas son escuchadas porque cuando el señor Hall comienza a negar con la cabeza, la enfermera de Kim entra y la pequeña empieza a hacer un puchero que me parte el alma.

—Ya princesa, eres muy valiente.

Le repite su padre una y otra vez mientras que todo el procedimiento es realizado, pero Kim no deja de soltar lágrimas y llorar en silencio.

Es tan difícil ver a una niña tan pequeña teniendo que pelear en una guerra que nadie quiere pelear. Es injusto, pero así es la vida.

Volteo a mirar al señor Hall, que para mi sorpresa está mirando a la niña con compasión y cuando Kim voltea a verlo, él hace caras divertidas para que aunque sea por unos segundos ella se sienta mejor.

Sonrío un poco al ver ese lindo gesto de su parte. Al menos ahora sé que tiene corazón.

Después de un rato me despido y por fin puedo comer algo y eso parece reiniciarme la vida por completo. De verdad estaba muriendo de hambre.

Cuando he terminado me dirijo a hacer una consulta pero no he llegado a la habitación del paciente cuando escucho un código azul y me veo obligada a correr hacia este.

Lo doy todo de mi para salvar a la vida de este paciente, lo conozco muy bien. Christian Lewis, 20 años, tumor cerebral.

—Vamos Chris, no me dejes.

Repito una y otra vez, pero no hay nada que hacer, lo he perdido.

—Hora de la muerte cuatro y cuarenta y cinco de la tarde.

Que buena manera de comenzar el final del día, nótese el sarcasmo.

...

Ay Kim, como te amo.

¿Alguien puede hablar de lo maravillosa que es esta niña?

En fin, inserten suspiro por como hablan la doctora Harris y el señor Hall.

Nos leemos el próximo lunes, lectores hermosos.

Sigue RespirandoWhere stories live. Discover now