Capítulo IV

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La Noche Eterna

Poco a poco Rodaric fue cayendo en el profundo sueño, luego despertó y lo que vio lo llenó de gusto, porque era la continuación del sueño pasado, ya que se encontraba en el cuarto de Yata.

La luz del sol apenas comenzaba a salir en el horizonte que podía apreciarse desde la ventana. En el otro rincón del cuarto, el dragón que habían curado aún dormía y Yata se estaba levantando de la cama. Se vistió y salió del cuarto un poco apurado, sentía que se había quedado dormido, pero al llegar con su madre apenas preparaba el desayuno.

—Madre... ¿Qué hora es? —preguntó al verla mientras se sentaba en la mesa.

—Es más temprano de lo que normalmente sueles despertar ¿Piensas hacer algo hoy?

—Hoy voy a practicar para mi examen con mi padre, ¿Dónde está por cierto? —preguntó extrañado, al ver que en el cuarto de sus padres no estaba durmiendo como siempre.

—Hinam, tu padre... un mensajero tocó la puerta y él fue al templo urgentemente, no creo que tarde, los profetas...

Tlan Tlon Tlan Tlon Tlan Tlon Tlan. Sonaron las campanas a lo lejos, interrumpiendo a la madre, quien dejó caer el cucharón al suelo y rápidamente lo tomó y continuó hablando entre suspiros y con nerviosismo—. Siempre son concisos y directos los profetas, suelen decir mucho con pocas palabras, no debe tardar.

—Madre...

—Dime.

—¿Qué fueron esas campanas? Hoy parece ser un día extraño, siento mucho silencio, los pájaros que llegan a mi ventana por la mañana no están.

—Esas campanas... anuncian algo que hemos esperado, pero será mejor que te lo explique tu padre, o quizás los dos.

Un grito similar a un gruñido se escuchó en el cuarto de Yata. La madre se asustó y se quedó observando hacia el pasillo que daba al cuarto de Yata.

—¿Escuchaste eso?

—Tranquila, es un animal que traje ayer, mi padre curó a la criatura y creo que ya despertó, ¡Por dios!... ¡La ventana! —gritó y salió corriendo hacia su cuarto.

Al entrar el dragón ya se encontraba trepando por la cama y a punto de llegar a la ventana. Yata se lanzó sobre el dragón y al hacerlo la pequeña bestia se cubrió con sus alas para protegerse, pero al notar que el niño solo lo abrazó comenzó a frotarse contra su pecho.

En ese momento el padre de Yata entró a la casa azotando la puerta con el rostro pálido, los ojos le temblaban, respiraba agitado por haber regresado corriendo.

—¡Tenemos... que ir... al templo ahora! —exclamó, titubeando y respirando una y otra vez con fuerza.

—¿Pero por qué llegas tan agitado? Siéntate y cuéntanos, que el desayuno ya está listo, ya he escuchado las siete campanadas, no te apures, además tenemos que contarle lo que sucede a Yata —contestó la madre un poco preocupada.

—No hay tiempo, corremos grave peligro y hoy es el día que estamos esperando, no tardan en sonar las campanas de guerra.

—¿Cómo qué guerra? —preguntó muy confundida, siempre esperaron este día, pero por el rostro y tono de voz de Hinam, la preocupación de la madre era enorme.

—No hay tiempo, luego te lo puedo aclarar, por ahora debemos llevar a Yata al templo y explicarle lo que pasa —dijo mientras tomaba su espada y sacaba una daga que tenía escondida en una preciosa caja de madera muy adornada para guardarla en su cinturón.

—Madre, ¿Qué pasa? Me estoy asustando, mi padre no debería llevar armas al templo —dijo recordando que en el pasado a su padre no lo querían dejar entrar porque portaba su espada y a cualquiera le aterraría escuchar la palabra guerra.

Courband: La Noche EternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora