No me retes

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Placer y lujuria

Eran las únicas dos cosas que se podían presenciar en aquella habitación.

- E-Espera - suplicaba jadeantemente una castaña. Aquellos toques estremecian cada parte de su piel y las sensaciones eran aún más intensas por tener una fina tela en sus ojos, impidiendo que observara todo lo que ese hombre le estaba haciendo.

- No veo el porqué tendría que detenerme. Se que me deseas, esclava. - delineó con su lengua en la clavícula de la castaña.

- Eso n-no es cierto, ¡Mm! - ahogó un gemido cuando recibió una mordida en su cuello.

- Lo veo en tus ojos y en como tu cuerpo responde con cada toque - Mostró su típica sonrisa burlesca.- Pideme lo que quieras, pero jamás le digas a un lobo que deje de cazar por hambre - Mientras que sus pezones eran aprisionados por unas pequeñas pero tortuosas pinzas y él azabache jugaba con ellas un poco, se apodero de los labios de la joven, mordiendo y chupando aquello belfos fuertemente en el proceso.

Se supone que Elizabeth se debía resistir, pero en estos momentos esos castigos y la batalla que sus lenguas tenian, la estaban haciendo sentir jodidamente bien.

Mientras aquellos objetos estimulaban sus pezones tortuosamente, pudo sentir como Víctor se inclinó un poco en la cama y regresó a su posición inicial. Aquel azabache tomó las piernas de la contraria y las abrió sin ninguna pizca de duda, deleitadose con la exquisita vista que le dedicaba la entrada goteante de su nuevo juguete, aquella vista en la que podía notar desesperación y excitación, simplemente le encantaba.

Se dedicó a delinear aquella piel nívea con el objeto en sus manos, recibiendo algunos temblores y jadeos como respuesta.

El ser privado de la vista en situaciones como estas era frustrante pero también intenso, todos los demás sentidos se encuentran a flor de piel, ocasionando que las estimulación se sientan el doble de placentero, recibir placer con toques u objetos que desconoces hacen que tu mente quede a riendas sueltas imaginando múltiples de escenarios eróticos y, eso era por lo que Elizabeth estaba pasando.

Al llegar el recorrido del mayor hasta la entrepierna de la castaña, aquel dildo que tenía en sus manos se detuvo en su entrada ya húmeda y arremetió rápidamente contra ella. Apretando aquellas rojizas sabanas en el proceso, Elizabeth solo se dejaba guiar por aquel placer, sintiendo la sensación de sus paredes estirarse ante aquella desconocida intromisión.

- ¿Sabias que cuando estás excitada todo tu cuerpo se pone completamente rojo? - se acerco al oído de la castaña y mordió levemente su lóbulo, embistiendo el juguete nuevamente en la virilidad de está - Haces que me ponga malditamente duro.

- Ah, y-a deja de decir es–¡ah!, joder - no pudo terminar la oración cuando el mayor había introducido toda la gruesa y larga extensión de aquel raro objeto en su entrada.

- Shh - mostró una perfecta dentadura, escenas como estas le encantaban - No te he permitido hablar. Recuerda que yo tengo el mando ahora, te permito cuando hablar, que hacer, incluso te digo cuando debes correrte.

- Ah! Qui-Quiero ver que lo intentes - Esa voz es la que ha hecho que se estremezca múltiples veces, como ahora. Pero se la pondría difícil a él.

- ¿porqué me desafías? - pregunto mordiendo levemente su labio inferior obteniendo un jadeo de la contraría.

- Porque quiero y puedo - dice ella entre jadeos en tono burlesco.

Éste al ver aquella acción, sonrió. Conste que le advirtió, aún cree que es capaz de retarlo. En un fugaz movimiento coloco a la chica en cuatro, con una mano sostuvo la cintura de la menor y con la otra comenzó a propinar fuertes nalgadas en ella, obteniendo como respuestas fuertes gemidos y unas que otras lágrimas cargadas de dolor y placer. Y con su entrepierna empujaba aquel juguete como si fuese él quién la estuviera follando.

Sumisión Consensuada Where stories live. Discover now