seis

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-Yo no le enseñe eso- exclamé al ver como el Gran Sacerdote me miraba.

En sus ojos había un ácido cuestionamiento. Soltó un breve suspiro y parpadeo lentamente una vez, dejando al niño en mis brazos.

-¿De dónde pudo aprenderlo si usted no sé lo enseñó?- me pregunto.

-Vera...-le dije y comencé a explicarle.

Cuando dejaba a Bíter en la cápsula, durante el día, se me hacía que se aburría mucho. Por eso le ponía la televisión en un canal que daba programas para niños pequeños. Veía eso un par de horas. Supuse que de ahí aprendió que las mujeres que cuidan a los niños son mamás. Después de todo era un ángel y debía desarrollarse más rápido en aspectos cognoscitivos y físicos.

-Entiendo- exclamó Daishinkan, con un tono comprensivo- Pero no debería permitir que Bíter se apague a usted de esa forma.

-No quiero sonar grosera pero y ¿Cómo pretende que haga eso? Es un bebe. Se apegara a la persona que lo cuide. A menos que los ángeles no lo hagan, pero por lo que veo...-me interrumpí abruptamente.

Él solo se quedo ahi viéndome con un rostro muy serio, que me dió un poco de temor. Se sentó en el aire, llevándose la mano a la barbilla para reflexionar un poco.

-Supongo que no puedo hacer nada respecto a eso- dijo en voz baja, como pensando.

Bíter, que estaba pegado a mi pecho, se giró a ver a su padre y salió volando hacia él que lo recibió entre sus manos. Pero apenas Daishinkan hizo un intento por retirarse el bebe comenzó a llorar con todas sus fuerzas.

-Fue suficiente- le dijo el Gran Sacerdote- Tus berrinches no funcionan conmigo, pequeño.

-Pero conmigo si- le dije y abrí los brazos para que volviera a mi y lo hizo.

-Lo está consintiendo demasiado- me reprochó severamente.

-Es solo un bebe- le dije mientras le acariciaba el cabello a Bíter, quien dejó de llorar, para comenzar a balbucear como si estuviera cantando.

-Soy su padre. Yo sé lo que es mejor para él.

-No es usted quien lo cuida- le señalé y en seguida me disculpe- Lo siento.

-No. Tiene usted razón. No soy yo quien lo cuida, pero eso no le permite tomarse atribuciones que no le corresponden- me dijo con bastante gravedad.

-No me estoy tomando atribuciones. Solo digo que es un bebé. Todavía no entiendo las palabras que repite. No puede enojarse porque me llame mamá- le expliqué de forma sumisa.

En ese momento los gestos de Bíter y posteriormente el olor, nos hizo saber que había en el pañal.

-Todo suyo- le dije al ponérselo en los brazos y el Gran Sacerdote me miro arqueando una ceja.

No estoy segura de que hizo, yo solo lo vi arrojarlo a los aires, medio metro sobre su cabeza, para después acunarlo en sus brazos con cariño. Iba a decirme algo, pero en lugar de eso me tomó por la cintura sacándome de la casa. Todo ocurrió en un parpadeo o menos. De pronto solo estaba en el cielo nocturno, viendo la luna y las estrellas.  Daishinkan me sostenía en sus brazos, mas su atención no estaba puesta en mi sino en algo que parecía estar buscando con la mirada.

-¿Qué sucede?- le pregunte.

-Guarde silencio- me dijo y se quedo quieto sonriéndole a Bíter a quien había dejado en mis manos.

Pensé que alguien podría haberlo estado buscando a él o al bebe. Quizá a ambos. La única persona que se me vino a la mente, en ese momento fue Zen Oh Sama y eso me asusto un poco. Suponiendo que el Daishinkan estuviera escondiendo a su hijo porque era producto de una relación indebida, las consecuencias podrían ser terribles para él y para el niño en mis brazos, quien por cierto comenzaba a fruncir el ceño otra vez.

-Por favor, que no llore- me pidió el Daishinkan y continuó muy atento a su entorno.

... arrorro mi niño. Arroro mi sol.
Arrorro pedazo de mi corazón.
Este niño mío se quiere dormir.
Y el pícaro sueño no quiero venir.
Este niño lindo se quiere dormir.
Cierra los ojitos y los vuelve a abrir...

Le canté y comenzó a reír, estirando sus manos a mí mientras reía.

-Eres un consentido- le dijo el Gran Sacerdote- Y eso no está bien- agregó mirándome con reclamo, otra vez, pero los ignore.

Descendió suavemente sobre el techo de mi casa,mas pasamos a través de el para volver a la sala. Ahi me bajo de sus brazos,para ponerme un extraño brazalete de color azul.

-No es nada- me dijo- Solo un obsequio.

-¿Un obsequio? Hace un momento nos estábamos escondiendo de algo y ahora me pone está cosa en la muñeca. Por favor dígame qué está sucediendo- le pedí mientras Bíter se metía un mechón de mi cabello en su boca.

-Es mejor, para usted, no saber nada-me dijo.

-¿Mi vida está en peligro?-le pregunte, mas no respondió- ¿La de él? ¡Contésteme! ¡Tengo derecho a saber!- le exigí, un poco angustiada.

-Nada le ocurrirá. Se lo prometo- dijo con una mirada fría y una boca apretada- Volveré en cuanto pueda. Por favor no lo concienta y no le de tantas galletas con chocolate.

Desapareció ante mis ojos, dejándome con más preguntas que respuestas. De lo único que estaba segura era de que el Gran Sacerdote nos espiaba. Supongo que para vigilar a su bebe, que nuevamente se salía con la suya. Lo lleve a mi cuarto para ponerlo en una cápsula.

-Ya escuchaste a tu padre. No podemos encariñarnos el uno con el otro- le dije y le quede viendo.

Era tan pequeño. Podía provenir de una raza poderosa, pero lo sentía tan frágil y necesitado de protección como de cariño, que no tomarle afecto me era imposible. Aún sabiendo que llegaría el momento en que nos íbamos a separar y me provocaría un enorme dolor ¿Cómo lo sabía? Lo viví antes.

Un par de lágrimas cayeron por mis mejillas y las seque con el dorso de mi mano, para volver a dormir. El dolor de estómago de Bíter se había ido y yo estaba cansada.

Al abrir los ojos una poderosa luz dorada me cegó un instante. Parpadee varias veces logrando, distinguir unas paredes que no eran de mi casa. Estas parecían de concreto además eran blancas. Ví también unas largas cortinas mecidas en el viento y no eran las cortinas de mi casa. Tampoco mi ventana o mi cama. Estaba en un lecho grande, muy cómodo, pero que no era el de siempre. Mire a todos lados, buscando a Bíter y lo encontré en una cunita semejante a la cápsula. Me levanté para ir por él y tomarlo entre mis brazos me dió cierta calma.

Cargando al bebe crucé una puerta y sali a un amplio balcón que me dejó ante un paisaje insólito que me dejó boquiabierta. Mis brazos se abrieron un poco y Bíter escapo para quedarse volando a mi costado.

Una amplia pradera había entorno a la casa. En el horizonte unas montañas que dejaban al Everest como un monte cualquiera. En el cielo tres lunas gigantescas, grises y aterradoras.

-¿Donde estamos?- pregunte a nadie.

-¡Mama!- exclamó el pequeño ángel dando vueltas en torno a mi.

-No soy tu mamá, Biter...-le dije un poco nerviosa.

-¡Mama! ¡Mama!- repetía y salió volando hacia la pradera.

-¡Biter! ¡Biter, regresa!- lo llame, pero me ignoró y salí corriendo tras él.

Ternura ReservaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora