Cinco

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Los llevé hasta un estanque, bajo unos grandes y viejos sauces. Era un lugar muy agradable donde, a veces, la gente iba a pescar. Esa tarde no había nadie ahí. Me senté sobre un árbol caído desde donde me quedé viendo a Daishinkan jugar con Bíter, como cualquier padre. Sentado sobre la hierva, en una manta que materializó, esa aura mística que poseía parecía haberse disuelto. Claro que era algo extraño considerando que jamás imaginé, que él, existiera y menos llegar a conocerlo. No había tenido tiempo de pensar en eso y en todo lo que implicaba su aparición. Es que ese pequeño bribón consumía mi tiempo y hasta mis ideas.

Me perdí, un poco, en esa escena. Hasta llegué a olvidar quienes y que eran mientras me preguntaba si mi padre habrá jugado conmigo así alguna vez. Por las circunstancias de mi familia, yo no lo ví mucho de pequeña ¿Me habrá mirado con esa ternura con la que el Gran Sacerdote veia a Bíter? ¿Me alzaria en sus brazos también?

Esa era otra cosa que me llamaba mucho la atención. Ver ese lado paternal de Daishinkan me resultaba algo tan especial como peculiar. Más allá de que fuera un ser de otra dimensión, cuya vida espiabamos mediante un programa de anime, estaba el hecho de que no era humano y ostentaba un lugar tan elevado en la existencia, que verlo de una forma tan ordinaria me era bastante desconcertante. Al fin aparte mi mirada de ellos para abrazar mis piernas y perderme en el sonido del agua, los cantos de las aves, los sonidos de los insectos y todo cuanto nos rodeaba. No podía evitar sentirme una intrusa entre ellos por lo que prefería concentrarme en otra cosa.

No sé que pasó exactamente. Supongo que me dormí. Al abrir los ojos me descubrí en mi cama. Un murmullo llegó a mi oído y levante un poco la cabeza para encontrarme con el Gran Sacerdote, sentado en la ventana meciendo al niño entre sus brazos y cantándole esa canción, que yo cantaba a Bíter. Me sonrió y desperté en la mañana,
abrazando ese huevo en que lo metía para que descansará.

Era temprano y el sol brillaba con intensidad. Cuando miré al bebe me di cuenta de que estaba llorando y me apresure en sacarlo de ese capullo para atenderlo. No estaba sucio y no quiso comer nada de lo que le ofrecí. No sabía que le pasaba y comencé a desesperarme. Por poco terminé llorando con él, mas entonces recordé que debía darle esa leche extraña. Fui por el biberón, lo llene con ambrosía y se lo di.

-¿Eso era todo?-le pregunté cuando dejo de llorar y descendió a mis brazos, para acomodarse a vaciar la botella- Contigo no me puedo enojar. Lo sabes ¿verdad? Por eso te aprovechad.

Solo se quedo viéndome. Mis días se hicieron así. Era extraño como no lograba pensar en demasiadas cosas que no tuvieran que ver con Bíter. Hasta pensé que el Gran Sacerdote me había puesto un embrujo o algo parecido. En cuanto a él, iba a ver a su hijo todos los días. Generalmente en las tardes o noches. Se quedaba con Bíter un par de horas, reparaba lo que su acólito rompió o ensució, luego se retiraba sin darme sin jamás darme un motivo por el cual debía cuidar del pequeño ángel.

-Vaya trabajo el que me conseguí- dije una noche, mientras terminaba de mudar a Bíter- Soy la niñera de un ángel y ni siquiera sé por qué acepté este empleo tan mal remunerado- agregue.

Y es que yo no estaba ganando nada con todo el esfuerzo que realizaba. Aunque la verdad es que no me interesaba obtener algo a cambio.

Esa noche, mi vecina fue a la casa, para darme unas galletas. Yo acababa de bañar a Bíter. Ni siquiera lo había vestido, por lo que tuve que envolverlo en una toalla para salir a recibirla. La dejé pasar un momento, pero no queria que se quedará mucho tiempo. Al pequeño bribón le gustaba andar levitando por ahí y quería evitar que lo hiciera en presencia de la señora.

-Es un niño muy lindo- comentó al ofrecerle una galleta a Bíter, quien la sujeto con timidez, algo que desapareció al metersela a la boca y llenar mi sosten de migas de galletas- Sus ojos son preciosos. Los heredó del padre ¿Me equivoco?

Ternura ReservaWhere stories live. Discover now