Especial 2: La bella y el muy bestia

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Edward caminaba por los pasillos del pabellón principal de la universidad, observando con apática curiosidad los adornos y decoraciones que anunciaban el festival que iba a celebrarse en unos cuantos días. No comprendía exactamente por qué aquel evento tan banal emocionaba tanto a alumnos y profesores, además de que parecía más propio de un instituto o una escuela. Algo tan infantil no podía significar más que una pérdida de tiempo y esfuerzo.

Le restó importancia al asunto, ya que de todas formas el Club del Terror no había preparado ninguna actividad y él no pensaba participar bajo ningún concepto. Supuso que aprovecharía el día del festival como un feriado para dar una vuelta por la ciudad. Le sentaba mal saber que iba a estar solo, ya que Lilian y Hans estarían ayudando a otros clubs, mientras que Joseph y Sia seguramente iban a celebrarlo acarameladamente, pero consideró que también podía sacar provecho al tiempo libre para reflexionar en compañía de sí mismo.

En medio de sus cavilaciones se percató que había llegado hasta la sala del Consejo Estudiantil. Recordó que ni él ni los otros miembros del Club habían podido contactar con Ericka desde el final del Juego del Embaucador, lo que lo llevó a preguntarse qué tal le iba. Se asomó sutilmente al interior de la sala, suponiendo que vería el arduo trabajo que los miembros del Consejo estarían poniendo en los últimos detalles del festival, pero se llevó una inesperada sorpresa al notar lo contrario.

La estancia, iluminada ligeramente por la luz del atardecer que se colaba por entre las cortinas, revelaba únicamente a Ericka sentada frente a un escritorio. La chica mantenía su atención centrada en escribir algo en su laptop, al mismo tiempo que revisaba diversos papeles que cubrían la mesa. Cada pocos segundos suspiraba y se quitaba los lentes para frotarse los ojos, tras lo que continuaba el trabajo con menor energía.

Al cabo de unos minutos, Ericka dejó de lado la laptop y los papeles, y se frotó las sienes. Su rostro reflejaba mucha angustia y sus ojos húmedos parecían estar cercanos al llanto. En eso, levantó la mirada y se percató de la presencia de Edward, que se había mantenido espiándola en silencio todo ese tiempo.

―Eh... ¡Que hecho más inaudito! ―exclamó el chico, con la intención de evitar una situación incómoda―. Nunca creí poder ver a la reina abeja sin sus zánganos pululando cerca.

―Renunciaron hace poco... ―dijo Ericka, desviando su mirada cansada a la pantalla de la laptop―. Los miembros del Consejo... todos se fueron.

―¿En serio? ¿Podían hacer eso? El festival prácticamente está a la vuelta de la esquina.

―Me acusaron de evadir responsabilidades, pero no pude discutirlo porque nadie creería nada de lo sucedido con el Embaucador. ―Suspiró y apretó la mandíbula―. Da igual, estoy mejor sin ellos.

Ericka reanudo su labor de escribir y revisar papeles, dejando a Edward sin saber qué decir o hacer. Se mantuvo apoyado en el marco de la puerta, calculando las opciones que tenía.

―¿Quieres que te ayude? ―preguntó al cabo de unos segundos de silencio.

La chica lo miró con una ceja enarcada.

―¿Tú?

―Aunque no lo creas, soy extremadamente eficiente para casi todo. Así que...

―Gracias, pero trabajo mejor sola ―cortó Ericka.

Ella continuó con su faena, decidida a ignorarlo para terminar lo antes posible. Edward consideró que lo más sensato era irse y dejarla en paz, pero no le agradaba la idea de abandonarla sabiendo que estaba en problemas que no quería admitir. Tras unos momentos de dilema, el chico se acercó al escritorio a revisar de qué iba el asunto. Ericka, molesta por su presencia, concluyó que, si él no se iba voluntariamente dentro de unos minutos, lo expulsaría de la sala de forma directa.

El Club del TerrorWhere stories live. Discover now