Parte 22: Sumergirse

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Edward, Ericka y Hans avanzaban con nerviosismo a través de los pasillos de la represa, atentos a cualquier sonido sospechoso. Por delante de ellos iba Vestath, caminando agazapada mientras dejaba un rastro negruzco en las paredes y el suelo a su paso. La misión de aquel extraño grupo era dirigirse al centro de control de la instalación para abrir un fragmento del dique de la represa. Según el Embaucador, hacerlo era necesario para debilitar al ente demoniaco al que se enfrentaban, aunque el otro grupo, compuesto por Joseph, Sia y Lilian, tendría que dar el toque final.

―No sé si sea buena idea ―comentó Ericka en voz baja, sin aminorar la velocidad―. Abrir la represa podría causar una inundación en Laseal.

―También pensé en eso... ―coincidió Hans―. Pero no creo que podamos echarnos para atrás ahora, ¿verdad?

―Realmente es sospechoso ―gruñó Edward, mirando a Vestath―. Oye, Súper Gata, ¿realmente tienes idea de a dónde vamos?

En lugar de responder, la criatura felina volteó de improviso y, en un segundo, alargó un brazo para estampar a los tres chicos contra la pared. Ellos, inmovilizados, sintieron que eran absorbidos rápidamente por las sombras líquidas de Vestath que plagaban la superficie del muro. La miraron, aterrorizados, pero ella colocó uno de sus dedos almohadillados frente a su boca, pidiendo silencio.

En medio del frío y la humedad que emitía la penumbra artificial de la pantera, pudieron notar que una imprecisa silueta se acercaba a trompicones por un pasillo cercano. Al reducir la distancia, vieron que no se trataba de una persona ni de un animal. Era un ser bípedo, del tamaño de por lo menos dos hombres adultos, cubierto por una espesa mata de pelaje amarillento que le nacía de la espalda. Su rostro era abultado y su boca tenía la mandíbula dividida en dos, dejando al descubierto varios apéndices a modo de lenguas. Sus saltones ojos de sapo se movían desordenadamente observando a su alrededor, mientras su largo hocico no dejaba de olisquear con desesperación.

El atroz monstruo frenó a tan solo unos centímetros de Vestath y los chicos, tras lo comenzó a agitar sus delgados brazos y mover su cabeza a todos lados. Con sus garras de dos dedos palpaba el aire, como si supiera que algo estaba cerca, pero sin poder detectarlo de manera exacta. Edward, Hans y Ericka se mantuvieron expectantes, intentando controlar el pavor que los invadía y las náuseas que les causaba el hedor a azufre que emitía el engendro, mientras Vestath se preparaba para una posible confrontación directa.

Luego de varios segundos de tensión, la bestia emitió un sonido similar a la risa de una hiena y prosiguió su camino, alejándose lentamente por otro pasadizo. De vez en cuando se detenía para revisar a su alrededor con movimientos sinuosos de sus brazos y su cabeza, por lo que Vestath conservó su postura de camuflaje hasta que el peligro pasó por completo y pudo liberar a los chicos.

―¿Qué diablos era esa cosa? ―masculló Edward, sacudiéndose las sombras viscosas que se habían quedado adheridas a su ropa.

―Un lacayo demoniaco ―contestó la pantera, lamiéndose las manos para luego frotarse el rostro―. Esperaba encontrar algo así, pero no de ese tipo.

―Alejémonos antes de que regrese ―pidió Ericka, limpiando sus empañados anteojos con su blusa.

―¿No habrá más por donde debemos ir? ―temió Hans.

Vestath ladeó la cabeza, calculando sus posibilidades. No era su estilo luchar cuerpo a cuerpo, pero si seguían avanzando se vería obligada a hacerlo en algún momento. Hasta aquel punto había considerado sensato mantenerse oculta para evitar llamar la atención de su demoniaca enemiga, pero la presencia de lacayos poderosos la obligaba a replantear su perspectiva.

Con eso en consideración, colocó una de sus manos en la pared más cerca y, con las uñas descubiertas, lanzó un potente zarpazo. Al instante, la sombras que la envolvían se esparcieron, cubriendo todas las superficies cercanas. Los chicos pegaron un brinco por la sorpresa y su asombro aumentó al notar que de las manchas producidas comenzaban a emerger criaturas de aspecto felino. Algunas de ellas eran poco más grandes que un gato, pero otras se veían colosales y pesadas como feroces leones mutantes.

El Club del TerrorWhere stories live. Discover now