Parte 21: Comienzo del Fin

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Los miembros del Club del Terror dispusieron del resto del día tras la reunión para descansar y prepararse mentalmente. El Embaucador y Vestath los dejaron por cuenta propia, de modo que decidieron armar una especie de campamento en el inmenso jardín interior de la casa de Hans. Debían levantarse muy temprano la mañana siguiente para dirigirse al punto que el ente cósmico les había indicado como parte del plan, por lo que consideraron sensato mantenerse juntos todo el tiempo.

―¿Qué es esto? ―preguntó Ericka, al llegar a la frontera de la casa.

Se trataba de una zona estéticamente amurallada de varios kilómetros de longitud, que además de la de por sí gigantesca mansión perteneciente a los Krauss, también albergaba muchas casas de los trabajadores de la empresa del padre de Hans. Si bien en Laseal era posible encontrar propiedades excéntricamente grandes y vistosas, aquel terreno rodeado de muros destacaba por sobre todos los demás.

―Ah, es la primera vez que vienes ―dijo Edward―. Verás, nuestro apreciado camarada Hansel Krauss es parte de la burguesía más burguesa de toda la ciudad.

―No es para tanto... ―musitó Hans, avergonzado.

―Incluso a mí me sigue sorprendiendo ―comentó Lilian―. Es como una pequeña ciudadela.

―Originalmente pensamos levantar la base del Club aquí ―añadió Joseph―. Pero como siempre había mucho movimiento no resultó ser una buena idea.

Se dirigieron a una de las entradas y, tal como temían, no hallaron a nadie en los alrededores. Todo el camino hasta el lugar había sido igual de solitario, confirmando lo dicho por el Embaucador. La población entera de Laseal parecía haber desaparecido sin dejar rastro. Para bien o para mal.

Gracias a Hans pudieron atravesar los variados procesos de seguridad automatizados y consiguieron ingresar al terreno. El lugar realmente tenía el aspecto de una ciudadela, con adornadas vías para vehículos y caminos para peatones que conectaban edificaciones de aspecto sobrio pero elegante. También se podían observar algunas áreas verdes a modo de pequeños parques, así como otras zonas más extensas donde los edificios eran reemplazados por diversos tipos de árboles como si de bosques artificiales se tratara.

Como los miembros del Club, exceptuando a Ericka, conocían el camino al punto donde se quedarían a pasar la noche, Hans decidió dar un vistazo a la mansión principal para corroborar que su familia estuviera bien. A sus amigos no les pareció prudente dejarlo ir sólo, pero él insistió aduciendo que el propio Embaucador les había asegurado que estarían completamente seguros hasta el día siguiente.

Tras despedir a Hans, quien se internó entre las múltiples edificaciones del lugar, los demás se pusieron en marcha a su destino. Incluso con la extraña luminosidad violeta que se esparcía a su alrededor pudieron notar que el atardecer estaba dando paso al crepúsculo, pero los reflectores camuflados en las paredes y monumentos del camino les brindaron la iluminación suficiente para seguir sin problemas. Los chicos agradecieron internamente que, aun sin nadie que lo administrara en persona, el lugar parecía funcionar por su cuenta con eficiencia.

―¿Qué es esto? ―volvió a preguntar Ericka, luego de unos minutos de caminata.

Se encontraban ante un bosque de árboles frutales, nada atemorizante en comparación al ubicado tras la Casa de la Colina. Incluso poseía un camino de piedra que se abría entre los árboles, iluminado por más focos escondidos en troncos y ramas.

―Cuando yo vi todas estas cosas por primera vez tuve reacciones de estupefacción absoluta ―indicó Edward―. Tienes mis respetos, Ericka.

La chica lo miró con ambas cejas enarcadas, sorprendida de escucharlo llamarla por su nombre por primera vez desde que se conocían.

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