Parte 14: Crania

15 4 41
                                    

―¿Cómo demonios es que acabamos así? ―preguntó Edward, luego de lanzar un largo suspiro.

―Cuando el Vampiro de Rypriat explicó el plan no pusiste ningún reparo ―indicó Ericka, a su lado.

―No soy tan idiota como para buscar problemas con un genocida chupasangre ―Edward chasqueó la lengua―. Nos han dejado la peor parte. Sia y Joseph están con la tipa ruda, Lilian y Hans tienen al vampiro elegante con ellos... ¿Y nosotros? ―Miró a su alrededor, observando con desprecio a unos pocos hombres pálidos y escuálidos que ordenaban cajas y otros objetos bajo la pálida luz lunar―. Contamos con la secta más inútil del mundo.

―Cállate, te van a escuchar. Recuerda que están tan locos como su líder.

Edward se frotó las sienes, aceptando que Ericka tenía razón. Los miembros de la Secta de Markus Chase parecían ser débiles e inofensivos, pero podían llegar a actuar como bestias salvajes si se les provocaba. Los chicos habían estado en aquel puesto avanzado tan sólo un par de horas, y ya habían sido testigos de media docena de peleas internas, varias de las cuales habían dejado víctimas mortales.

Supuestamente aquellos sectarios tenían la misión de generar distracción alrededor de Crania, de modo que los Hijos de la Democracia retrasaran sus planes al imponerse el caos. Pero no era una tarea fácil, ya que las fuerzas de defensa de la ciudad, increíblemente bien equipadas, actuarían instantáneamente apenas notaran la amenaza. Markus tenía en cuenta de que muchos de sus hombres morirían, pero no consideraba problemático perder a gente que consideraba reemplazable.

Si bien era cierto que los otros miembros del Club también estaban llevando a cabo tareas complicadas, Edward y Ericka sentían que la angustia y el miedo a la muerte los rodeaban especialmente a ellos. Y todo empeoró cuando uno de los sectarios se acercó rengueando a ellos y les informó, con su escaso vocabulario, que pronto iniciarían con el plan.

―Bueno, hay que ser optimistas... ―Edward miró a todos lados y se fijó en el cabello de Ericka―. ¡Ah! Por segunda vez en la historia soy capaz de ver a la presidenta del Consejo con el cabello suelto. Ahora puedo morir en paz.

―Siento que es más cómodo llevarlo así ―repuso ella―. Pero sé que se ve mal.

―Yo creo que te ves genial ―Edward asintió varias veces―. De todas formas, eres tan bonita como Lilian, pero como ella tiene una personalidad atroz, tú le ganas.

El chico sabía perfectamente que decir algo así la haría enfadar. Era su manera de calmar lo tenso de la situación: armar una discusión sin sentido para disipar las preocupaciones.

―¿En serio piensas eso? ―preguntó Ericka, ruborizándose ligeramente.

Edward enarcó una ceja, sorprendido por no recibir la reacción que esperaba. Pero no pudieron seguir charlando, porque en ese preciso instante los sectarios se pusieron en marcha, abandonando el campamento a toda velocidad. Edward y Ericka se vieron obligados a reponerse de la sorpresa en pocos segundos, tras los cuales siguieron a sus desagradables aliados a través del yermo en el que se encontraban.

A lo lejos pudieron vislumbrar la silueta de los descomunales edificios de Crania, todos iluminados hasta el punto de la exageración. Ya que la ciudad había sufrido de atentados y ataques en el pasado, tanto de los Hijos de la Democracia como de la otra veintena de facciones rebeldes que pululaban en el país, su sistema automatizado de seguridad estaba especialmente reforzado. Por ello se podían distinguir, flotando entre los edificios, enjambres de drones automáticos de sondeo y exploración, vigilando las calles de la ciudad y sus alrededores.

Repentinamente, una gigantesca explosión destruyó el ya abandonado puesto avanzando de la secta. Aquel hecho, tal como el plan consideraba, atrajo la atención de una buena cantidad de drones, los cuales empezaron a barrer la zona en busca de intrusos a los cuales eliminar. Edward y Ericka, junto a los sectarios, habían conseguido establecer una distancia considerable del campamento, por lo que pudieron evitar atraer la atención de las máquinas. Pero el tiempo les jugaba en contra, ya que en cualquier momento las fuerzas humanas de defensa emergerían de la ciudad, preparadas para eliminar cualquier amenaza a varios kilómetros a la redonda.

El Club del TerrorWhere stories live. Discover now