Parte 11: Consideraciones

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Sia estaba recostada en su cama, con la mirada perdida en algún punto de la superficie rosada de la pared que podía distinguirse a pesar de la oscuridad reinante. Había desayunado frugalmente durante la mañana, pero no se sentía lo suficientemente hambrienta como para decidirse a almorzar. Un enorme sentimiento de angustia le atenazaba la garganta y el pecho, obligándola a mantenerse inmóvil para disminuir el sufrimiento. Ni siquiera el sueño representaba una salvación, dado el insomnio que la había torturado sin piedad desde la noche anterior, luego de una cena en la que apenas tomó bocado.

En eso, escuchó que alguien tocaba suavemente la puerta de la habitación desde el exterior. Ignoró el llamado, suponiendo que se trataba de su hermana quien volvía a intentar convencerla de bajar a almorzar. Pero los golpes siguieron hasta que, exasperada, Sia musitó que se detuvieran.

La puerta se abrió repentinamente, dejando que la luz se colara desde el pasillo invadiendo parte de la estancia. Sia cerró los ojos, enfadada, y se tapó completamente con sus sábanas. No se sentía dispuesta a hablar con nadie, absolutamente nadie.

―Increíble, Sia ―dijo Joseph, ingresando despreocupadamente al cuarto. Fue directamente hasta las cortinas cerradas y las abrió de par en par―. La oscuridad no te sienta bien.

La chica, sorprendida por la inesperada visita, se quitó las sábanas de encima.

―¿Por qué estás aquí? Tienes clases...

―Tú también. ―Joseph tomó una silla cercana al escritorio y se sentó―. Edward me mandó un mensaje preguntando dónde demonios estábamos. ―Ladeó la cabeza―. A mí no me importa perder un día o dos, pero en tu caso es inaudito.

―No me sentía con ganas de ir ―murmuró ella, bajando la mirada.

La chica se percató que estaba en pijama y volvió a cubrirse al instante. Por lo general no le importaba demasiado cómo iba vestida cuando estaba con Joseph, pero en aquel momento se sentía avergonzada, no sólo por sus ropas, sino también por lo desordenado que estaba su cabello castaño y por las profundas ojeras que rodeaban sus ojos verdes.

―No dijiste nada más luego del mensaje sobre el Embaucador. ―Joseph carraspeó―. Estaba... preocupado por ti.

―Lo siento ―musitó Sia―. No quería hacerme la interesante. Sólo...

La chica se tapó la boca con una mano, sollozando débilmente. Joseph, alarmado, se acercó a ella y se sentó a los pies de la cama.

―Sia...

―Discúlpame... Tengo miedo... ―Se limpió las lágrimas, que no dejaban de brotar―. En Belarus tuvimos mucha suerte, pero si algo le hubiera sucedido a alguno de nosotros... Si algo te hubiera sucedido... Yo... Yo...

―Tranquila. ―Joseph la abrazó gentilmente―. Ya pasó, no es bueno seguir pensando en esas cosas.

―Pero sólo fue el segundo reto. Los otros... serán peores.

Joseph se separó de ella y la miró directo a los ojos, forzando una sonrisa nerviosa.

―¿Quién sabe? No tenemos ni idea de lo que el Embaucador está buscando.

Sia meneó la cabeza y logró detener su llanto, observando a su amigo directamente a los ojos.

―Con mayor razón...

―Antes dijiste que tal vez el Embaucador no era tan malo, ¿verdad? ―Joseph desvió la mirada, inseguro de lo que quería decir―. Puede que sea cierto. A lo mejor llegará a aburrirse de nosotros y nos dejará en paz. ―Suspiró pesadamente―. Debes ser optimista, tal como siempre lo has sido, Sia.

El Club del TerrorWhere stories live. Discover now