12: El de la huida

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Cuando llego a casa, Clara no me deja de preguntar qué ha ocurrido hasta que al final se lo cuento todo

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Cuando llego a casa, Clara no me deja de preguntar qué ha ocurrido hasta que al final se lo cuento todo. Alucina con lo del beso, al igual que yo, pero no se sorprende

—Conozco su historial, tú misma me lo enseñaste —replico y alzo las manos—. "Mujeriego conquista modelo" es el titular de todas las revistas.

—"Italiano conquista a Irlandesa" —responde ella desde el otro lado del sofá.

—No ha sido eso lo que ha pasado —añado a la defensiva y cojo uno de los cojines para abrazarlo—. Dudo que eso saliera en un titular.

—¿Eso es lo que te preocupa? ¿Los titulares?

La miro y suspiro.

—Ojalá no tuviera que verle nunca más.

Entonces una idea empieza a surgir poco a poco en mi interior, haciéndose cada vez más grande, tomando cada vez más fuerza. Corro a mi habitación y me encierro en ella. El golpe de la puerta sobresalta a Yin y Yang, pero pronto vuelven a quedarse dormidos.

—Solo es una semana —le explico por quinta vez a mi amiga, que ha insistido en acompañarme al aeropuerto.

—De verdad que no entiendo cómo has conseguido convencer a Violeta.

—El poder de persuasión y mi encanto natural —bromeo y ella me da un codazo.

En realidad, la he prometido que trabajaré desde casa en el proyecto y que estaré localizable en todo momento. Después de haber salvado las joyas, me debía una.

Pasan unas interminables cinco horas hasta que por fin llego a Irlanda y Mary, la mujer de mi padre, me recibe dándome un abrazo de los suyos, de esos que te llenan el alma.

Mi hermano pequeño, Liam, por el contrario, pasa de mí. Sigue enfadado porque me marché, pero en cuanto le doy su regalo se pone tan contento que me abraza y me empieza a dar besos por toda la cara.

—¿Dónde está el resto? —pregunto, caminando por todos lados. Echaba de menos estar aquí, en una casa tan grande y con tanta luz. En Madrid, nuestra casa es un tercio de lo que es esta.

—Tu padre en el jardín, ahora le ha dado por plantar flores.

Me rio al escucharla, incrédula, y salgo para comprobarlo. Ahí está, con un delantal verde, un sombrero de paja y todas las herramientas. Ni en mil años habría imaginado ver a mi padre de ese modo. No puedo parar de reír.

—¿Qué estás haciendo? —le digo cuando me tranquilizo y corro para tirarme sobre su espalda.

Hace un poco de frío en comparación con España, pero, aunque se esté congelando, a él nunca le verás con una chaqueta. Al vernos haciendo el tonto, Liam corre y se tira también sobre nosotros.

—¿Te gustan las nuevas flores? —me pregunta, sentados en las sillas del jardín, ya como personas normales. Hay de muchos colores: rojas, amarillas, blancas e incluso moradas.

La fórmula perfecta © |COMPLETA|Où les histoires vivent. Découvrez maintenant