—Cuando estuvo aquí, me dijo que apellida Key. Sabes que ese tipo de gente no me genera confianza, si te dio un trabajo tan maravilloso es porque busca algo contigo y si no lo consigue...—Empezó a exaltarse un poco, me senté frente a él y lo tomé de la mano para calmarlo.

—No tienes que preocuparte ¿sí? Mi contrato no es con él. Su interés en mi es por el trabajo y porque somos amigos, supongo. —Intenté explicarle. ¿Cómo le decía que de verdad él y yo éramos personas especiales y que básicamente mi trabajo consistía en ser un exótico animal de laboratorio?

Mi padre se sostuvo la cabeza como si cada una de mis palabras fuera un clavo en el cerebro.

—Por qué tienes que ser igual a ella. ¿Sabes esa es otra cosa que heredaste de tu madre? Ella también era muy inteligente, pero sumamente ingenua.

—Papá...—Lo volví a tomar de la mano y lo calmé con mi gesto de gatito apaleado—. Confía en mi, ¿sí? Con lo que me están pagando, no importa si el trabajo me dura una semana o un mes. Tendremos lo suficiente para vivir tranquilos un tiempo hasta que consiga otra cosa.

—¿Y qué haces exactamente ahí?

—Pruebo tecnología nueva. Ya sabes, aparatos que saldrán al mercado. Pagan bien porque tengo horarios inestables. Tal vez me quede algunas noches. Y todo ahí es súper confidencial, si te cuento algo luego tendría que matarte.

—¿Leíste bien tu contrato? —siguió con el interrogatorio.

—Sí papá. Lo leí bien. Y hablando de eso. Debo llenar estos formularios para mañana. Me falta información familiar. —Saqué la tablet de mi mochila y la encendí, tenía listo el formulario de la dimensión T51—. Me faltan cosas como nombres de mis abuelos y enfermedades, y el apellido de mamá.

—Es ilegal que te pidan esa información. —Mi padre trató de esquivarme, no lo iba a dejar.

—Papá, es un trabajo especial, y no voy a perderlo solo por esto. Nunca quieres decirme nada de mamá o tu familia y no te estoy pidiendo detalles, solo lo básico. Siempre me dices que quieres que sea feliz, y ahora que lo soy me pones trabas....—Esta vez fui yo quien comenzó a alzar la voz y él quien me calmó.

—Está bien. ¿Qué necesitas saber? —no se veía contento, mas no importaba, estaba dispuesto a darme información. Toqué la pantalla y me alisté para anotar.

—Empecemos por tu lado. ¿Cómo se llamaban tus padres?

—Como nosotros

—¿Como nosotros?

—Mi padre también se llamaba Nicolás, y mi madre Sophie. A tu madre le gustó el nombre. —Sonreí con su explicación. Jamás me había preguntado de dónde venía mi nombre.

—Entonces, Sophie y Nicolás Jensen. ¿Siguen vivos? —pregunté con inseguridad.

—No. —Se apresuró a responder. —Murieron hace años.

—¿De alguna enfermedad?

—Un accidente. ¿Algo más?—ahí estaba de nuevo, apresurando las cosas para no darme detalles.

—Sí, necesito datos de mamá. ¿Cuál era su apellido?

—Ayala. —Respondió después de pensarlo un rato.

—¿Y el nombre de sus padres?

—No lo sé.

—¿Cómo puedes no saberlo? ¿Nunca te lo dijo?

—No Sophie, no me lo dijo.

—Pero, cuando conociste a mi mamá ella tenía qué ¿quince? ¿dieciséis? ¿Nunca conociste a su familia? ¿Nunca le preguntaste?

TransalternaWhere stories live. Discover now