|𝗢𝗖𝗛𝗘𝗡𝗧𝗔 𝗠𝗘𝗧𝗥𝗢𝗦| 🦋

Começar do início
                                    

—Creo que jamás te olvidarías de mí —apostó, mirándome a los ojos—. Ni al despertar de un coma.

—¿Estás seguro de eso? —di un golpecito al manillar, lo giré para frenar a la par de su altura. La parte trasera de la bicicleta se levantó unos palmos del suelo por haber frenado en seco. No me caí, además, si lo hacía, no me haría daño. Estaba preparada y protegida para posibles golpes, llevaba un casco de niña pequeña sobre la cabeza y rodilleras incluidas como protección. Eran bien bonitas, rosas y con tulipanes blancos como estampado.

—Muy seguro —aseguró.

—¡Pues no estés tan seguro de ello, muchachito!

—¿Muchachito? —sus carcajadas se duplicaron— ¡Pareces mi abuela hablando!

—Eres idiota, de verdad.

Suspiré y retomé, sin mirar atrás, aquel pedaleo en ese largo sendero que no parecía tener fin alguno. No quería mirarle por puro orgullo. Aunque lo más seguro es que me estuviese ya persiguiendo con su bicicleta. Pronto me alcanzaría por su experiencia en esos trastos.

—¡Atenea!

Su desalentador grito me hizo frenar bruscamente. Asustada volteé la cabeza para encontrarle sonriendo. El idiota intentó asustarme con el fin de retenerme y ralentizar mis pedaleos. Sin embargo, no consiguió más que el que yo avanzara más rápido, creando una nube de polvo marrón que me pisaba los talones.

—¡Vuelve aquí! ¡Puedes caerte, tonta! —gritó desde la lejanía.

—¡Que me dejes en paz! ¡Mentiroso! —tosí por culpa de aquel polvo. Se coló en mi garganta, molestándome y despertándome ganas de rascarme la tráquea—. ¡Mira lo que consigues!

En cuestión de segundos ya le tenía al lado, preocupado por mi inminente tos, aunque sin borrar esa sonrisa que le caracterizaba al muy burlón. Palmeó mi espalda, creyendo que eso iba a frenar la tos que me invadía. Seguidamente, al comprobar que eso no funcionaba, hizo aspavientos entre el aire que compartíamos hasta lograr eliminar todos los átomos de polvo que nos acompañaban. Mis pulmones se recuperaron, también mi respiración, pero no se me pasó el cabreo. Eso no.

—Pensaba que te había pasado algo —confesé con dolor, tomando grandes bocanadas de aire—. Cualquier día podría ocurrir algo y no te voy a creer como le pasaba al niño de las cabras y las gallinas.

—¿Las cabras y las gallinas? —enarcó su ceja sin entender mi clara referencia.

—El niño que avisaba a los pastores de que venía el coyote a por las gallinas —dije con obviedad, recordando el típico cuento que nos contaban a todos de pequeños.

—¿La de Pedro y el lobo? —apretó los labios, creando una fina y carnosa línea con ellos.

—¡Lo mismo que yo he dicho! —chillé exasperada.

—Sí, igualito es Pedro y el lobo que Las cabras y las gallinas —rodó los ojos—. Nada que ver, Atenea.

Le enseñé el dedo corazón al ver cómo ya empezaba a reírse por mi equivocación hacia aquel cuento infantil. Seguro que a él se lo habían contado unas mil veces de pequeño, mientras que a mí me lo contó una compañera en clase, a los cuatro o cinco años, así que mi mente lo recordaba malamente, con ciertas lagunas y confusiones entre un animal y otro.

—Bueno, que, me voy a mi casa —decidí—. Me tienes cansada con tus sustos y tonterías.

—No digas bobadas —Se mostró serio al reprimir su ataque de risa—. Ya paro.

—¡Casi muero ahogada en polvo por tu culpa!

—No dramatices —se bajó de la bici y se aproximó a mí, intentando dejar sus manos sobre las mías—. Sabes que soy idiota y que no paro de bromear. Soy así.

𝐌𝐀𝐑𝐈𝐏𝐎𝐒𝐀 ✔ Onde histórias criam vida. Descubra agora