Como sueñan las sirenas

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Era un atardecer más para ella, echada sobre una roca, tomando en su piel hasta los últimos restos del calor del día. Parte de su cuerpo disfrutaba de esa rutina, parte de ella detestaba estar fuera del mar. Estaba acostumbrada a esas contradicciones. En el horizonte, un barco comenzaba a acercarse. Era El rey de las mareas, el motor de su destino, por lo que su tiempo en el agua estaba por terminar. Parte de su corazón estaba feliz por lograr su sueño, parte de éste odiaba marcharse. Y así, su cola todavía se mantenía sumergida, mientras su torso seco llamaba la atención.

No podría notarlo a tiempo, pero sabía que el barco estaba yendo por ella.

No sabría negarse, su voz solo quería cantar y su cola convertirse en dos piernas.

Desde entonces, obtendría de los humanos todo lo que necesitase.

Excepto una cosa.

«Shaadi...» comenzó el susurro, en su oído.

«Shaadi...» continuó, acelerando su corazón hasta que el amor y el dolor se convirtieron en un tormento insoportable.



Y así fue que despertó, en su camerino, con un grito. Era otro atardecer más para Shaadi, la nueva estrella salida del mar. La promesa de las listas de Billboard y los shows multitudinarios.

—¿Estás bien? —preguntó su asistente, una joven que solo llevaba unos días en el staff.

—Claro que está bien —respondió su manager por ella, entrando a la habitación con un agua mineral y un ramo impresionante de flores multicolores—. Físicamente, porque mentalmente siempre esta chica es un horror.

Shaadi se levantó y le quitó al hombre la botella, para beberse la mitad en solo un trago. Estaba de pésimo humor, como siempre.

—Lo siento —balbuceó la chica nueva, con el evidente temor de ser despedida bailando en sus ojos.

La cantante se limitó a echarle un vistazo, pensando en que mejor hubiera sido tener el poder de absorber la inocencia de los humanos, antes que el de llevarlos al éxtasis con su voz. De nada servía ser la obsesión de millones de seres inútiles en aquella tierra seca. Pero ahora no podía dejar de alimentarse de la admiración de todos ellos. Había quedado atrapada por sus sueños de niña tonta, observando de lejos a los barcos pasar. Y ahora solo sabía soñar con regresar al océano.

Si solo eso no significase el fin. 

Morir como traidora de Poseidón tampoco era la mejor idea. Si había elegido esa nueva vida, le quedaba continuar con ella lo mejor que pudiera. Podía combatir la sequedad de su alma con el calor del fuego en el corazón de sus admiradores. Perdería la batalla, cada vez que cerrase los ojos, pero seguiría intentándolo mientras estuviese despierta.

Como cada noche, las luces del escenario casi la cegaron, mientras se entregaba a mostrar lo mejor de ella, lo único bueno que aún tenía.

Cantó todo su amor y su anhelo. Su deseo abandonado, su recuerdo de carne y sal, sus besos de leyenda. Su héroe de ensueño.

Y el público aplaudió y cantó con ella, cálido y radiante por un instante.

—Shaadi... —entonaron, como el escenario de su creciente arrepentimiento.

—Shaadi... —pidieron por ella, pero no tan fuerte como aquel que entonaba su nombre cada noche, en las profundidades del mar.

Terminó el espectáculo, las luces se apagaron, lo mismo que el calor del público. Y la soledad la golpeó, dejándola fría y muerta de sed.

El detrás de escena, los destrozos en su habitación de hotel, las malas compañías y otra clase de profundidades, también, se convirtieron en parte de la rutina de la antigua sirena que simulaba ser humana.

En plena madrugada, habiéndose negado a consumir más que su amada agua, Shaadi echó a todos sus compañeros de fiesta. Se descalzó y por accidente pisó el fragmento de una copa rota, sobre la alfombra. Embotada, se quedó mirando la sangre que teñía el gris del suelo por un momento, antes de quitarse el vidrio de aquella parte de su cuerpo que todavía no reconocía.

Fue hasta el balcón de la habitación, el océano se extendía frente a ella en una vista preciosa, nostálgica. Se sentó en la hamaca que llevaba siempre en su equipaje y se dispuso a pasar una de sus noches más oscuras, pero le fue imposible dormir. Comenzó a desesperarse, no podía tener peor castigo que el de no ver a su amado ni aun en sueños.

Entonces, a la distancia, un resplandor conocido hizo que el corazón le diese un vuelco.

«Shaadi...» susurró la voz de su amante.

«Shaadi...» dijo el único rey de las mareas que a ella le interesaba.

Él no solo decía su nombre, también estaba cantando la invocación a la misma bruja que había cumplido su capricho egoísta. Pretendía venir por ella, a cambio de su capacidad de ser feliz.

Quiso advertirle, asaltada por la angustia, pero por lo que veía todo estaba ocurriendo demasiado lejos.

No podía permitir que él corriese con su misma mala suerte. Y solo por su culpa. No dejaría que aquella bruja se devorase el alma de los dos, con ella ya tenía suficiente.

Por eso, emitió el grito más fuerte del que fue capaz. Supo que él podía escucharla. Pero nada iba a detenerlo, lo conocía demasiado bien.

Entonces, ella decidió que lo protegería. No traería esta desgracia sobre su único amor.

Por eso, subió a la baranda del balcón. El mar entero sabía cuando Poseidón tomaba su venganza ante el regreso de un traidor, e iba a usar eso a su favor. Aún estaba a tiempo, el resplandor no mostraba que el hechizo del trato con su amado estuviese sellado.

«Shaadi...» la llamaría él, mientras su alma volviese a ser una con el agua.

«Shaadi...» seguiría endulzando su memoria, cuando solo fuese espuma sobre los arrecifes de coral.

El sueño de la pluma blancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora