LA DECISIÓN

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No sabe a que hora se ha despertado Lucas, supone que a la misma que todas las mañanas, sus manías ya se asemejan a un trastorno obsesivo-compulsivo y se han acentuado en este último año, cuando está nervioso o enfadado, aún más. Todo tiene un lugar predeterminado, en la casa reina un milimétrico orden, aprendió a vivir con eso y ha dedicado mucho tiempo a limpiar el piso para dejarlo exactamente como a él le gusta. No importa lo que le agrade a ella, a fin de cuentas, tampoco hay nada suyo en ese lugar.

Se acerca despacio, Abril se hace la dormida aunque su pulso se acelera cuando lo tiene cerca, se queda muy quieta, realizando un gran esfuerzo cuando le aparta el cabello y pasa sus dedos por una de las marcas que le dejó anoche. Se inclina y deposita un beso en su mejilla, el asco la inunda, detiene el impulso de apartarlo con un manotazo y sigue sin moverse, deseando que ese instante pase rápido.

Nota que se ha ido y repasa sus costumbres, primero bebe un vaso de agua; luego se irá a duchar, saldrá vestido y antes de desayunar dejará el maletín al lado de la puerta; sacará la tablet y la dejará ya encendida en la página de las noticias sobre la mesa de la cocina; se hará un café, solo y sin azúcar; mientras se prepara, abrirá con cuidado el paquete de galletas cogiendo solo cuatro y con el mismo cuidado lo volverá a cerrar; pondrá un mantel individual, el primero del cajón de la derecha y colocará todo en orden,café en el centro, galletas arriba a la izquierda y la tablet a la derecha; dedicará quince minutos y luego lo dejará todo en su sitio, ni una sola miga puede ser olvidada. No se equivoca ni un ápice en el ritual matutino, cuarenta minutos en total, cuarenta minutos angustiosos en los que está rígida, con los músculos doloridos en su empeño por no moverse.

Suelta todo el aire en un fuerte suspiro cuando oye que la puerta de la calle se cierra, retira la manta de un un puntapié e intenta estirase. Todo su cuerpo protesta, regañándola por permitir que lo vapulearan ayer. El espejo del baño le confirma las quejas. Tiene marcas rojas en su cuello, los moratones se han intensificado en sus muslos y en las muñecas, se pueden apreciar las marcas de los mordiscos en sus pechos, le duelen los pezones. Ve algo de sangre en el papel después de limpiarse, posiblemente le haya producido algún desgarro, no puede evitar echarse a llorar de nuevo ¿Por qué? — se pregunta — ¿Por qué no lo contuvo? ¿Por qué no lo detuvo con más fuerza? ¿Por qué no gritó más veces no? Miedo, se dice, realmente fue el miedo el que tomó el control, pero nunca la ha pegado, tampoco lo habría hecho anoche, ¿o si?, o puede que no fuera miedo a que le hiciera algo físico, las palabras también hieren, no dejan señales visibles, se cuelan debajo de la piel y viajan hasta su cabeza, se alojan allí golpeando de manera insistente y cruel, hiriendo, rasgando su ya frágil autoestima, convirtiéndola en nada. Si pensó que de esa manera la iba a doblegar, se equivocó, ha sacado de su encierro una voluntad que había permanecido aletargada, secuestrada en un rincón de su cerebro, amordaza, ahora quiere gritar muy fuerte y no la va a contener, al valor solo se le puede dar libertad.

Vuelve a la ducha, no a la que él ha usado, sigue sintiéndose sucia, las imágenes vuelven una y otra vez, en bucle, no debería pero se siente culpable. La culpa no es solo de Lucas, su delito ha sido permitir que la anule, que la rebaje a una pertenencia. Podía haber alzado la voz, podía haberlo dejado cuando ya sentía que nada iba bien, el agua se confunde con los cientos de condicionales que ya no pueden cambiar el pasado. Su cuento se ha terminado. Dejó que la convirtiera en una Alicia en un país sin maravillas, en un Gulliver aplastado por un gigante, en un Jonás que se comió a la ballena, en un Pinocho que nunca fue niño, ella solo quería ser la bella durmiente que nunca se despierta de su sueño.

Ya pasan de las nueve cuando sale del baño, falta menos de una hora para su cita con Daniel, pero no puede presentarse en su estado. El teléfono marca a Ana, tras varios tonos el verdadero propietario contesta.

LA NADA LO ERA TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora