ELEGÍ OLVIDAR

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No soy nada. Solo un cuerpo que alberga recuerdos que no dejan de sucederse una y otra vez por mi mente exhausta.

Únicamente el tacto permanece en mí, dejando que las terminaciones nerviosas de mi piel lleven veloces a mi cerebro un dolor que no cesa.

Cortes, golpes, magulladuras...sobrevienen sin poder evitarlas. No poseo ningún sentido que las aparte.

No puedo ver. No puedo oír. No puedo oler. No puedo degustar.

Quiero gritar mi desgracia para que vengan en mi auxilio, pero mi voz se esconde en mis entrañas, muy hondo, profundo, entre las vísceras de mis remordimientos.

Daría lo que fuera por contemplar las paredes que me golpean; por distinguir de nuevo el día de la noche; por zafarme de esta eterna oscuridad que me aterroriza.

¿Qué puedo ofrecer? La nada no tiene nada. Tan solo esta maldita memoria que me atormenta. Recuerdos que maldigo y a la vez atesoro. Lo son todo dentro de mi nada, y gustoso los ofrecería a cambio de una claridad ya enterrada.

Unas manos que no conozco me sujetan. Perforan mi piel con olvidos.

Me dejo caer, me deslizo entre silencios, a través de remembranzas hechas ecos.

Nada.

Furioso, el aire entra en mis pulmones. Me levanta del suelo. Boqueo como un pez agónico, aún sabiendo que mis células atrapan ávidas el oxígeno.

Nazco por segunda vez y abro los ojos, que incrédulos miran a su alrededor. Contemplo, observo, examino. Veo de nuevo.

Yazgo en un suelo abandonado, rodeado de miserias de los que antes en él reposaron.

Sé que el tiempo se acaba. El cordón umbilical que me ata a mi memoria debe ser cortado. Ese es el trato.

El reflejo de mi rostro en la ventana se difumina, apenas lo reconozco.

Mi nombre, mi nombre, mi nombre...ese no quiero perderlo.

Con urgencia, arranco una astilla de la mesa y escribo con ella en la palma de mi mano. Daniel.

Gotas de sangre dibujan el suelo, no siento el dolor. Las fuerzas flaquean. Me entrego al abandono.

Elegí olvidar.

~~~~~~ Abril y Daniel ~~~~~~

Dos veces por semana, Abril, recorre andando los dos kilómetros que separan su casa del comedor social. Durante el trayecto, no hay ni un solo día que no recuerde como llegó allí. La borrachera que duraba ya tres días, el robo del coche, el accidente. Todos salieron a la carrera y la dejaron sola con la policía. El juez se portó bastante bien, dadas las circunstancias, y no tuvo que ingresar en prisión.

De eso hace ya más de cinco años y las cosas han cambiado mucho desde entonces. Ya no están los amigos de juergas, ni las mañanas en las que se despertaba sin saber que había ocurrido la noche anterior. Aquel traspiés juvenil, dio paso a una carrera en arquitectura casi terminada, a labores sociales que ahora hace de forma voluntaria, a crecer, a madurar, a vivir la realidad.

Se quita los auriculares, Copenhague de Vetusta Morla se apaga lentamente. Guarda el móvil en su mochila raída y la descuelga con rapidez por sus brazos firmes mientras abre la puerta. Los ruidos de la cocina la saludan; ollas que se apartan del fuego, el sonido del aceite que recibe nuevos huéspedes, tintineo de platos y vasos que se posan en las mesas. En media hora el comedor estará lleno. Dos turnos de cincuenta personas que a diario buscan un plato caliente. Mendigos, vagabundos, indigentes, esos son los primeros en llegar. Llevan horas haciendo cola para entrar y la mayoría son habituales.
El segundo turno coincide con la salida del colegio. Son los nuevos pobres,gente de clase media que perdió su trabajo, menos ingresos y los mismos gastos, el dinero no da para más. Llegan familias enteras, con niños y mochilas, avergonzados en muchos casos por tener que aceptar una limosna. Nadie les preparó para este mal trago.

LA NADA LO ERA TODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora