Capítulo 23. La verdad

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Intenté explicarle a mi esposo que nuestra relación nunca había tenido nada de malo, que aunque no funcionara en base a las reglas más comunes, funcionaba y nos aportaba felicidad a ambos. Y que mi único pesar había provenido de desconocer sus sentimientos y del temor a que los míos le perjudicasen a él y a mi hermano, no de haberme comprometido tan joven con alguien tan mayor ni de haberle dedicado a él toda mi veintena.

―¿Y qué pasa con los celos? ―insistió―. ¿Acaso no son algo malo?

―Lo son, pero eso no significa que no pueda gustarme que los sientas. Lo que no entendía era el daño que te estaba causando con ello. Te prometo que no volveré a darte motivos para sentirlos.

―Sospecho que no los necesitaba.

Nos quedamos mirándonos y tuve claro que él se sentía atraído por mi persona, sobre todo cuando bajó los ojos. Acerqué muy despacio mi mano a la suya y no la apartó.

―No sabes cuánto lo siento ―dije.

―Si he entendido bien, fue culpa mía.

―Bueno, un poco de cada. Era uno de nuestros juegos.

―¿Juegos?

Aunque no le di apenas detalles, el asombro despegó sus labios y, por primera vez en demasiado tiempo, le vi sonrojarse.

―Puede que fuera yo el abusado ―dijo, haciéndome reír.

Se fijó en mis labios y a punto estuve de besarle en los labios. Lo hice en su mano y luego me senté en el sillón.

―¿Vemos una peli? ―propuse, agarrando el mando de la televisión―. Ya has oído al médico y eso es algo que solemos hacer juntos.

Me pareció que iba a hablar, pero me aseguró que no y asintió con la cabeza. No pude evitar pensar en el resto de cosas que hacíamos juntos los dos. Él no movió la mano en ningún momento, por lo que yo tampoco, y le sentí observarme a menudo aunque de forma fugaz. Entonces, adivinó un diálogo y el corazón me dio un vuelco.

―Me eres familiar ―admitió cuando detuve la película―. Sobre todo... tu olor. Lo he olido antes. Y... ―Buscó cubrir mi mano con la suya para apretarla―. Y esto.

Contuve la emoción que me asaltó solo de imaginar que iba a recuperar a mi hombre y volví a darle a reproducir. Él me siguió mirando y se anticipó a alguna que otra frase más, pero me mantuve escéptica porque de lo contrario la decepción sería terrible. La película casi se había acabado cuando una enfermera nos avisó de que la policía quería hablar con Samuel.

Samuel solo sabía lo que yo había contado y eso fue lo que les dijo a los dos agentes: el finado le había agredido sin ningún motivo personal. La propuesta de Alejandro, de que quizás le habían intentado robar el móvil o alguna otra cosa, y los antecedentes del susodicho, decantaron la balanza a favor de mi omisión de la verdad. Más adelante ya discutiría esta con mi esposo, pero nadie más debía saberla porque entonces sería demasiado probable que el juez lo imputase por homicidio.

Intenté ignorar aquella realidad primero con la película y luego conversando con Samuel, que ni la contemplaba, sobre nuestros trabajos. Aproveché para enseñarle fotos de Víctor y de Clara, y para prevenirle de que su hija querría darle un abrazo que le pedí que aceptase, prometiéndole a cambio que yo no permitiría que nadie le agobiara. Él no solo me complació cuando esa misma tarde ambos vinieron a visitarle, sino que trató con gran afabilidad a nuestra pequeña.

Hasta la cena, le cedí el protagonismo a mi hermano para que continuase con Samuel la charla del día anterior. Necesitaba que me diera un poco el aire y el sol y mover las piernas, así que me fui a pasear por los alrededores del hospital, que contaba con un pequeño jardín muy agradable. Y mientras, medité sobre qué debía hacer a continuación. Bueno, sabía que debía regresar al trabajo y a casa con Clara, pero no quería dejar tan solo a Samuel hasta que el médico le concediera el alta.

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