Capítulo 18. La cajita azul marino

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Después de comer, nos pusimos los tres a jugar al Mario Kart. Pero entonces, recibí un mensaje de mis amigas en el que me proponían tomar algo en el centro comercial. Manuel también venía. Cuando miré a Samuel, él bajó los ojos y Alejandro se rio porque su coche se había salido de la carretera.

―¿Pueden venir aquí? ―pregunté―. Me gustaría que conocierais a Manuel.

A mi hombre no le gustaban nada las visitas, pero prefirió aquella opción. Aunque no tardé en arrepentirme. La forma en la que Manuel le miró me molestó tanto que el pobre chico me preguntó si había dicho algo malo. Samuel, pendiente de mi persona, me recordó a cuando revisamos el examen de matemáticas con mi profesora, solo que esta vez no pude dudar de su satisfacción.

Al ir a sentarnos, encerré a mi hombre entre el brazo del sofá y mi cuerpo. Creí haber sido lo suficientemente sutil, pero Manuel frunció el ceño. El pánico me obligó a comenzar una conversación con gran torpeza, que Samuel interrumpió para preguntar si queríamos tomar algo. Me relajó bastante que se fuese a la cocina, hasta que Manuel me dedicó una mirada tan larga como inquietante.

Sabía que Manuel quería decirme algo, pero logré rehuirle hasta que, al día siguiente en el recreo, me pidió un momento a solas.

―¿Qué pasó en tu casa?

―Nada. Solo estaba cansada por tantos exámenes, y ahora viene lo peor.

En su rostro vi con claridad que no me creía y que, además, conocía cuál era la verdad.

―Hay un chico que me gusta mucho ―dijo―, pero no quiere que nadie sepa que le gustan los hombres. Eso me hace daño.

Se quedó como esperando a que yo le dijera algo similar.

―Nadie me hace daño ―aseguré.

Entonces, me lo preguntó directamente. Siseé enseguida y le ordené que no volviera a insinuar que Samuel y yo teníamos otra relación que no fuera la de un padre y una hija.

―Eres mayor de edad ―me recordó.

―Pero podría perjudicar a mi hermano. Los de la custodia vigilan a Samuel de cerca, y algo así podría hacerles pensar que no es un buen padre.

―No lo entiendo muy bien.

―Mi tía quería quedarse con nosotros, pero nunca me llevé bien con ella y sospecho que lo que más le interesaba era manejar nuestra herencia, así que convencí a mi hermano para que aceptase el ofrecimiento de Samuel. Temo que algo así le serviría de excusa para intentar que nosotros nos fuésemos con ella. Bueno, mi hermano.

―Ah. Vale, está bien. Solo quería que supieras que estoy aquí. No hace mucho que somos amigos, pero te he cogido un gran aprecio.

―Sí, yo también. Gracias, pero estoy perfectamente. Si puedo ayudarte con ese chico, solo dímelo.

―No hay nada que hacer.

―¿Entonces?

Se encogió de hombros, pero deduje que se estaba planteando romper aquella relación.

―¿No me vas a invitar más a tu casa? Es una broma. Me cayó muy bien, se le ve buen tío. Y que te quiere. Ojalá Luis fuese así.

―¿Luis?

―¿No lo parece, verdad?

―Para nada. Lo siento, pero me lie una vez con él.

―Bueno, no creo que quede una tía buena en el colegio con la que él no haya estado. Pero me dice que piensa en mí mientras tanto, y la verdad es que no me puede gustar más cuando estamos juntos. Por eso, no sé si...

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