Capítulo 11. Como imanes

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Las palabras de Samuel me asediaron el resto de la mañana. No quería hacerme ilusiones, pero me las hacía y me imaginaba casada con él. Cuando por fin pude tenerle para mí, le hice tumbarse en mi cama y me moví con tal ímpetu que se corrió antes que yo.

―Quiero hacer algo ―dije en cuanto sacó la cabeza de entre mis piernas.

―¿El qué? ―suspiró, recostándose encima de mí.

―Un juego. Pero necesito algunas cosas.

―Dime.

―¿Me puedes dar dinero para comprarlas yo? Quiero que sea sorpresa.

―No sé, Paula. No me gustan mucho las sorpresas.

―Esta te gustará. Si no es así, paramos enseguida.

Me besó el esternón varias veces.

―¿Qué estás tramando? ―preguntó, trepando hasta mis labios.

―Solo te diré que siempre he querido jugar a los médicos, pero nunca se ha terciado.

Ronroneó y me llenó la cara de besos.

―¿Vas a ser mi doctora? Porque la verdad es que estoy muy enfermo.

―¿Ah, sí? ¿Qué te pasa?

―Eso es lo que tendrás que averiguar. Yo solo sé que me vuelves loco.

Atrapó mi sonrisa con su boca y se frotó conmigo hasta que estuvo listo de nuevo. Antes de entrar me metió el vibrador en el culo, y luego se movió con deliciosa brusquedad.

Pensaba quedar con mis amigas para ir al centro comercial, pero Samuel me llevó cuando recogió a Alejandro del fútbol. Los tres paseamos como una familia cualquiera, en la que yo me sentía más la madre que otra cosa, y nos tomamos unos chocolates con churros. Luego mi hombre propuso ver una película, y mi hermano preguntó qué pasaba con los deberes.

―Podemos cogernos un día libre. ¿Cuál queréis ver?

―Una que no sea de dibujos ―dijo Alejandro.

―A mí me da lo mismo.

Supe que estaba mirando a Samuel con demasiada intensidad cuando él apartó los ojos.

―Ni de amor ―añadió mi hermano.

―¿No te gusta el amor? ―preguntó Samuel.

―Eso es de chicas.

―¿Y no te gustan las chicas? ―intervine―. Saber de amor es útil.

Alejandro se quedó pensativo y yo volví a mirar a Samuel.

―Aún queda un rato para que empiece alguna. Paula, ¿no querías comprar algo? Toma.

Me pasó su cartera y yo la cogí como si fuese un tesoro.

―Te esperamos aquí. No tardes mucho.

Metí la cartera en mi bolso, pero en cuanto me alejé un poco, la volví a sacar. El cuero olía a él y dentro había más de doscientos euros, además de varias tarjetas y una foto de los tres juntos. Me quedé mirando la foto un buen rato antes de seguir andando.

Di con todo lo que necesitaba y regresé a la puerta del cine. Allí seguían mis dos hombres favoritos. Besé a mi hermano en la cabeza y a mi amor en la mejilla.

―Has tardado ―se quejó Alejandro.

―Perdón. He tenido que recorrer casi todo el centro comercial. ¿Os habéis decidido?

―Sí. Una de superhéroes.

Me hubiera gustado ponerme en la última fila con Samuel y tocarnos el uno al otro, pero solo podía esperar que eso ocurriese algún día. De momento, tendría que conformarme con acariciar su mano cada vez que cogíamos palomitas y con apoyar la cabeza en su hombro.

Papa LoveWhere stories live. Discover now