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Rastros

—Ari — escucho una voz ronca pero baja y suave —. Vamos, cariño, despierta.

Abro los ojos, miro hacia mi alrededor y me sorprendo al no encontrarme en mi habitación.

Luego me encuentro con Belcebú, y aunque en el primer momento quiero saltar de la cama, recuerdo rápidamente porque estoy aquí.

—Hola — saludo aún adormilada.

—¿Cómo te encuentras?

—Estoy adolorida... — admito cuando me muevo un poco.

—¿Prefieres quedarte hoy?

—No, debo ir a clases.

Me enderezo en la cama con dificultad y tardo más de lo normal en bajar.

No digo más, solo salgo del lugar y voy a mi habitación para ponerme ropa limpia.

Los recuerdos de anoche me inundan la mente y siento escalofríos, pero me concentro en lo que debo hacer y no doy oportunidades a sentirme mal.

Me apresuro a vestirme, y dado que veo el día tan nublado o más que ayer decido abrigarme bien.

Me pongo jeans negros, botas negras, y tras un momento de indecisión acabo con un suéter blanco.

Reviso los libros y demás que tengo en la mochila y cambio algunos mientras memorizo mis materias de hoy para saber qué debo llevar.

—Hoy veremos la manera de cambiarte de pareja — la voz del demonio consigue sobresaltarme, pues lo tengo detrás de mí y no noté el momento en el que entró.

—Agradecería si me ayudaras con eso — confieso intentando pasar por alto la pesadilla de anoche.

—Yo me encargaré, no tienes de que preocuparte — asegura.

—De acuerdo, gracias.

Apenas consigo colgarme la mochila al hombro él la toma y la lleva por mí, algo que a fin de cuentas no reprocho, pues sé que no me la devolverá.

Salimos en silencio, el chico abre la puerta y me deja salir primero.

Me aseguro de llevar el teléfono en el bolsillo y bajo las escaleras rápidamente.

Soy la primera en llegar abajo, y cuando me dispongo a abrir la puerta una punzada de dolor ataca mi mano.

Observo rápidamente y noto la mayoría de mis nudillos morados, más los del dedo anular y medio, que son los que incluso tienen una herida.

—¿Todo bien? — pregunta.

—Mi mano está un poco lastimada — respondo y abro la puerta con la otra.

—No me imagino el golpe tan fuerte que le diste para terminar con los nudillos así — dice bastante optimista.

—Nada comparado a los que él me dio, y seguro que sus manos no tienen ni un raspón.

—Quizá no un raspón, pero me aseguré de romperle la muñeca de una.

Sí, es cierto, a pesar de todo creo que él termino más golpeado que yo.

—Belcebú — llamo cuando una duda brinca en mi mente de la nada.

—¿Sí?

—Apenas me doy cuenta que estás en las listas del viaje...

—Sí, en cuanto supe de él lo pagué.

—Vaya.

Aún no tengo ni la menor idea de cómo ha hecho para ser aceptado en nuestra escuela, pero la respuesta que siempre me doy es: es un demonio, Aradia, podría hacerse el director si así lo quisiera.

Tentación Where stories live. Discover now