Capítulo 21

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Londres, noviembre de 1950

—Mi madre y mi hermano me ayudaron a escapar. El supuesto odio que me tenía era puro teatro. Hanno envió dinero para sobornar a los guardias y así yo pude abandonar la cárcel. En realidad, ejecutaron a otro condenado y urdimos taparle la cara en todo momento, incluso después de muerto para evitar que me descubrieran. Uno de mis compañeros en Bergen-Belsen consiguió camuflarse de víctima y me debía más de un favor, así que ya ves, aquí sigo. Yo me hice pasar por otro prisionero que se suicidó en la cárcel y así salí. Me cambié el nombre a Florian Fischer y me fui a Canadá. Allí conocí a la encantadora Florence, que me ha apoyado en todo momento. Juntos vinimos aquí y casualmente vio el anuncio. No te imaginas lo fácil que nos ha sido llegar a esta parte. —relató Heinrich mientras intentaba dar a Elmira una especie de puré. Elmira escupió el primer bocado, no porque estuviera malo, que también, sino porque no confiaba en que la comida no tuviera algo.

Dos días después del secuestro, Heinrich fue a visitar a su rehén y le contó los detalles de su huida. Ya no deseaba a Elmira, porque había hallado en Florence a la mujer sumisa que buscaba. Aparte, era más joven, más atractiva y más complaciente en la cama. Florence se hallaba fascinada con Heinrich, que se dejaba manipular a su antojo y había contribuido al secuestro. Ni siquiera Mila, a la que ya apenas recordaba le proporcionaba tantas satisfacciones en los meses que duró su matrimonio. Su objetivo era matar a Elmira y arruinar la felicidad de Alfred Pierrepont y los suyos. Su orgullo estaba herido para siempre por culpa de ellos y su sed de venganza necesitaba ser saciada. No descansaría hasta destrozarles su felicidad.

En ese momento llegó Florence y le dijo algo al oído. Mirándola con deseo, Heinrich abandonó el cuarto y dejó solas a las dos mujeres.

—No te cortes, golpéala si es necesario, sobre todo cuando te mienta. —le dijo Heinrich, besándola en los labios antes de irse. Florence se quedó mirando la salida, y entornó los ojos.

Elmira, que advirtió aquella mirada, quería saber hasta qué punto llegaba la complicidad de Florence, aprovechó la situación.

—Florence, por favor, sácame de aquí. Tú no eres como él. Estás a tiempo de no cometer ninguna salvajada. Por favor, no lo hagas por mí, hazlo por mis hijas. Ellas te adoran. —suplicó Elmira, desesperada.

—Lo haría por ellas, pero has hecho sufrir a Heinrich y él no se lo merecía. Él es un buen hombre. —espetó la canadiense, ufana.

—Si fuera un buen hombre, no habría matado a judíos en los campos de concentración ni me habría secuestrado.

—Eso son falacias, me dijo que dirías eso. Ya lo advertía por esos aires que te das en la casa. Tú y el pomposo de tu marido. Lástima que esas niñas tengan unos padres tan presuntuosos que las malcrían.

—¿Cómo puedes estar tan ciega? Ahora Heinrich te dirá que eres maravillosa, perfecta y que te ama. Hizo lo mismo conmigo y llegué a creerle a veces. Pero llegará un día en que empezará a gritarte y a golpearte. ¿Te ha dicho que él es el padre de una de mis hijas, de Karola, concretamente?

Florence hizo una mueca de sorpresa. Elmira intuyó que ese dato lo desconocía. Heinrich no había sido tan transparente y honesto con la joven. Quedaba evidente que solo la usaba para sus fines, mientras de paso satisfacía sus instintos. Y que esta era muy influenciable. ¿Podría ella hacer lo mismo para que entrase en razón? Se la veía muy fascinada por él y por cómo los había oído en la cama, tampoco parecía muy dispuesta a renunciar a semejante placer.

—Eso es mentira. —soltó Florence con compostura, pero con la sombra de la duda ya puesta.

—¿No te lo dijo Heinrich, el buen hombre? —soltó Elmira con sorna—. Si lo fuera, también te habría dicho que tiene una hija conmigo. Un buen hombre no esconde secretos ni miente. Eres joven y guapa y puedo entender que te guste y te haga sentir una mujer de verdad. Yo también pasé por lo mismo y siento asco de mi cuando lo recuerdo. A mi me utilizó y estoy segura que él está haciendo lo mismo contigo. Por favor, sé razonable. No te dejes engañar por él. Sácame de aquí y te juro que no te denunciaré ni te haré nada. Por favor.

La dama de los ojos plateadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora